La nación es una fatalidad, un destino, como lo es nacer en una familia; uno no la escoge, se la tiene que aprender a querer —parafrasea Cecilia Méndez a Benedict Anderson, en una interesante entrevista en el programa Sálvese quien pueda[1]. ¿El Perú es una suerte de familia o múltiples familias? ¿Una nación o familia profundamente escindida?
La independencia y la república no dieron solución a las enormes fracturas al interior del país; en algunos casos, las profundizaron. Y su bicentenario confronta al Perú con muchas de esas antiguas fracturas, expuestas. En un artículo anterior, intenté explicar la división que mostraron los resultados electorales, diferenciando los criterios demográfico y territorial. En una perspectiva que complejiza este asunto, Guillermo Rochabrún afirma que, “Espacialmente, la división se ha dado entre residentes (tanto nativos como migrantes) de las zonas que más se integraron al crecimiento de las últimas décadas, y quienes residen fuera de ellas: vale decir, los huancavelicanos que viven en Lima habrían votado de manera opuesta a sus paisanos de Huancavelica” y precisa que lo real sería el “contraste secular entre Lima y ‘el resto’ del país, contraste ahora percibido con mayor intensidad por los estragos de la pandemia”[2]. ¿Familias con intereses contrapuestos?, ¿cómo tender vasos comunicantes?
Hasta por lo menos el 2019 se asumía — en la retórica oficial— que celebraríamos a lo grande los 200 años de nuestra independencia, dando por superadas muchas de nuestras taras nacionales, sin que se admitieran opiniones disidentes que cuestionaran los motivos de celebración. La pandemia quebró esos delirios apenas hilvanados de 30 años del “milagro peruano”, mostrándonos como un país frágil y extremadamente desigual.
En línea con esas fracturas, las elecciones generales, al menos luego de la primera vuelta, se desarrollaron como una verdadera “guerra electoral”. Uso el término de “guerra”, por la retórica bélica empleada, sumamente violenta, especialmente desde la derecha más conservadora, aunque en la izquierda también se hayan suscitado algunos casos, pero sin término de comparación. De manera paradójica, los medios de comunicación más importantes, difunden la idea de una actuación equivalente en ambos sectores.
En sujeción a los hechos, tenemos que, por un lado, el profesor Castillo fue electo, con una diferencia pequeña, derrotando a Keiko Fujimori. Por otro lado, Fujimori y sus aliados desplegaron una serie de acciones que no solo perturban el ambiente político y social, sino que han extendido un manto de dudas sin fundamento real alguno, concluyendo, ante la inminencia de la proclamación de Castillo como Presidente Constitucional de la República, que ella va a reconocer los resultados porque es lo que manda la ley y la Constitución que ha jurado defender. Este es el anuncio de que la guerra política continuará.
Cecilia Méndez afirma que lo que ha sucedido realmente es que sectores secularmente excluidos, han ganado las elecciones por la vía democrática y los sectores más vinculados a los poderes fácticos están oponiéndose a esta victoria de manera antidemocrática. En esa misma ruta, García Linera dice que “La democracia se revitaliza desde abajo, pero paradójicamente por ello, se ha convertido en un medio peligroso para los ideólogos neoliberales que fueron demócratas en tanto el voto no pusiera en riesgo el consenso privatizador y de libre mercado. Pero, ahora que la calle y el voto impugnan la validez de este único destino, la democracia se presenta como un estorbo y hasta un peligro para la vigencia del neoliberalismo crepuscular”[3]. El fujimorismo y sus aliados despliegan todo su esfuerzo por impedir que los resultados electorales tengan eficacia y, menos aun, legitimidad. Siguiendo con la Lawfare, han desplegado diferentes acciones judiciales y anuncian que recurrirán a instancias internacionales.
