Era un viaje postergado con mi hijo menor, justo por la pandemia. Pucallpa, ciudad capital de Ucayali ubicado en la provincia de Coronel Portillo, era el lugar elegido. Su selva, su calor, sus ríos, su gastronomía, su gente y un par de amigos eran sus atractivos. Llegamos y rumbo a nuestro hotel, mi parner comenta al paso: “veo algunos que no usan mascarilla”. Miro un rato a las calles y, a ojo de buen cubero, calculo un 20% liberado de algún tapaboca. Tampoco veo que cumplan, mayoritariamente, con el distanciamiento social. Luego de esta oteada, pregunto al chofer que nos transporta cómo iban con la vacunación: “ya están vacunando hasta los de 18 años”. Que bien, me digo, y le menciono que varios no usan mascarilla. “Sí, muchos se relajan”, responde.
Me asaltan dos preocupaciones. Le suelto la primera: “si están vacunando a los jóvenes, ¿será porque habrá mayores que no se están vacunando?”. Señala conocer a varios adultos mayores que no quieren vacunarse. Repregunto por los motivos y comenta: “dicen que la vacuna trae el virus o que si se vacunan se van a morir”. Lanzo mi segunda inquietud: “¿y cómo van con las comunidades nativas y más allá de la ciudad?”. “Debe ser peor”, conjetura sin preocupación.
Al día siguiente vamos a una laguna con varios puntos de visita. Coincidimos con un viajero intrépido, ingeniero industrial limeño, que había recorrido la selva central desde Huancayo hasta Pucallpa, con varios trechos por río. Le pregunto cómo había visto, en su trayectoria, el cumplimiento de las medidas de protección ante el COVID 19. Afirma, convencido, que muy poco. “O todos ya están vacunados o no les dan importancia”, especula. Sus comentarios me supieron a “limeño desdeñoso”. Pronto me tragaría mi prejuicio de limeño a limeño. Paramos en una comunidad, denominada mestiza, a un día de su aniversario. Salvo los que hacíamos turismo, la gran mayoría de locales no usaba mascarilla, sin preocupación por las aglomeraciones y sin ningún dispensador de alcohol como de lugar donde lavarse las manos. Era un ambiente, seguramente, como antes de la pandemia. Pasamos por una cancha de fútbol bastante concurrido por peloteros de varios lugares y generaciones, barras incluidas, en pleno campeonato. Una ruidosa cumbia de fondo con unas 50 cajas de cerveza apiladas, esperando ser consumidas por haber ganado o perdido. El baile y el yo te estimo, asegurados.
Un día después salimos rumbo a unas cataratas, a 3 horas de distancia. Con un rutero experimentado y locuaz. Confirma que muchos mayores, hasta jóvenes, no quieren vacunarse. Le pregunto por qué y me lanza su entender: “debe ser por los evangélico y los israelitas, ellos no creen en las vacunas”. He visto un par de pintas de éstos últimos (FREPAP) en la carretera. Me pide entrar a Aguaytía, provincia de Padre Abad, para entregar un sobre. Entramos y aprecio en sus calles a muy pocos usar mascarilla y sin guardar el distanciamiento. Avanzamos y se lo hago notar. “De mil una persona lo usará”, exagera. Apelo nuevamente al ojo de buen cubero, un 80% no usan mascarillas y lo del distanciamiento un mal recuerdo.
Esa noche, por un zoom comprometido, salimos tarde a cenar. De regreso al hotel noto poca gente en las calles, le pido a mi hijo acelerar el paso que el toque de queda podría ser más temprano que en Lima. “Creo que no hay”, retruca. Estábamos a un paso de la comisaría y lanzado le pregunto al policía de la puerta: “jefe a qué hora es el toque de queda”. “No hay”, responde conciso y con autoridad. Atrevido, vuelvo a la carga: “Pero en todas las regiones debe haber”. Con más fastidio que autoridad informa: “Es que aquí no se cumple”. Ante tanta incomodidad, es mejor seguir nuestro camino.
Debo ver a mis dos amistades, antes de retornar. Además, para alcanzarles mis impresiones y recibir las suyas, más calificadas e informadas. En el primer caso en verdad son dos, un párroco y un laico, ambos comprometidos con la dimensión social de la Iglesia Católica y con más de una década trabajando en la región. Por agendas complicadas solo puedo reunirme con el segundo, enfermero de profesión, a cargo de un centro de atención para enfermos en abandono. Menciona que con el párroco son parte de la Pastoral de Salud del Vicariato de Pucallpa. Pregunto si ha funcionado el Comando Regional Covid, responde que inicialmente sí pero que hace un buen tiempo no. “El gobierno regional entre que no quiere y no ha sabido liderar este esfuerzo. Aunque lo que si viene funcionando es el Comando Regional de Vacunación, que con sus más y su menos viene tomado decisiones como el Vacunaton que incluyó a los mayores de 18 que fue muy masivo y de gran impacto. Encima la relación entre autoridades regionales, provinciales y distritales son malas. Hay temas de corrupción que los deslegitiman”. Inquiero por iniciativas desde sociedad civil en este contexto: “están desarticuladas y cada quién en lo suyo”, responde con cara de circunstancias. Pregunto por las organizaciones sociales, las de poblaciones nativas, la propia población y la respuesta es casi la misma. “Acá la primera ola fue fuerte. La segunda afectó menos y la gente se ha confiado. Prima el individualismo, el relajo y la informalidad”, reflexiona con desasosiego.
