La última novela del Premio Nobel de Literatura 2017, Kazuo Ishiguro, es una sorprendente historia o, para definirla mejor, “Klara y el Sol”, es una verdadera fábula.
Para que los niños y adolescentes no se sientan solos, se han creado unas máquinas perfectas que actúan como seres humanos y a las cuales se les identifica con la sigla AA, que significa amigo artificial. Se les exhibe en locales comerciales, como cualquier juguete, solo que en este caso su propósito no es divertir sino acompañar a las criaturas para evitar el sentimiento de soledad. Los AA se comportan como seres humanos: conversan, festejan, caminan, descansan, juegan. Son los amigos ideales.
Klara es una AA. Está vendiéndose en una tienda especializada en estos productos. Se trata, sin embargo, de un ejemplar con características singulares: es observadora, atiende al interés de los clientes captando sus necesidades y se programa para ponerse en actividad. Josie es una niña que requiere compañía, se ha quedado sola. Ha mostrado interés en Klara después de haber visitado la tienda varias veces. La madre se convence y entonces compra a Klara para que le haga compañía a su hija Josie. La decisión no ha sido fácil.
Estos son los personajes centrales de esta fábula de Ishiguro: Karla, Josie y la madre. El Sol es el elemento que le da energía a Klara para funcionar. Como una batería.
El relato se desenvuelve naturalmente y sin mayores sorpresas: es la vida de una familia normal; hasta que llega el momento en el que Klara se entera que Josie está muy enferma y es muy probable que muera, como Sal, su hermana mayor. La necesidad de compañía cobra entonces todo sentido. La madre quiere evitar a toda costa que Josie, sin su hermana, sea, otra vez, invadida por la soledad.
Josie se siente mal con mucha frecuencia y requiere descansar y dormir. Hay un vecino, Ricky se llama, amigo de la infancia, que va con frecuencia a visitar y acompañar a Josie. Conoce a Klara y conversan acerca de cómo se siente Josie y cuál podría ser su final.
Algo que llama la atención de Klara es que en vez de tratamiento médico, Josie tiene sesiones de fotografía. Un fotógrafo especialista recibe a toda la familia, incluyendo al padre (quien vive separado), para tomarle fotos a Josie. En realidad, las impresiones le sirven al fotógrafo para reproducir un molde a tamaño natural del cuerpo de Josie.
Kazuo Ishiguro es un escritor experimental. Este nuevo libro, que sigue la línea de una de sus novelas anteriores, “Nunca me abandones”, en la que los jóvenes que aparecen no son humanos, lo acredita también como un eximio fabulador. No hay que olvidar que es el mismo Ishiguro quien escribió ese notable relato, “Los restos del día”, la historia del mayordomo inglés absolutamente entregado a la tarea de servir a su señor, el cual quedó inmortalizado con la actuación de Anthony Hopkins en la película del mismo título. La versatilidad de Ishiguro como escritor queda fuera de duda.
Y es que la sorpresa de Klara es mayúscula cuando se entera por boca de la madre que el deseo de la familia (el padre también le confirma la decisión), es que ella sustituya a Josie cuando esta muera. Por eso, insiste la madre, lo más importante es aprender el menor detalle en el comportamiento de Josie para reproducirlo después. La familia debe mantenerse aún sin Josie pero con Josie, sería la paradojal conclusión.
Klara decide, sin embargo, utilizando sus propios mecanismos, salvar a Josie.
Es verdad que el tema no es nuevo. Varios autores han recurrido antes a imágenes semejantes y han inventado historias parecidas. Lo que sucede, no obstante, es que Ishiguro desconcierta en la concepción y desarrollo de la trama, pues llega al extremo de sugerir que hay otros robots en la historia que te está contando. Por cierto, sin develar el misterio, o sea, dejándolo a la libre interpretación tuya como lector.