Entrando a los últimos días para la segunda vuelta, las pasiones se encienden más y más. Y cada uno considera tener la razón. Una vez más, razones y pasiones se ven encontradas. Lo primero que debemos señalar es que el campo político no es de amor y paz, menos aún es posible en una sociedad que en su mayoría no ha sido beneficiada por el crecimiento económico, donde sectores políticos han vivido de la corrupción y la sociedad no ha sido educada en cultura cívica ni política. Así que es comprensible que las pasiones se hayan desatado por diversas razones. Sobre todo, dos son esas pasiones que están siendo expresadas: la rabia y el miedo.
La rabia se manifiesta porque existen personajes políticos que representan a una historia de vergüenza, los cuales vuelven a presentarse para ocupar cargos públicos. Historias de corrupción, encubrimiento de corruptos, esterilizaciones forzadas, justificar crímenes del gobierno de Fujimori, que el ciudadano no olvida y, al ver que siguen buscando un puesto público, genera indignación, rabia, un conjunto de emociones asociados a ella. Vemos y escuchamos personas y organizaciones que ponen que no aceptan a estos tipos de personajes en la política, pues la siguen instrumentalizando. La ofensa a la dignidad personal y nacional es una poderosa fuerza social, pues expresa el reclamo de los límites morales que debiera tener una persona en sus acciones privadas y públicas. No podemos ignorar que esta rabia social puede generarse desde ciertas ideologías, aunque según el filósofo Hume, la justificación racional viene después.
Pero esa fuerza busca ser neutralizada por el discurso de la victimización, que señala que lo anterior es una expresión de odio entre peruanos. El llamado odio puede significar muchas cosas. La primera de ellas es el recurso estratégico de victimización, con lo cual quieren ocultar de la memoria de los peruanos. De esa manera, ocultar —no querer asumir responsabilidades— esa historia vergonzosa, sin reconocer que son heridas a la moral nacional. Reconocer eso implicaría pedir perdón a la nación, lo cual podría significar que realmente hay una intención de cambio. Y quizá se pueda dar una vuelta de página, para escribir otra historia. La segunda razón, que no excluye la primera, es la utilización del odio como estrategia política, pues decir que la otra parte nos odia tiene por finalidad producir una mala imagen del otro. Así, se desplaza psicoanalíticamente la culpa, pues el otro es el que no supera sus traumas. No se entiende que las experiencias pasadas marcan a las personas y comunidades que somos, por lo que sin resolver esas heridas pasadas seguirán existiendo. Por eso habrá organizaciones que nos recuerden ese pasado, para no volver a repetirlo.
Por otro lado, se usa el recurso al miedo, que surge de alguna información negativa que tenemos las personas. Es el miedo al comunismo, al terrorismo, a la pobreza, al caos, son alguna de las palabras con las cuales quiere influenciarse en la población. El miedo se explica también por varias razones. Veamos dos de ellas. Se dice que el miedo surge porque ya sabemos algo —o creemos saber— acerca del objeto que nos da miedo. Tememos la muerte porque creemos que es un mal, tememos quedarnos sin trabajo porque sabemos las consecuencias que traerá, los niños tienen miedo a los fantasmas porque creen que existen y son malos, etc. Y en nuestro caso, tememos que algún candidato termine siendo un dictador, tememos que personas y grupos comunistas impongan su ideología, tememos que roben el poco bienestar material que hemos conseguido, etc. No cabe duda que el miedo es un factor poderoso, pues inmoviliza a las personas o les hace actuar en una dirección que, en principio no querían. Así pues, difundir miedo es hoy un arma política.
La única forma de vencer al miedo es con conocimiento, sentido crítico y con la propia experiencia. Con conocimiento, pues no todo comunista es terrorista ni todo marxista es dictador ni quiere eliminar la libertad de un país. Tampoco se puede negar que haya habido ciertas expresiones comunistas o marxistas que hayan optado por el terrorismo o menospreciado la libertad de las personas, como lo fue Sendero Luminoso en el Perú. El problema está en la generalización. Es como creer que todo religioso es dogmático o fundamentalista, lo cual es un error. Debemos tener cuidado, pues la estigmatización del otro siempre ha sido un paso previo para cometer crímenes contra los que creen algo diferente.
Así, las pasiones, como la rabia seguirán mientras esas historias negativas no se cierren. Y el miedo tendrá su efecto político, porque encajará con nuestras concepciones e intereses previos. El mundo se mueve por pasiones, no hay actividad humana que no se mueva por pasiones. Lo que siempre ha buscado la ética, desde pensadores como Aristóteles, es que las pasiones sigan un sentido racional, no eliminarlas. Por ejemplo, decía, sobre la rabia hay que preguntarse: ¿para qué sentirla? ¿por qué sentirla? ¿es el momento de sentirla? Y podríamos agregar: ¿qué me lleva a hacer esa pasión? ¿a afectar la dignidad del otro? Si la gente no tuviese rabia por las injusticias, no se indignaría ni saldría a protestar. Muchos derechos han nacido de las protestas de las personas que se han sentido humilladas. Por eso, las pasiones —en política y en el ámbito público— deben tener un sentido ético, la búsqueda del bien común y la justicia social. Pero si las pasiones son expresiones de intereses mezquinos o de ideologías (políticas o religiosas), eso podría cegarnos al punto de considerar al otro como un enemigo, que debiera desaparecer.
No somos seres puramente pasionales ni racionales, ambas están presentes en nuestras vidas, también en el valor tan apreciado de la dignidad humana, de lo contrario, no movilizaría a las personas. Y la dignidad podría ser un valor que oriente nuestras decisiones raciopasionales en el ámbito público especialmente, pues abarca tanto el bien como la justicia. ¿Qué vacío suena esto cuando lo que predomina son las pasiones irracionales?
Obviamente el ciudadano promedio espera pasar pronto esta polarización de las pasiones, pues, recordemos que la mayoría de peruanos no votó por ninguna de estas dos opciones, no obstante, hoy se ve obligado a elegir. Quizá justamente por ser opciones no deseadas, hoy despiertan el sentimiento anti, más que una adhesión convencida. Solo esperamos que esta polarización termine pronto, para poder realmente enfocarnos en construir una patria justa y digna.
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¡Felicitaciones, Miguel…!!!
Tu artículo es muy bueno y pertinente.
Lo compartiré a todos mis contactos.
Un abrazo
Un análisis desde la ética…
Interesante…
Importante reflexión. Gracias, Miguel.
Todos los argumentos nos permiten ver cuántos obstáculos tenemos hoy para lograr una verdadera empatía entre los peruanos y avanzar hacia el bien común….