Sofía Esther Brito
Investigadora constitucional, escritora y activista feminista
Las elecciones del pasado fin de semana dan cuenta de que Octubre de 2019 sigue presente en la memoria popular. La primera Convención Constitucional paritaria del mundo estará compuesta por 78 hombres y 77 mujeres, de las cuales 17 corresponden a escaños reservados para representantes de pueblos indígenas. Las correcciones de resultado dejan fuera a mujeres que hubiesen sido electas, de no existir este mecanismo. Asimismo, permiten el ingreso de otras 5 que hubiesen quedado fuera de la Convención.
De forma inesperada para la gran mayoría de los analistas políticos en Chile, la paradoja de la paridad se sitúa en un contexto inédito para las izquierdas. A pesar de las múltiples dificultades que trajo consigo el “Acuerdo por la paz y la nueva Constitución” del 15 de noviembre de 2019, donde se fijaron las normas que iban a regir la composición del órgano constituyente, las fuerzas independientes de los partidos políticos reconfiguraron el escenario político. Ni la norma de los dos tercios, ni el nulo compromiso del Ejecutivo con el proceso constituyente, ni las campañas logran revitalizar a una derecha a la que la Revuelta de Octubre de 2019 le dijo: “NO+”.
Entonces, el triunfo no es de ‘las mujeres’, ese supuesto sujeto universal en el cual intentan situarnos. El triunfo es de todas las redes que logran explorarse desde los espacios de organización más diversos: los cabildos, las asambleas territoriales, las conversaciones entre vecinas y vecinos, los grupos de wasap y otras redes sociales. De quienes han experimentado la precarización producto de una pandemia enfrentada desde un Estado violento. Ese mismo que mata, mutila y mantiene en prisión política a quienes se levantan para cambiar este sistema. Son las feministas, todas y todos quienes creen en la necesidad de las ampliaciones democráticas, del cuestionamiento a la definición neoliberal de ciudadanía, quienes ingresan a disputar ese espacio cerrado de la política institucional que cimienta la democracia tutelada de la Constitución de 1980 y las políticas de la transición.
La paridad, los escaños reservados y las listas de independientes permiten poner en tensión la república masculina que gesta nuestra historia constitucional. La misma república que desplazó a las feministas, intelectuales y obreros en 1925, por un grupo de hombres blancos, terratenientes y heterosexuales que se consideró como “comisión de expertos”. Casi cien años después, la mayoría de quienes tendrán el trabajo de escribir la nueva Constitución son quienes confiaron en la potencia de ese Octubre.
Tenemos el camino ancho para enfrentar los desafíos que significa este desborde. Para que la Convención Constitucional no se convierta en un Congreso, donde representatividad opera como una delegación total del poder popular hacia los y las senadores y diputadas, se requiere exigir otros modos de vínculos entre les representantes y sus territorios. La experiencia de las organizaciones estudiantiles, territoriales, sindicales, medioambientalistas, feministas y disidentes, que traen a la constituyente compañeras como Bárbara Sepúlveda de la Asociación de Abogadas Feministas (ABOFEM), Francisca Linconao, machi y ex presa política mapuche, Camila Zárate del Movimiento por las Aguas y el Territorio (MAT) y Valentina Miranda, ex vocera de la Coordinadora Nacional de Estudiantes Secundarios (CONES), es sumamente necesaria para pensar en mecanismos de participación ciudadana que excedan los márgenes de la democracia formal.
La crisis de representatividad que en otros países del mundo deviene en salida autoritaria se ha transformado en estos territorios en una oportunidad histórica para no acomodarnos en un feminismo que reproduzca los mismos lenguajes del poder patriarcal. De la independencia política y el excesivo triunfalismo de una oposición que tampoco vio venir la irrupción de estas nuevas actorías en la esfera pública, nos toca dar paso a la consolidación de una izquierda feminista que, si bien se ha abierto paso desde las políticas de la presencia, hoy requiere retejer sus redes y articulaciones.
Para ello, los resultados en las municipalidades y concejalías también nos permiten abrir espacios para democracia feminista, donde la institucionalidad se transforme en un bien común que potencie los espacios de encuentro necesarios, en que podamos volver a discutir en asambleas territoriales sobre los derechos, principios e instituciones que necesitamos para el buen vivir.
De tanto tildarnos de histéricas, fuimos históricas. De niñas nos dijeron que la política era cosa de hombres, y solo había espacio para ‘algunas mujeres’, algunas excepciones en la Historia Oficial. Las movilizaciones por el aborto, el Mayo feminista de 2018 y Las Tesis prendieron la mecha para este desborde constituyente, y cada día somos más en las calles y en las casas quienes luchamos por una vida digna.