Como en la treintañera canción de Loco Mía, Fuerza Popular y el partido español Vox se han dicho mutuamente “quiero tenerte junto a mí”. Más allá de las coincidencias ideológicas y nominales entre dos agrupaciones políticas que añoran tiempos en los que la democracia era aniquilada y cuyos idearios son un homenaje a la caverna, hay intereses disímiles de por medio que parecen ser más fuertes que cualquier confluencia de ideas y homenajes a sujetos tan despreciables como Franco y Fujimori.
Como bien ha señalado Raúl Asensio, no es que exista en Vox – más allá de los mensajes en esa línea para consumo español – una nostalgia colonialista en su acercamiento a partidos y líderes de opinión latinoamericanos. En su visión, el investigador del Instituto de Estudios Peruanos refiere que el partido ultraconservador busca fortalecer sus lazos con nuestra región para la obtención de financiamiento y consultorías, del mismo modo como Podemos, el hoy socio minoritario del gobierno del PSOE, lo hizo para poder crecer durante la década pasada. Su objetivo es, en sus palabras, la “acumulación de capital económico, simbólico y humano”.
Lo que señala Asensio es absolutamente razonable. De un lado, porque otros partidos españoles están haciendo exactamente lo mismo. No en vano varios de los cuadros más fuertes del Partido Popular español – como Pablo Casado, José María Aznar e Isabel Díaz Ayuso – vienen rodeando hace tiempo al cada vez más conservador Mario Vargas Llosa y las figuras a su alrededor en la región. El espaldarazo del Premio Nobel de Literatura al PP – y probablemente, de buena parte de su corte política latinoamericana – es una clara respuesta al intento de latinoamericanización de Vox a través de la formación de la Fundación Disenso y la suscripción de la Carta de Madrid. Este último documento ha sido firmado por figuras conservadoras como el argentino Javier Milei, el exalcalde de Caracas Antonio Ledezma y el candidato presidencial chileno José Antonio Kast. En el Perú, han suscrito el documento parlamentarios de Renovación Popular, Avanza País y Fuerza Popular, así como lobistas y periodistas conservadores, con ánimo de activistas.
De otro lado, porque Vox requiere de un amplio peso de estas figuras para hacerse notar en España. Que Kast, Milei y la propia Keiko Fujimori hayan sido expositores o hayan mandado saludos virtuales les permite a los ultramontanos españoles lavarse la cara de los cuestionamientos a declaraciones abiertamente xenófobas que líderes de esta agrupación han hecho en contra, entre otros, de migrantes latinoamericanos.
¿Y qué busca ganar Keiko Fujimori? Una primera vocación es la judicial. La excandidata presidencial sabe que existe la posibilidad que vuelva a prisión y/o que el próximo año se inicie un juicio oral en su contra. Para que su discurso de supuesta perseguida política – para el cual, por cierto, no hay asidero – pueda tener resonancia, requiere de un andamiaje político que le haga rebote. Dado que es poco probable que los Vargas Llosa, pese a todo, se lo concedan, Vox le puede dar esa baza con todo el movimiento alrededor de la Carta de Madrid.
Pero una segunda cuestión es la política interna. En el fujimorismo le tienen pavor a Rafael López Aliaga, y están buscando disputarle electorado. En la creencia de Keiko, ser más derechista que el líder de Renovación Popular le representaría un buen negocio. El problema es que, con lo ocurrido en este último año, los extremos que ella y Vladimir Cerrón representan parecen comenzar a agotar su atractivo. El regreso a cierto grado de normalidad llevará a que la política peruana vuelva al centro – a veces ideológico, la mayoría de las ocasiones equidistante de extremos o “nunca queda más con nadie” – donde la mayoría de los peruanos parece ubicarse.