Más de una semana después de la segunda vuelta, peruanos y peruanas seguimos crispados a la espera de que se proclamen los resultados electorales y se resuelvan las impugnaciones presentadas con polarizadas discusiones sobre la forma y el fondo. Lo más saludable para nuestra democracia sería que -a falta de evidencia contundente- este proceso culmine con una deliberación y resolución exhaustiva y transparente de la autoridad electoral y se obvie cualquier propuesta que esté al margen de lo estrictamente constitucional y legal como el apelar a la anulación de las elecciones o a actores como las Fuerzas Armadas que no son deliberantes en un sistema democrático.
Comparto los llamados a la prudencia y la moderación, pero ¿cómo lograrlo en un país que está literalmente partido a la mitad? Los llamados a la responsabilidad se enfocan en la candidata y el candidato y las élites políticas que los acompañan en esta contienda. Se tiene el derecho y el deber de exigirles una responsabilidad con el país que muchas veces ha escaseado. Pero haríamos bien como ciudadanía en empezar a identificar y desterrar actitudes poco democráticas en la discusión pública cotidiana vistas antes, durante y después de las elecciones. Un ejercicio que podría empezar por intentar moderar una polarización que es probable nos siga acompañando un buen tiempo.
Ello pasa por hacer un análisis crítico de lo que se conoce como “sesgo cognitivo”: una “interpretación errónea o ilógica de la información disponible al dar demasiada importancia o demasiado poca a algunos aspectos”[1] . En particular el “sesgo de confirmación”[2] por el cual se acepta casi automáticamente aquello que apoya visiones propias, pero se es escéptico o refractario con lo que las contradice. Aquí algunas primeras sugerencias para avanzar hacia mejores prácticas de deliberación democrática:
–Abandonar el doble estándar para juzgar situaciones similares en virtud del cual todo aquello que se encuadra en una construcción propia de la realidad es justo, viable, razonable e incluso aplaudible mientras aquello que no lo es, es injusto, reprobable, indignante. Solo a manera de ejemplo, mientras unas manifestaciones son justificadas otras son denostadas. El espacio público es de todos. Se tiene derecho a la protesta en tanto no se perjudique el derecho ajeno, sea éste un proceso de vacunación en marcha; la libertad, privacidad o seguridad del otro (también si son funcionarios, políticos o periodistas); o el libre tránsito tantas veces vulnerado en las protestas sociales de los últimos años.
–Dejar de practicar la adhesión acrítica y generar debates de ideas, lo que requiere más argumentación y escucha y menos adjetivos. La descalificación como primer recurso ante cualquier argumento disonante se ha convertido en una práctica común. Primero fue el “terruqueo” y ahora se abre paso el “facisteo”. Se niega el derecho y legitimidad a las voces discrepantes y se ejerce una defensa cerrada de posiciones o líderes sobre los que siempre pueden caber matices o críticas debidamente fundamentadas. Posiciones que suelen llevar en el largo plazo al incremento exponencial de riesgos para nuestro sistema político puesto que aquellos receptores de una confianza ciega suelen sentirse habilitados para actuar sin límites ni contrapesos.
–Dejar de pensar que nuestra democracia requiere de tutores o protectores que cada cinco años vienen a iluminar los conflictos y encrucijadas que no se sabe bien como resolver. Así el Nobel Mario Vargas Llosa ha pasado de ser solo un gran escritor a garante político y viceversa en función de si se comparte opinión con él y se le desacredita cuando no es así. En realidad, siempre ha sido y será la opinión de un respetable ciudadano peruano, ni más ni menos.
Realidades complejas como la nuestra requieren análisis y soluciones que escapen de tentaciones dicotómicas que en nada ayudarán a recuperar una convivencia social tolerante y genuinamente democrática. De hecho, el mejor ejercicio que podemos intentar hacer en momentos como éste es avanzar hacia una ciudadanía crítica que sea capaz de interactuar con argumentos contrarios para comprender las motivaciones y conductas de los otros u otras poniendo a prueba nuestros propios sesgos.
[1] Rubio Hancock, Jaime. Guía para luchar contra tu cerebro: los sesgos cognitivos. Suplemento Verne. Diario El País. 29 de setiembre de 2014.
[2] Rubio Hancock (2014).