Durante la última semana, buena parte de las críticas hacia el gobierno se ha agolpado en la Cancillería, tanto por el perfil del ministro Héctor Bejar como por los trascendidos en torno a la política exterior en tiempos de Pedro Castillo. ¿Qué se puede decir al respecto?
Quizás la más esgrimida de las críticas contra Bejar sea su pasado como guerrillero en 1965. Los argumentos han ido desde la condena a rajatabla – sin analizar el contexto histórico – hasta la defensa romántica – sin comprender lo que implica resaltar la lucha armada en un país que ha tenido cerca de 70,000 muertos a causa de la violencia -. Como en muchas cosas, nos falta perspectiva para, junto con la necesaria condena a eventos armados, también se pueda señalar cómo surgieron y como evitarlos en el futuro.
Pero más preocupantes son declaraciones de los últimos años dadas por el hoy ministro, en las que esgrime una visión sobre el país y las relaciones internacionales que compatibiliza más con teorías de la conspiración antes que con políticas públicas congruentes, como se ha visto en varios videos. El gobierno debería evaluar si es que, manteniendo una política exterior progresista como la enunciada por el Canciller en su mensaje inicial en Torre Tagle, no debería tener una figura menos controvertida en un puesto tan delicado.
Una segunda cuestión es la poca congruencia en el equipo ministerial. Si bien Bejar ha señalado el necesario impulso que temas ambientales y de género deben tener en una política exterior como la peruana – cuestión en la que le damos la razón –, el discurso queda corto cuando vemos que el presidente del Consejo de Ministros elude brindar disculpas sinceras sobre sus expresiones homofóbicas o cuando se mantiene a un ministro del Ambiente que no tiene experiencia alguna en el sector. De nada vale firmar convenios importantes si es que la política interna no viene acompañada de gestos y personas que estén realmente comprometidas con estas causas.
Un tercer evento es Venezuela. Ha trascendido la posibilidad que Perú deje el Grupo de Lima, más cercano a las posiciones opositoras. Esto ha motivado las alarmas de los sectores más a la derecha, que ven aquí una prueba del supuesto alineamiento de los intereses peruanos con los gobiernos de Caracas y La Habana, así como los paños fríos de nuestra centro izquierda, que ha señalado claramente que la iniciativa con el nombre de nuestra capital ya estaba herida de muerte desde hace tiempo – tanto por la creciente debilidad del gobierno paralelo de Guaidó como por la pérdida de norte común sobre la problemática venezolana – y que era momento de reevaluar cómo Perú participaba en el proceso de recuperación de la democracia en el país del norte.
Es momento que Cancillería indique cual será la posición peruana sobre el caso venezolano, que debería ser lejana tanto de las voces que piden invasión extranjera como de la complacencia con un gobierno cada vez más dictatorial. Y por supuesto, más empática con los miles de migrantes provenientes desde varios puntos de Venezuela.
En suma, como dijimos la semana pasada, se puede tener un gobierno de izquierda con políticas públicas orientadas hacia ese sector, pero con personajes menos controversiales y, además, con una mayor congruencia en el equipo ministerial. Algo que sigue siendo la principal pata floja de un gobierno que, por ahora, busca contentar a las diversas facciones en su interior. Y ello también se nota en la política exterior.