Por Patricia Donayre
¿Damas y caballeros, todos, todas, bienvenidos al Perú real! Seguramente mucho de ustedes no lo conocían o se negaban a hacerlo porque es más cómodo no ver lo que nos afecta. “Ojos que no ven, corazón que no siente.”
No es hoy, es de siempre; hace mucho que las regiones claman por un trato diferenciado, no igualitario. ¿Cómo podrías tratar como iguales a realidades diferentes? Y sin embargo, los legisladores, los gobernantes de turno, siguen legislando, dirigiendo el país como si la Sierra, la Costa y la Selva fueran similares.
Tomemos como ejemplo la vías de comunicación, las distancias, la educación, la salud. En la gran capital levantas la mano y tienes un taxi, un autobús, que te transporte de un distrito a otro; en San Antonio del Estrecho el acceso es en avioneta o por río y varios días de navegación.
¿Acceso a Internet? fácil en la capital del país, pero ¿en los pueblos más alejados y en los caseríos? Niños que necesitan estudiar, maestros que necesitan de herramientas para enseñar y no las tienen. Y si visitamos las postas médicas, los centros de atención en salud, carecen de personal, medicinas, instrumental o muchos están cerrados.
¿Y aún así hablamos de no retroceder? Si no hemos avanzado, hemos estabilizado el continuismo, muy bueno para unos e indiferente con otros. ¿Eso es justicia social? ¿Y el Estado de Derecho? ¿Dónde esta el respeto a los derechos fundamentales?
No necesitamos cambios en la Constitución nos dicen, el Perú ya se rige por una economía social de mercado y nos ha ido de maravilla. Vaya necedad. No hay más que revisar el debate constituyente del capítulo económico para darse cuenta que es solo una declaración y no una expresión de la realidad. La palabra social fue en su momento y lo es ahora un tranquilizante para quienes buscan una economía inclusiva. Sin embargo, todos sabemos que en derecho las cosas no son por el título que llevan sino por su contenido. Y el contenido del capítulo económico no tiene el elemento social en su desarrollo. En la práctica, estamos y estaremos regidos por una economía de mercado que ha marcado las desigualdades en nuestro país.
Pero, por cierto, no es solo el capítulo económico el qué hay que revisar, también el de estructura del Estado que tanto dolor de cabeza ha generado en su interpretación y aplicación, con cuestiones de confianza, vacancias y con una solo cámara congresal. Por otro lado, la descentralización necesita ser revisada y reformulada. Los mecanismos de reforma constitucional de igual manera, la protección a la naturaleza y la inclusión de nuevos derechos expresamente.
Tenemos que admitir que la realidad nos impone una exigencia de cambio; lo necesitamos y de modo urgentes. No podemos continuar con la política de ayudas temporales para paliar la pobreza y las necesidades, con acceso a ,a salud limitando, con gente sumida en la informalidad y el desempleo. Es momento de invertir en el capital humano, formar ciudadanos, fortalecer sus capacidades para salir de la pobreza. Basta de seguir con la política de mantener la ignorancia por conveniencia (“cuanto menos sabes, más crees en lo que dicen”. Eso debe terminar; para ello la educación juega un rol fundamental y en consecuencia nuestros maestros, a quienes el sistema que muchos defienden no les da el valor que se merecen.
No es momento de divisiones, pero sí de enfrentar la realidad y no darle la espalda; no somos el lobo feroz del cuento, no somos mejores o peores ciudadanos, no somos comunistas, ni terroristas, ni ignorantes, los que miramos al Perú en su conjunto; más ignorante es quien no sabe lo que debería saber, sabe mal lo que dice saber y sabe lo que no debe.
Quienes conocemos el Perú en su real dimensión llamamos a la reflexión; no es sana ni justa la continuidad de una política económica sin contenido social; quienes somos provincianos no queremos que miren nuestras regiones como mendigos esperando las migajas de la gran capital. Queremos un Perú que crezca por igual en medio de sus diferencias.