El presidente Castillo ha emprendido fuertes cambios en su gobierno a solo 70 días de iniciado este. Todo tuvo un trámite rápido. En un solo día, Castillo ha pedido la renuncia del gabinete, emitido un mensaje a la Nación, designado a la nueva premier y a seis nuevos ministros, y juramentado a un nuevo equipo de gobierno, en una operación que podría calificarse al mismo tiempo de un giro, una fractura de la estructura inicial del Gobierno y una nueva oportunidad.
Es incompleto afirmar que se trata de un giro a secas, sin apellidos. Solo los hechos mostrarán si el desplazamiento fue hacia la moderación. Por lo pronto, es un giro hacia la eficacia y la responsabilidad. Los cambios apuntan a dejar atrás el radicalismo vacío, el principal atributo del gobierno hasta ahora, una seguidilla de declaraciones con escasas realizaciones. Varias de las carteras con nuevos ministros no pudieron levantar vuelo en 70 días.
En la misma dirección, el giro pretende darle coherencia al Gobierno, de lo que ha carecido desde el inicio, y limar los filos de un gabinete sin liderazgo. Sería ligero considerar ideológicamente “moderada” a la nueva premier Myrtha Vásquez. Su misma presencia puede ser una apuesta “radical” si se considera su procedencia, su compromiso con los DDHH, el feminismo y el ambiente. Su moderación podría referirse a las formas democráticas -sin excesos verbales y provocaciones gratuitas- y a la vocación por el consenso.
La salida de Guido Bellido de la PCM y la nueva posición de la dirección de Perú Libre implica una fractura del diseño inicial del Gobierno. Continúan en el gabinete los ministros de Perú Libre y de Juntos por el Perú, pero ya no existe una coalición de partidos de izquierda en el Gobierno. El Frente Amplio y RUNA se quedan sin ministerios, el Gobierno se cierra un poco arriba, pero se abre abajo, a los movimientos sociales que pasan a ser la base más propia y quizás más importante del presidente. El castillismo reemplaza al cerronismo. El centro de gravedad se traslada. El presidencialismo es una cama muy estrecha.
Esta no deja de ser una apuesta riesgosa. Con una escasa intermediación partidaria, las demandas sociales se ubicarán a flor de piel, obligando a salidas más urgentes a problemas complejos, una tensión que “volverá” arriba para su solución, a los espacios institucionales donde los medios y la derecha, especialmente la ultraderecha, ejecutarán su guion de colaboración cero con el Gobierno.
Si la relación Gobierno-movimientos sociales no es fluida y eficaz no superará el filtro del Congreso, por ejemplo. El debilitamiento del Gobierno vendría entonces de abajo por omisión y desencanto. Gran parte del desenlace dependerá del papel que juegue la bancada de Perú Libre que, como partido que ha ganado las elecciones, tiene el derecho de participar en el Gobierno (aunque no coparlo), una expectativa que puede sonar extraña en un país en el que terminaron gobernando los grupos que perdieron las elecciones. Si la bancada oficialista se fractura, el presidente quedará muy expuesto ante un Congreso crecientemente vacador.
Esta es también una oportunidad para Castillo, que ya ha demostrado que simboliza el cambio. Ahora le toca también hacerlo. Para ello, el gabinete deberá presentar en el Congreso una nueva política de Gobierno, con algunas prioridades distintas a las planteadas el 26 de agosto por el gabinete Bellido. No serán ni más ni menos radicales porque -si recordamos- fuera del chacchado de coca en el hemiciclo, el Gobierno presentó un programa tibio en aquella oportunidad. Lo que la crisis reclama es que el Gobierno presente nuevos qué y nuevos cómo. Y los implemente.
De acuerdo Juan. Creo que el reto del gabinete Vásquez es definir (porque hasta ahora no ha estado claro) cuál va a ser el contenido del cambio que es posible y necesario enfrentando y transformando la actual correlación de fuerzas y el plan de acción para ponerlo en práctica. Acción política y no retórica, liderazgo y trabajo en equipo y no protagonismo individual, confiar y movilizar a la gente para legitimar estos cambios como camino para frenar y dividir a la derecha golpista y un tema fundamental, entender que trabajando por construir una mayoría constituyente, el gobierno de Castillo no tiene como pre condición para hacer cambios, tener una nueva Constitución; aunque suene paradógico. Y la razón es simple: En el mejor de los casos, movilizando al pueblo democrático y la izquierda junta y si se cumplen diversos supuestos, en el Perú podría haber una nueva Constitución (ojalá) por lo menos en 3 a 4 años. Hay que generar cambios para abrir la transición hacia ella.