Las transiciones en el Perú siempre han sido difíciles y ésta no podía ser la excepción. A algunos les cuesta admitir que ya se acabó y que, o se diseña y facilita la reforma o ésta pasa por encima de uno. Por eso el Perú siempre ha sido tardón en los cambios de modelo en América Latina.
El desarrollismo industrialista empezó en la región en los años 30, con Argentina, México y Brasil, además de otros países medianos y pequeños. En el Perú sólo llegó al gobierno mucho después, en 1963, con Fernando Belaunde, después de dos décadas de oposición de la alianza oligárquica a admitir que su modelo de exportadores y terratenientes se había agotado. La oligarquía hizo cuanto pudo para frenarlo, incluyendo el golpe de Estado a Bustamante y Rivero en 1948 y el entrampamiento al gobierno de la alianza reformista de Acción Popular y la Democracia Cristiana, entre 1963 y 1968. Velasco Alvarado entró entonces a cortar la larga agonía, sin que obviamente se justifique el golpe como metodología de resolución de conflictos nacionales, como era de estilo entonces, la mayoría, golpes que intentaban acallar los disensos.
La lección aprendida es que no hay que esperar que los cambios se caigan de maduros. La crisis del régimen de latifundios había expulsado a millones de campesinos hacia las ciudades de la costa, que a falta de trabajo abrieron la actual economía informal. Lamentablemente aquí los modelos se cambian sólo cuando ya están fermentados. No somos pioneros, somos la tercera versión, copia de la copia.
Pero eso, igual, le pasó al industrialismo cepalino, instalado tardíamente entonces, en los 60 y 70. Ya en los 80 era otro el panorama, el mundo se estaba globalizando y tecnologizando y no era posible imaginarse al proteccionismo como la estrategia de desarrollo. Manuel Ulloa lo intuyó tempranamente en el segundo gobierno belaundista, pero el premier quedó atrapado en su circunstancia. Luego vino el intento de radicalizar el “modelo hacia dentro” y al final el país se entrampó.
Otra lección: en esos momentos pantanosos deberían diseñarse nuevos futuros a la peruana, combinaciones óptimas entre lo que es deseable y lo viable, reconociendo lo caduco y abriendo las compuertas a lo emergente. Pero no, somos un país de halcones, erizados en las crisis, sin la frialdad de los profesionales de las políticas públicas pese a todas las maestrías y doctorados, y adeptos a comprar paquetes completos del exterior. Y así apareció lo de hoy.
Es bueno advertir que todo cambio cuando las cosas están en aprietos por años oxigena la economía y la vida en general. Trae cosas nuevas, muestra aspectos antes ocultos por la fuerza de los hábitos mentales. Por eso la peruanidad globalizada es un camino ya irreversible, pero no había ni hay una sola forma de globalizarnos y la que se nos propuso insertó a unos y desinsertó a otros. Una cosa es que una nación escoja su proyecto de desarrollo en el concierto mundial y otra que lo recoloquen de proveedor de materias primas para otros desarrollos. Como dice Ha-Joon Chang, profesor de Cambridge, suele suceder que los primeros que suben la escalera del desarrollo, la patean después. Y los costos sociales de esa fórmula de mercado libre con Estado mínimo la estamos pagando todos hoy.
Por eso el descubrimiento tardío, ahora, en medio de una pandemia devastadora, de que el modelo constitucional era el de una economía social de mercado, es incorrecto. Ni ése fue el modelo, ni dice mucho de la solución. Estamos en medio de un tremendo proceso de destrucción no creativa, de una desacumulación económica, social, sanitaria, cultural y humana que nos ha atrapado, más allá de que el PBI salte un pico por el magro punto de partida. Estamos casi a nivel de los países centroamericanos, con el perdón de los mismos. La solución no es tirar al niño con el agua de la bañera, pero esas soluciones cosméticas, que se han vuelto moneda corriente en algunos medios, la sazón del modelo con un poco de gestión pública, algo de simplificación y otro poquito de distribución, retrasan la reflexión más profunda de la crisis y las soluciones reales. Y ello tiene que hacerse antes que sea demasiado tarde. Porque podemos volver a equivocarnos y el país arribar a soluciones foráneas inviables o implosionar más adelante.
Hoy genera un gran malestar el régimen que se estructuró en los 90, una mezcla de políticas de mercado sin Estado en lo económico, y de estado asistencialista en lo social, una economía adicta a la minería y actividades extractivas, un estado mal prestador concordante con la desvalorización de lo público, una nación informalizada por falta de empleo, además de una institucionalidad sumamente débil. Fue consustancial al modelo el alto nivel de corrupción, porque éste no es un problema solo moral, es la ética del individualismo llevada al extremo, que deshace la cohesión social y quiebra el monopolio de la violencia y la vigencia de la ley y fuerza a la justicia según conveniencia. Este es el nudo gordiano que hay que resolver por todos los peruanos, más allá del falso dilema entre conservar lo mismo de siempre o mover todo para no conseguir nada.
Excelente ideas Juan, debes escribir más a menudo
Un abrazo!!
Excelente Juan. Me quedo con la última frase. Estamos entre desatar el nudo gordiano ó apretarlo mas. Prefiero lo primero: conservar lo mismo pero moverlo para conseguir algo mejor.
Saludos