Por Juan De la Puente
Si un observador de fuera leyera la reciente encuesta de IEP publicada por La República, es probable que se sorprenda especialmente por dos datos: la resistencia de los votantes de derecha a entregarle sus votos a Keiko Fujimori (KF), y el asedio electoral de las regiones sobre Lima como una alianza entre el pasado y el presente.
Las novedades de la encuesta están en los desagregados territoriales y en las características de los electores. Resume el estado de la campaña electoral y, recordemos siempre, la gran depresión nacional que ahora opera como un gran dinamizador del voto más que en la primera vuelta.
Los números gruesos ya venían precedidos de otras mediciones, y lo que aporta IEP es lo siguiente: 1) Pedro Castillo (PC) no ha dejado de subir desde finales de marzo, y no se sabe si se detendrá, en que momento lo hará y, si sucede, por qué razón se detendrá; 2) Fujimori apenas ha ganado algunos puntos; ha logrado movilizar a una parte de la derecha (39%), Lima (31%) y a los sectores A/B (38%); 3) se profundiza el cerco sobre Lima -la ciudad asediada- de modo que KF tiene fuera de Lima la mitad de intención de voto que consigue en la capital, en tanto que PC tiene 18 puntos más en las regiones que en Lima; y 4) El asedio desde dentro a la misma Lima y a su elite económica, de modo que KF solo le lleva 2 puntos de ventaja a PC en la capital, además de este obtener un envidiable 26% en A/B (gran parte localizados en Lima). Para los que todo lo explican con “el Perú profundo”, también está en Lima.
La primera pregunta que motiva la encuesta es ¿Qué sucede con el voto de la derecha?, y otra quizás más arriesgada ¿se dividen los votos de la derecha entre la derecha económica que se decide por KF, y el voto conservador social, que hasta ahora se abstiene o se decanta por PC?
Imposible precisar por ahora, pero los números están allí: 1) solo 36% y 32% de los votantes de López Aliaga y de Soto, respectivamente, votarán por KF, y el 24% de los que votaron por otras candidaturas, la mayoría de ellas de derecha; 2) el 40% de los votantes de López Aliaga y el 50% de de Soto se ubican entre quienes anularán su voto; y 3) PC le “roba” 23% y 18% de votos a López Aliaga y de Soto, respectivamente, ambos ganadores capitalinos en la primera vuelta.
Estos datos nos remiten al formato de la campaña programática/ideológica planteada por la derecha -no es solo el fujimorismo, es el estado mayor de la derecha peruana la que presenta esta formulación- e indican que aquella no ha funcionado. Este formato ha servido para un trasvase mínimo de votos de las otras derechas y ha facilitado la acumulación de votos de PC que recoge el 40% de los votos de Lescano, 60% de Mendoza, 40” de los otros candidatos, 27% de los que anularon su voto en la primera vuelta y 44% de los que no fueron a votar.
Es probable que esta resistencia se deba tanto al errado mensaje anticomunista que preside la campaña de KF, como a otras razones como la polarización fujimorismo/antifujimorismo, la insuficiencia del rayado de cancha derecha/izquierda, o la validez de la disyuntiva no toquen el modelo vs cambio de modelo.
Vistas las razones del voto, estas se dividen programáticas/ideológicas y emocionales/simbólicas. En el caso de KF, entre las primeras destacan que es anti izquierda (18%), tiene experiencia (6%), no afectará la economía (8%) y respetará la democracia (6%). Las emocionales/simbólicas tienen un bajo registro y son pocas: porque es mujer (11%) y por su padre (5%).
En cambio, las razones más importantes para el voto por PC son emocionales/simbólicas: por sus propuestas ¿? (18%), antifujimorismo (11%), representa el cambio (10%), es nuevo (10%), es humilde (8%) y se preocupa por lo más pobres (7%). La única motivación programática que figura en el voto por PC es el cambio de la Constitución (6%). De hecho, entre las razones para votar por él no figura el que sea un candidato de izquierda.
Es cierto que estos datos como de las anteriores mediciones ponen sobre la mesa que la principal polarización de la segunda vuelta es el cambio, y ajustando las múltiples polarizaciones de la primera vuelta con efectos fragmentados. De esto resultaría que los dos errores de la campaña de KF son su desenfrenado, extremista y solitario anticomunismo, y su resistencia a una oferta mínima de cambio. De paso, es probable que para sus electores, PC no es de izquierda o no les importe que sea de izquierda. Finalmente, podría ser que intuyen que PC, personalmente, no es de izquierda o que no liderará un gobierno de izquierda.
La campaña toma una fisonomía muy parecida a la de 1990. K. Fujimori es Vargas Llosa de 1990 y su candidatura una coalición derechista afincada en una élite desconcertada, un Fredemo 2.0; y Castillo se parece más de A. Fujimori de 1990 -profesor, nuevo y antiliberal- armando con premura un discurso por el cambio sin coalición orgánica.
Los datos nos remiten a cuestiones de larga data, alguna histórica e irresueltas, o que la elite peruana creía que se resolvieron solas por el crecimiento de la economía y la innegable reducción de la pobreza en el período 2002-2019. La gran depresión de la pandemia ha reactivado y reestrenado la injusticia social, desigualdad, exclusión, racismo y centralismo. En la primera vuelta del 11 de abril votó el futuro y el presente, y parece que en la segunda votará el pasado y el presente. Quién ha dicho que el pasado no vota.
Efectivamente son doscientos años de vida republicana que no consideraron al gran sector de la población peruana, pues el poder siempre estuvo en manos de las elites criollas, con visión hacia el exterior; hoy el pueblo exige que se gobierne desde una mirada del interior del pais, y que se atiendan las grandes demandas sociales, económicas y culturales que han quedado postergadas