—Parque de Lima, Parque de Reserva, dame tus angustias para olvidar este cariño que me va matando noche y día sin cesar. En una banca del Parque de Reserva, tú me prometiste nunca olvidarme, ese arbolito que nos sombreaba, ese es el testigo de nuestros amores. Recuerda sentado en una de las bancas del parque limeño.
José trata de esbozar una carta en su cerebro, una respuesta a una noticia fatal llegada esta mañana del Cusco; sus lágrimas brotan al imaginar la grave enfermedad, que socava la salud de su único y eterno amor; presiente el dolor con un suspiro y aumenta el volumen de su radio, para divagar con las notas musicales que difunde el huayno del Trío Canchis.
Tiene el corazón destrozado y trastornada la conciencia, en un instante decide subir a un carro y suplicar al chofer, que lo acerque al Cusco o tal vez simplemente iniciar la caminata de regreso, aunque le cueste la vida; su miserable sueldo de profesor y sus cachuelos de músico, no le permiten siquiera comprar un billete para el bus y menos soñar con un boleto de avión; lamenta su condición magisterial, su oficio de músico tampoco es rentable, todo se la llevan los promotores mafiosos, que controlan el circuito artístico.
Regresa afligido, a su pensión familiar en un microbús destartalado, antes de coger el lapicero y escribir la carta en su estropeada mesa; se sienta en la famélica y pobre cama, prende su radio grabadora para acompañar a Pancho Gómez Negrón, quiere recordar aquella tarde que lloró en los pechos de Margarita en el Coliseo Manco Qhapaq, en una presentación por el día de la madre, al escuchar las graves notas de una elegía a la muerte:
—Silencio wayq’opi mamay wachawasqa, aqchipas, condorpas mikhusachun nispa, p´atasachun nispa. Condorpas, aqchipas watallaytas pasan, hijo desgraciado, nak’ariyraq nispa, padeceyraq nispa.
Son letras que recogen la impotencia de una madre, que prefiere en el silencio de los valles, sacrificar al hijo de sus entrañas y entregarlos, a los desafíos de una vida sobrenatural; sólo y así bautizado en los retos tutelares, sin padre y madre, será capaz de sobrevivir al escarmiento, que representa una existencia desventurada. El wayno es directo y brutal en sus letras, a diferencia de los sublimes tonos y melodías que la acompañan; esa tarde, ella simplemente lo acaricio con mayor ternura, comprendiendo la soledad de una vida desdichada.
Al escribir el nombre de Margarita, meditó en su reposada belleza de los cincuenta; en su juventud conquistarla fue toda una hazaña, cuantas veces le había cantado:
—Primera palabra, segunda palabra tú no me aceptaste, anillo de oro, sortija de plata tú me despreciaste; cuidado negrita, cuidado sambita con llorar más tarde, cuando se acabe, cuando se termine toda tú hermosura.
Ahora el maldito tiempo, estaba quebrando su destino. Y en verdad era tarde, había dejado a su amada con la promesa del regreso, al concluir su capacitación magisterial, en la Universidad de La Cantuta:
—Para que me sirve el doctorado si la vida de mi paloma se esfuma, se lamentó.
Hubiese preferido cantar y morir mil veces, como Pancho Gómez Negrón, robando en caballo a las muchachas enamoradas; domar y torear con poncho y lazo, desafiando a sus enemigos para inspirar poesía, tocar el charango temerario en medio de disputas en el camino. Tanto así, que cayó desafiando policías ante una requisitoria judicial, escapando y sufriendo una grave caída del potro. Hasta en sus horas finales camino al hospital, tuvo el valor de cantar su testamento, reclamando a su madre y padre, en la figura del cóndor ausente en ese momento trágico:
—Mi corazón está de luto por el porrazo de un caballo bruto, reflexiona en la camilla, de una deteriorada ambulancia; ignora con ironía si lo llevan al presidio o al hospital, antes de expirar canta.
—Enfermerita de Antonio Lorena, ponme una almohada de pura lana, de esa manera soñar contigo, de otra manera soñar con otra.
La casetera de los Velille está vieja y ronca, las Soramaywas recuerdan la voz de su mujer:
—Anda paloma ingrata que anoche voló, preguntarle yo quisiera, porqué se ha volado, porqué me ha dejado. Todo fue engaño, todo fue mentira, pero era la primera, el primer cariño, eso de querer, eso de amar había sido delito, para llorar como ahora, como una ingrata, que no la merece. Ella mientras tanto, agoniza en una sala pobre y blanquecina, que tienen los hospitales pueblerinos.
José no puede terminar la carta: Tendría que escribir casi un libro por todos estos años de silencio, reconoce con un suspiro; entonces recurre a lo más fácil, olvidarla con el trago y la guitarra de los Amaru de Tinta. En esas horas paralelas, el sueño infinito y agónico de Margarita abre una tenue luz, para escuchar la voz y la guitarra de su único amor:
—En qué tribunal se ha visto, castigar al inocente, los dos juntos pagaremos, el delito de querernos. Al cielo yo le pregunto, porqué penas yo padezco, el cielo solo responde, tú amor tiene la culpa. El cielo esta nublado, quiere llover y no puede, así está mi corazón, quiere llorar y no puede. Tú ingratitud me condena, olvidar nuestro cariño, dejándote para siempre, lejos de mi corazón. A los minutos siguientes regresará nuevamente al quirófano y a los cuidados intensivos, antes de volar a cualquiera de los cielos.
Borracho e impotente, sin lágrima que llorar, abraza a su único y último amigo, el madero de seis cuerdas y apenas susurra:
—Guitarrita mía canta y llora conmigo, para que recibas en tu madero mi llanto. Guitarrita mía si tú pudieras hablar, en cada nota, descifrarías mis penas. Adiós cholita ya no volveré, adiós cholita ya no me verás.
Todo está dispuesto, no permitirá que ella la deje, el partirá primero para esperar en el otro de los mundos con los Apus o con Dios, si existen.
La recibirá mimosamente en la nueva vida, llámese como se llame; toma el último trago y corta la vena de su muñeca izquierda, con la navaja que le regaló Margarita. Mientras sus hermanos Los Bohemios del Cusco, siguen cantando un wayno con letras conmovedoras y melodía desbordante, todavía escucha el repique de la mortal partitura, que acompaña sus funerales de amor.