Con el acertado título de “Confesiones de un inquisidor”, César Hildebrandt hace un recuento de su vida, y a través de ella, de algunos momentos importantes de la historia del Perú. Se trata de una serie de entrevistas sostenidas con la periodista Rebeca Diz Rey entre los años 2017 y 2019, siempre utilizando la observación precisa, la referencia irónica, el juicio severo.
Es interesante utilizar ese atajo, que surge de las propias memorias: interrelacionar la vida de Hildebrandt y algunos de los hechos más relevantes de nuestra historia.
César Hildebrandt nace en 1948, año en el que es derrocado el presidente José Luis Bustamante y Rivero por el general Manuel Odría. En genial frase del poeta Martin Adán: “…el Perú ha vuelto a la normalidad.” En esa normal anormalidad nace Hildebrandt. Se inicia entonces la dictadura del ochenio, aquella que sirve de telón de fondo a la novela de Mario Vargas Llosa, “Conversación en La Catedral”, a la cual Hildebrant rinde genuino tributo. No solo por sus voces polifónicas, versátiles y conmovedoras, sino por la fuerza creativa de su autor. En ese libro, además, está la célebre pregunta que Zavalita, el personaje central, se hace a sí mismo: “¿En qué momento se había jodido el Perú?”, y que hasta ahora nadie puede responder. Y es que Hildebrant, al margen de las discrepancias políticas que van generándose con el tiempo, se declara admirador del Vargas Llosa escritor.
El tránsito de la niñez a la adolescencia Hildebrant lo tiene durante el segundo gobierno de Manuel Prado, hijo del que él considera uno de los mayores traidores de la patria desde que abandonó el país en plena guerra con Chile. En repetidas ocasiones, Hildebrant alude al desprecio que le suscitan los acontecimientos de la Guerra del Pacífico y a la impostada historia que se nos ha transmitido a los peruanos sobre lo sucedido en ese aciago momento: no se reconocen las mezquindades y la poca heroicidad de nuestra clase dirigente, salvo las magníficas gestas de Miguel Grau y Andrés Avelino Cáceres y sus huestes andinas.
César Hildebrandt decide ser periodista antes que escritor, y empieza su largo peregrinaje entre la prensa escrita y la televisión. Estudia en su universidad personal: es un autodidacta que se dedica a leer y prepararse.
Seguidor de los sucesos políticos, declara su desconcierto ante el viraje ideológico del APRA durante el primer gobierno de Fernando Belaunde, ya que no entiende cómo es que un personaje de la talla intelectual de Víctor Raúl Haya de la Torre, fue capaz de desfigurar la esencia de su pensamiento revolucionario en un país que reclamaba a gritos un cambio sustantivo.
Hasta que llega el año 1968 y el golpe del general Juan Velasco Alvarado en el cual Hildebrant asume un fugaz compromiso político. Un apretado resumen de aquella época, puede estar representado en el desencanto que el propio general Velasco le confiesa a Hildebrant en la entrevista que le hace poco tiempo antes de morir.
César Hildebrant se convierte, poco a poco, en un personaje de referencia, hasta la actualidad: decide no perder jamás su independencia, y lo acredita en los hechos. Es despedido de varios programas de televisión y algunos periódicos porque nunca –sostiene- cedió a las presiones y amenazas.
Particularmente importantes son sus recuerdos sobre Alan García, de quien declara haber sido cercano porque creyó en la esperanza socialdemócrata que encarnó en 1985. Alan García –dice- pudo haber cambiado la historia del Perú. Y no lo hizo. Se dedicó a enriquecerse y a preparar la candidatura de Alberto Fujimori para cerrarle al paso a la renovadora oferta política de Mario Vargas Llosa el año 1990.
La figura de Fujimori y su régimen, y el posterior fenómeno del fujimorismo como expresión de la degradación de nuestra política, recogen afiladas reflexiones y no menos severas críticas. Para Hildebrant entre el hampa y el fujimorismo no hay diferencia.
Para recorrer la historia interesante de nuestra política, las memorias de César Hildebrant constituyen parada obligatoria. Y lo son, también, para conocer al personaje: su escondida vocación literaria, su gusto por la lectura, su admiración por el buen arte y su conmoción ante la belleza, sea por el cuerpo de una mujer, por la ternura de un niño o por cualquier pieza de Bach.
Es un testimonio pesimista bien fundamentado de la política peruana contemporánea. No se complace planteando soluciones. Se queda en la crítica mordaz provocadora, como centrando la bola a las nuevas generaciones para que ellas se ocupen del problema. La narrativa històrica se entrelaza con las vivencias e interioridades del autor, usando una prosa de calidad. Merece leerse, en especial por los jóvenes interesados en política.