A la otra persona que tenía mucha expectativa en ver, literalmente, no se concretó. Profesional de la salud que conocí virtualmente, en medio de la pandemia, como parte del equipo de una intervención multisectorial desde el MINSA y ella como gestora territorial de dicha región. Por su dedicado rol no podemos coincidir, actualmente es parte del equipo regional de vacunación a las poblaciones nativas. No me queda más que llamarla. “Nos iba mal pero el Vacunaton ha ayudado, en las comunidades se han enterado y han visto que les ha pasado nada a los que se vacunaban”. Han enfrentado las creencias adversas a la vacuna de muchas comunidades y sus apus, en varios casos han podido convencer y en otros no tanto, hay avances, pero queda mucho por hacer y persuadir. Le afloran recuerdos de cómo demostrar que la vacuna no inocula chip alguno, apelando a una tarjeta de crédito y la imposibilidad que su chip pueda ser absorbida por la aguja de la jeringa. De recurrir a confesión evangélica para desestimar aquello de que con la vacuna se les va introducir el “sello de la bestia”, el diablo y el temido “666”. Grábate, escribe, sistematiza, le imploro. Finalmente le pregunto por los comités comunitarios anti Covid, pertinente iniciativa que las autoridades les ha costado sostener que casi han desaparecido.
Tres observaciones últimas y sueltas. 1) Encontré un lugar donde si cumplen con los protocolos, es el caso del Mercado Minorista, al costado del Mayorista y cerca al Aeropuerto. Fue el único sitio donde vi que vendían mascarillas en la puerta. Para entrar exigen tener doble mascarilla, te miden la temperatura y te echan alcohol en gel en las manos. 2) En las carreteras, al menos en la Federico Basadre donde circulé, con buena señalética, el respeto de la velocidad pauteada es un saludo a la bandera. Letreros visibles de máxima velocidad a 30, 40 o 50 km/h son recorrido a velocidades entre 100 y 130 km/h. 3) A dos meses de la segunda vuelta, y tres de la primera, ni huellas de los partidos políticos. En mis recorridos sólo pasé por un local partidario, con su cartel de Perú Libre, cerrado en los dos momentos que lo divisé. Son agrupaciones de circunstancias, sin existencia regular, que viven para los procesos electorales.
Esta visita me deja la sensación de estar, en pequeño, ante un país “fallido”. De avances que son opacadas por las fracturas, brechas, desencuentros, que pasan su irremediable factura. Con un Estado que funciona y ordena muy poco; con una sociedad en el que cada uno parece hacer lo que quiere (y puede); con un sistema político de fantoches y de noche de brujas; y una economía del vale todo y cada uno baila con su pañuelo. Donde estos asuntos del bien común y la emergencia sanitaria, son asuntos extraños y de otros. Y se nos viene inexorablemente la tercera ola y con la amenaza de la variante Delta, altamente transmisible y de comportamiento más agresivo. En Ucayali, como en otras regiones y algunas zonas de Lima, ¿habremos aprendido las lecciones del evento más mortal y dañino de nuestra historia republicana? ¿las autoridades en sus distintos niveles, el sector privado, la sociedad civil y la ciudadanía, darán la talla esta vez? ¿lo de mantener, y reforzar, las precauciones sanitarias contra el virus serán factibles y efectivos ante lo que se viene? ¿cómo revertir estos prejuicios previos y las desinformaciones maliciosas de distinto signo respecto a las vacunas anti Covid? ¿no estaremos en terreno favorable para que los indicadores de afectación sean mayores que los previstos oficialmente en los escenarios más negativos?
Debo cerrar, pero tengo a la vista un link con un artículo de título sugerente: “La pandemia y el desempeño político”. Lo escriben Francis Fukuyama y Luis López, académicos USA. Su punto es sobre los desempeños de los gobiernos para controlar la pandemia, de los factores que permiten garantizar una gobernanza. A partir de la evidencia internacional identifica tres: capacidad estatal, confianza social y liderazgo político.
El primero es básico y tiene que ver con un sistema de salud pública sólido que, aunque hay avances importantes, sucumbió en las dos primeras olas y tambaleará en una tercera. Lo segundo, los autores, lo ubican en dos dimensiones: confianza en sus gobiernos y confianza entre ciudadanos. En ambos estamos muy deficitarios. Y el tercero, en un creciente contexto de polarización, nos encuentra con una “clase política” (nacional y regionales) que están lejos de serlo, tampoco de parecerlo. Muy deslegitimada y en un antiguo, e improductivo, juego del palo encebado.
Los resultados de estos diferentes cálculos políticos se ven. El liderazgo político tiene lugar en muchos niveles; pero sin una acción coordinada y cooperativa entre las jerarquías y los sectores del gobierno, la respuesta política general será menos efectiva.
“Una capacidad estatal limitada, una baja confianza social y un liderazgo político deficiente son señales de advertencia de un deterioro democrático… (que se verán) reflejados tanto en la eficacia como en la sustentabilidad de las respuestas nacionales ante la pandemia”, afirman Fukuyama y López. Ante una situación política y gubernamental incierta y complicada, se necesita que además de los actuales titulares entren en acción más y nuevos protagonistas para pensar (y hacer) cómo superamos nuestros múltiples déficits de gobernanza y gobernabilidad. Hay un país y muchas vidas en juego.