Por: Neptali Carpio
Conforme suben los decibeles de la polarización política nacional, esta es directamente proporcional al aumento de una fractura socio cultural entre macro regiones. Si los sectores mas radicales de la derecha imaginaron que la movilización capitalina de sectores medios y altos, con un discurso altamente confrontacional, arrastraría a vastos sectores del interior del país, estuvieron equivocados, a pesar de los sucesivos cometidos por el gobierno. Ha sido sorprendente que, en las encuestas de CPI, DATUM e IPSOS, la caída de popularidad del presidente no solo se haya detenido, sino esta haya crecido hasta en un 5%, en comparación con el mes de agosto.
El propio comportamiento de la sociedad peruana frente a la muerte del líder terrorista Abimael Guzmán, muestra esos agudos contrastes. Mientras casi solo en Lima se produjeron movilizaciones en espacios mesocráticos, reducidas a Miraflores y el Centro de Lima, al interior del país la respuesta fue estoica y silenciosa por parte de la población. Llama la atención que en los lugares donde la violencia senderista fue brutal y con mayor cantidad de víctimas, como en Ayacucho, Junín y otras regiones del sur andino, la muerte de Abimael Guzmán, no haya tenido la respuesta altisonante de determinados sectores de la capital. Quizás esa sea otra de las respuestas del interior del país frente a un relato infestado de demonios, como ha ocurrido en el hilarante discurso de determinados sectores de la ultraderecha en el Perú, frente a la muerte del líder senderista.
Otro dato de la realidad mostrado por las encuestas es la fractura entre Lima-Costa Norte y las zonas andinas respecto de la valoración política del régimen. Por ejemplo, según Ipsos, el 62% en Lima lo desaprueba y solo el 29% lo aprueba, mientras que en el sur el 57% lo aprueba y solo el 29% lo desaprueba. Una cosa similar ocurre respecto de los niveles socioeconómicos. Mientras que en el sector A, 82% lo desaprueba y solo un 15% lo aprueba, en el E, el 55% lo aprueba y el 32% lo desaprueba. Una cabal demostración de que mientras la oposición se limite a unas cuantas marchas de sectores acomodados con el estrado lleno de políticos tradicionales, refuerza la hipótesis de partida de que esta es una confrontación entre ricos y pobres o entre una Lima tradicional y el interior del país. A tal punto que los viajes y convocatorias de manifestaciones, por parte de sectores de la derecha hayan tenido que ser suspendidas en las capitales de regiones del país.
Algunos amigos liberales como, Juan Carlos Tafur, llegan incluso, evidentemente desencajados, en señalar que ya estamos ante una desinflada de las expectativas de una vacancia express. Para este sector liberal, esa causa se debe a la claudicación de la oposición en el Congreso, al darle la confianza al Gabinete Bellido. Sospecho que ese análisis es muy epidérmico y superficial, sin ir a causas más profundas en relación a lo que está ocurriendo en la sociedad, a casi 70 días del gobierno de Pedro Castillo. En el fondo, no hay un esfuerzo por comprender las razones del triunfo de Pedro Castillo en las elecciones presidenciales. No se percatan de la existencia de una aguda fractura social y cultural, que por ahora favorece al actual presidente, a pesar de sus graves errores.
Simbólicamente, en ese desgaste de la oposición frente al gobierno contribuye también el Congreso, con parlamentarios capitalinos elegidos en distritos mesocráticos y de clase alta y que son los que comandan un discurso, exageradamente confrontacional. Según la última encuesta de El Comercio-Ipsos, la aprobación del Legislativo pasó de 40% a 37%. Por otro lado, su desaprobación alcanzó un 49%, cinco puntos más que el mes pasado. En tanto, el respaldo de la presidenta del Parlamento, María del Carmen Alva, pasó de 37% a 33%. La desaprobación de su gestión creció diez puntos y pasó de 37% en agosto a 47% en setiembre. Nunca debemos olvidar que la actual presidenta del Congreso, residente en el distrito de Miraflores, haya sido elegida con la minúscula cantidad de 25,770 votos, pero es la presidenta del parlamento.
El historiador, José Ragas, ha sido más audaz en interpretar el actual desgaste de la oposición frente a Pedro Castillo. Según Ragas, el comportamiento de actual presidente no es confrontacional, y avizora que de alguna manera él está esperando que se desgaste la oposición. Se sorprende de un presidente que no sale a responder de manera frontal, a todos los flancos que se han abierto y que son varios. En ese sentido, el historiador cree de alguna manera que Pedro Castillo está esperando un mayor desgaste de la oposición, tal como lo expresan las encuestas. En el fondo es un comportamiento empático y asertivo frente al hastío de amplios sectores ante una recurrente polarización y frente a una racionalidad popular que cree que al gobierno hay que darle un mayor tiempo para que pueda desplegar su capacidad de gobierno.
En estas condiciones, Lima aparece como el recinto de un discurso intolerante, como un ecosistema mediático de medias verdades o mentiras. Es el espacio conservador del país, con acciones y marchas que, en sus peores momentos, han llegado a agresiones brutales como ha ocurrido recientemente con el ex fiscal Avelino Guillen y el periodista Jaime Chincha. En estas condiciones, como si a una acción le corresponda una reacción, el resto del país empieza a mostrar un alto rechazo territorial, tal como se ha expresado en las últimas elecciones, frente a este rol predominantemente intolerante y conservador de la capital. Desgraciadamente y por ahora, no hay ningún sector de las elites limeñas protagonistas de este comportamiento, que pueda ingresar a un momento reflexivo para sentar las bases de una derecha liberal, democrática y tolerante.
Mientras tengamos una derecha incapaz de procesar una auto reforma cultural, que le permita anclar en la simbología y el imaginario del amplio espacio territorial andino, en el sur, el centro y norte del país, con un nuevo relato y oferta política, ésta seguirá aislada en su burbuja capitalina.