Nace un hombre con vocación de escritor en la Unión Soviética comunista. Se trata de Serguei Dovlatov. Su naturaleza lo impulsa a escribir y lo hace respetando su espíritu libertario, ese con el cual teóricamente nacemos todos los seres humanos, pero solamente algunos lo descubren y lo ejercen. Ese descubrimiento, sin embargo, le ocurre a Dovlatov en el lugar equivocado: en la Rusia sin libertades. Pero él es consecuente con su vocación y la cumple conforme a su esencia artística, principalmente transgresora y beligerante.
Oficio es una expresión de dicha creación liberadora. Se trata de una obra de auto ficción que Dovlatov divide en dos partes: una primera que recoge sus relatos en la Rusia comunista, y la otra que se refieren a su experiencia en New York, ciudad en la que vivió después de emigrar a Estados Unidos y en la que falleció prematuramente en 1990.
Las historias de su época soviética son divertidas por lo desafiantes a la ortodoxia del sistema. Dovlatov, como todos los artistas contestatarios, estaba sujeto a una escrupulosa censura. Las entrevistas que nos cuenta con sus censores son de tan fina ironía que nos provocan algunas sonrisas y no menos sorpresas. Dovlatov nos confiesa que la verdadera vocación de un escritor es publicar, que otros lo lean. Esa búsqueda se convierte en un vía crucis que le permite crear una literatura de humor inteligente y profunda reflexión. Su persuasión para lograr los permisos para publicar y las reconsideraciones por los recortes aplicados a sus creaciones por los comisarios de la vigilancia, constituyen un verdadero mosaico de la sutileza artística.
Oficio no es una obra compleja, a pesar de los sentimientos que emergen y los valores que están en juego. Está tan bien escrita que resulta divertida, no obstante que de por medio está la libertad.
Podría llegar a decirse que Dovlatov es un bromista con buena prosa. Un estridente discreto. Dificulto que los censores rusos se hayan dado cuenta.
La segunda parte del libro es la de la aventura norteamericana. Dovlatov emigra a los Estados Unidos tan luego se le presenta la ocasión, buscando la libertad de seguir escribiendo para publicar. Como lo hacen otros artistas rusos, entre ellos Joseph Brodsky, el poeta de la Unión Soviética más relevante de la segunda mitad del siglo XX, quien llegara a obtener el Premio Nobel de Literatura el año 1987, y fuera amigo íntimo de Dovlatov.
Los relatos escritos en los Estados Unidos tienen un hilo conductor: crear una publicación, escrita en ruso, para la numerosa colonia que estaba formándose como consecuencia del fenómeno migratorio de la época. No hay que olvidar que se trata de intelectuales soviéticos radicados en suelo norteamericano en plena Guerra Fría. El desafío era entonces inmenso y difícil al mismo tiempo.
Las historias de esta segunda parte son igualmente cautivantes, teniendo en cuenta el contexto mencionado. Era claro el deseo de hacer la publicación. Dovlatov, un entusiasta promotor de la idea nos cuenta, siempre con humor, cómo y quiénes adoptaron la decisión. Los cuidados que había que tener para evitar cualquier sospecha por parte de las autoridades norteamericanas, es otro relato en el que Dovlatov vuelca su preocupación y su ironía. Y es que no dejaba de ser revelador que un grupo de migrantes soviéticos quisiera editar, en aquel momento, una publicación en ruso en suelo estadounidense. El financiamiento de la publicación es otra historia que merece un relato lleno de anécdotas y detalles que combinan sobresaltos, malos humores y preocupaciones.
Dovlatov es un escritor de párrafos cortos pero suficientes para entender qué quiere transmitir. Reflexiona, cuestiona, comunica. En pocas palabras puede decir lo que otros autores necesitan hacer en varias páginas. Esa es su característica fundamental: utilizar algunas palabras precisas para transmitir la carga que encierran.
El magisterio de la literatura de Dovlatov hizo que la prestigiosa revista The New Yorker lo tuviese en la nómina de sus colaboradores habituales, no obstante que siempre escribió en ruso.
La cuidada y bella edición que hace Fulgencio Pimentel de Oficio hace doblemente gratificante la experiencia de leerlo.