En paralelo, periodistas afines a los poderes fácticos hicieron llamados a la insurgencia, alentaron la toma de palacio de gobierno e, incluso, uno de ellos dramatizó, en acto abiertamente intimidatorio, con una pistola en la mano. Las derechas han movilizado, espontáneamente o no, a sus seguidores, mostrando esa capacidad política novedosa, sin dejar de mencionar los actos vandálicos y violentos en que incurrieron; por si fuera poco, dos de los miembros del grupo fujimorista autodenominado “La resistencia” (nombre que se inspira, entiendo, en la serie española “La casa de papel”) fueron entrevistados en horario estelar. La derecha liberal, en boca de Vargas Llosa, ha señalado que “todo lo que se haga para frenar esa operación turbia que va contra la legalidad, en contra de la democracia [alude al supuesto fraude que, reconoce, no puede probar], está perfectamente justificado”. El escribidor dio el paso que faltaba, reconciliándose con su némesis, Alberto Fujimori, tan es así que, abrazando una opción abiertamente golpista, hoy recitaría con el pecho henchido aquella vieja declaración de von Hayek: «Mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente». Es la guerra, en ella todo está permitido; las caretas y el pudor son irrelevantes ahora y en eso radica “uno de los puntos centrales del éxito de las actuales extremas derechas: ‘hablar claro’, abandonar los eufemismos ‘políticamente correctos’ impuestos por unas élites progres que censuran los discursos sobre lo real”[4]. ¿Creerá alguien con mínimo de sensatez las denuncias de parcialidad contra el Presidente Sagasti? La verdad no importa, lo único que les interesa es proseguir la guerra y desarrollarla en diversos escenarios, convencionales y no convencionales.
Por su lado, el presidente electo —y al fin proclamado— sigue reuniéndose con diferentes actores sociales, entre los que destacan también algunos representantes de grupos empresariales. Muestra capacidades de negociación y hasta serenidad para afrontar esta guerra política que le han declarado. Con su proclamación, los días venideros hasta su juramentación serán realmente cruciales, pues servirán de termómetro para comprender lo que se viene. Por lo pronto, van aumentando el número de actores que reconocen e incluso felicitan al Presidente Castillo.
Todo el ambiente está enrarecido, parece que hemos vuelto a ese estado en que todos estamos enfrentados contra todos, situación de la que será posible salir solamente si somos capaces de llegar a acuerdos fundamentales, un nuevo contrato social. Parece que no tenemos un horizonte común como país. Habría que imaginarlo colectivamente y, a partir de ello, construirlo. Quizá García Linera tiene razón cuando afirma que “Estamos en un tiempo liminal. Algo se está cerrando, todo el mundo sabe lo que está envejeciendo, languideciendo, pero nadie sabe con exactitud lo que viene. El progresismo es un intento de salida, el radicalismo trumpista es otro intento, el golpe es otro”[5].
Con la victoria del profesor Castillo se abre una alternativa esperanzadora. ¿Será posible esta vía, dos siglos después de nuestra primera independencia?
[1] Ver en https://www.youtube.com/watch?v=-yoMpD3Wqk8
[2] ROCHABRÚN, Guillermo. ¿Polarización? ¿De qué estamos hablando? En: https://www.revistaideele.com/2021/06/21/polarizacion-de-que-estamos-hablando/
[3] GARCÍA LINERA, Álvaro. Vargas Llosa y el liberalismo putrefacto, ElDiarioAr, ver en: https://www.eldiarioar.com/latinoamerica/vargas-llosa-liberalismo-putrefacto_129_8078637.html?fbclid=IwAR18C_CEmAe0ASe3QOlD_d1Gpmu7gkXG4a0VH_8glMpeJ-ippgPt7V3tuwE
[4] STEFANONI, Pablo. ¿La rebeldía se volvió de derecha? Como el antiprogresismo y la anticorrección política están construyendo un nuevo sentido común (y porque la izquierda debería tomarlos en serio), Libro digital, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 2021, p. 102
[5] GARCÍA LINERA, Álvaro. Entrevista. Ver en https://www.eldiplo.org/notas-web/hoy-el-neoliberalismo-es-el-defensor-de-un-mundo-en-retroceso-no-un-constructor-de-futuro/?fbclid=IwAR1Sfia-8Y0J0QHLAZfMBiz3y9e2Zu-KY7CdOXI9ngQNNP6F94q-ZSTOuII