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domingo, febrero 16, 2025

Afgnistán tres meses después del regreso de los talibanes

Informe de 20 Minutos

Cuando el último militar estadounidense abandonó Afganistán, los focos se apagaron para el resto del mundo. Noventa días han sido suficientes para que un país destrozado por medio siglo de conflictos haya desandado los avances conseguidos desde el año 2001. El regreso de los talibanes dos décadas después ha provocado en el país asiático un empeoramiento de la crisis humanitaria y un considerable retroceso de los derechos humanos.

Las medidas adoptadas por el grupo fundamentalista demuestran que, las promesas hechas tras la conquista relámpago del país el 15 de agosto de este año, eran una estrategia para blanquear un régimen que ahoga a su población a base de hambre y miedo. La salida de las tropas internacionales en cuestión de días dejó huérfana a una población y una economía a la que habían acostumbrado a contar con ellos.

«El director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos ha declarado que es la peor crisis humanitaria de la faz de la tierra. Se avecina un invierno duro y las personas no saben como van a comer», afirma alarmada a 20minutos Beth Gelb, miembro del equipo de países de Amnistía Internacional (AI), que reconoce haber reportado «una gran cantidad» de violaciones de derechos humanos «de todo tipo y de toda clase» en Afganistán.

«Los derechos, en concreto de la mujer, están en el punto de mira»

La situación actual de Afganistán es «alarmante», según advierten desde Amnistía Internacional. El país asiático, que por otro lado no gozaba de la mejor salud democrática antes de la llegada de los talibanes, en especial en zonas rurales, ha vuelto a aplicar normas de segregación por sexos, vivir asesinatos a minorías étnicas y aumentar la represión contra activistas y periodistas.

Los talibanes alcanzaron el poder en Afganistán asegurando al mundo que no gobernarían de la misma forma que en los años noventa, como habían prometido durante las negociaciones con Estados Unidos en 2020 en Catar.

No obstante, tras la brutal represión a manifestantes durante la primera semana, el asesinato a miembros de la minoría hazara y la elección del actual Gobierno interino -con viejos nombres de la cúpula talibán-, ya se podía vislumbrar que el grupo fundamentalista no había cambiado su discurso ni sus formas. «Lo que tenemos que mirar son los hechos, que desgraciadamente nada avalan las declaraciones que hicieron», reconoce Beth Gelb.

Según informes aportados por la ONU, las movilizaciones en contra de las políticas de los talibanes han terminado con muertos y decenas de heridos, donde se usaron palos, látigos y fuego real contra los manifestantes.

Michelle Bachelet, Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, aseguró haber recibido informes «creíbles» sobre atrocidades y crímenes: desde «ejecuciones sumarias» a civiles, hasta reclutamiento de niños para luchar junto a los talibanes.

Los cambios en Afganistán están siendo visibles. «Los derechos, en concreto de la mujer, están en el punto de mira. Un ejemplo es la eliminación del Ministerio de Asuntos de la Mujer, que ha sido abolido por un ministerio para la propagación de la virtud y persecución del vicio», agregan desde Amnistía.

Según Gelb, «no solo la mujer está perseguida, en este caso cualquier persona del antiguo régimen está sujeto a represalias, pero digamos que hay un agravio mayor cuando se es mujer, porque simplemente el hecho de ser jueza o fiscal eso ya es suficiente para ver tu casa saqueada.

Un retroceso de los logros en educación

En el mismo sentido, la educación está sufriendo grandes retrocesos. Según la UNESCO, los datos de alfabetización en Afganistán aumentaban cada año, alcanzando en el año 2020 el 65% en jóvenes de entre 15 y 24 años de edad.

No obstante, con la llegada de los talibanes se cerraron las universidades y las escuelas, principalmente secundarias, hasta que no se crearan «entornos islámicos», siempre desde su visión de la religión. Muchas de ellas continúan cerradas.

A diferencia de lo ocurrido en los años noventa, parece que en esta ocasión sí pretendían dejar que las mujeres pudieran estudiar, aunque siempre en aulas diferentes que los hombres o, en su defecto, dividiendo el aula con una cortina.

«Hemos documentado como una mujer de 22 años y su hermano de 16 años iban a clase de inglés y llegaron dos talibanes, les pegaron tal paliza que les dejaron inconscientes y dijeron que por ir a aprender el idioma de los infieles. Cuando pasan hechos así es comprensible que el mismo alumnado y los padres no se atrevan a mandar a sus hijos a clase».

Estudiantes separados entre hombres y mujeres por un biombo, en un aula de la Universidad Mirwais Neeka, en Kandahar, Afganistán.

Una economía al borde del colapso

Con la llegada del grupo fundamentalista a Kabul se congelaron los fondos de los que dependían muchos sectores de la economía afgana -y que también alimentaron la corrupción de su clase política-.

Ahora, el sistema financiero del país vive un colapso absoluto, y las colas frente a los bancos son ya el paisaje habitual en todo el país. Los talibanes anunciaron a principios de este mes la prohibición de divisas extranjeras en las transacciones nacionales, para intentar reflotar la moneda local, que tras la toma de poder de los fundamentalistas en Afganistán el pasado agosto se encuentra en su valor más bajo de los últimos veinte años – El cambio de un dólar a afganis ha pasado de 80 a 90 afganis-.

«La situación económica y los intereses nacionales del país requieren que todos los afganos utilicen la moneda afgana en el comercio«, reza el comunicado emitido por los islamistas, que advierte que quienes no cumplan la prohibición serán castigados.

Personas tratando de cruzar a Pakistán en la frontera pakistaní-afgana, el 3 de noviembre.

Por su parte, la comunidad internacional se divide entre bloquear al país económicamente, dejando a su población al desamparo de los talibanes, o ayudar a un régimen que no respeta los derechos humanos.

La situación de los afganos, mala antes del 15 de agosto, es desesperante tres meses después. La población busca sobrevivir a toda costa, y los brutales casos de venta de niñas para matrimonios son cada vez más comunes. Huir del país es cada vez más difícil, y «buena parte de la sociedad está en peligro«, recuerda Beth Gelp como un grito que, noventa días después, parece más exasperado que nunca.

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