Midiendo al soberano

Hobsbawm hablaba del siglo corto para referirse al siglo XX. En realidad, este duró, según él, desde 1917 hasta 1991, desde la revolución rusa hasta el colapso de la Unión Soviética. Igual pasa con el 2021: es un año corto, que va entre agosto y diciembre, el periodo del presidente Castillo. Nadie habla del 2021 para referirse al periodo enero-julio de Sagasti. Las evaluaciones del 2021 son por eso sobre el caso Castillo, y lo que se está preguntando con ansiedad es saber si durará Castillo todo el periodo, o perderá la banda en el interín y para cuándo. A eso se reduce el tema.

Claro que si Castillo es la comidilla nacional es porque ha venido haciendo bastantes méritos para eso. La verdad, la vida en Palacio ha sido de novela: un día aparece un paquete de 20 mil dólares en el baño, otro día se escapa el presidente a un domicilio particular, otro día un ministro autoriza las licencias para taxis-colectivos a sola firma u otro cuestiona a la Sunedu desde el MINEDU. Pero lo que viene desde el Congreso o desde la oposición tampoco es un ejemplo de virtudes: los principales propulsores anti-vacunas son congresistas vacunados, los integrantes de La Resistencia invaden los domicilios y se pasean libremente, los parlamentarios que viajan a Europa se hospedan en los hoteles más caros, y cuando no tienen argumentos, acusan de terrucos a diestra y siniestra, incluido a Sagasti. Las anteriores clases medias profesionales de la política dominaban un poco más las formas y el ingreso de nuevas capas sociales a la representación y gobierno, ha “transparentado” los procesos de siempre.

El problema es que a partir de la no aceptación de Keiko Fujimori de su derrota el 2016 ante PPK, se quebró la intangibilidad del presidencialismo y la vigencia del quinquenio presidencial está en manos de las negociaciones entre los padres de la patria. En otras palabras, el capricho del 2016 se ha convertido en régimen político: la democracia es aquella en que yo gano. Si yo no gano, acuso de fraude y luego desestabilizo. Como yo nunca gano, el régimen es el imperio de la fuerza en base a la interpretación auténtica de mis abogados y la ayuda de mis medios de comunicación. Volteo la opinión pública y judicializo la política, porque hay jueces y fiscales probos, pero también de los que piensan con el bolsillo. Ya hemos perdido cinco años en este juego suicida y todo pareciera indicar, salvo saludable rectificación, que nos podríamos ir a cinco más. Porque la solución que Renovación Popular y Fuerza Popular se imaginan, una ruptura constitucional disfrazada de vacancia, sólo agravaría las cosas. Castillo se ha salvado del primer intento de vacancia, pero no tiene la vida asegurada.

Estamos así ante el circulo vicioso perfecto. Los incentivos han puesto tan cercana la posibilidad de saltar de la presidencia del Congreso a la presidencia del país, que más allá de si son de tal o cual bancada, una parte de los congresistas se han puesto a confabular alrededor de la presidencia del Congreso sobre ganancias y pérdidas. El Congreso tiene en lo inmediato más poder que el Ejecutivo, y si bien el poder final lo tiene el soberano, el pueblo, los congresistas pro-vacancia están midiendo cuál podría ser la reacción del electorado harto del famoso modelo, y cuánto efecto anestésico tendría la expansión del prebendalismo y de las corruptelas de a pie. Primero aislar, después vacar, esa es la estrategia. Esperan el resbalón clave para proceder. Esto explica que tanto el Ejecutivo como el Congreso lancen a la vez reformas y anti-reformas. Saben que hay redes de intereses ya tejidas en transportes, universidades, partidocracias y magisterio, porque vienen de allí, y está en disputa no sólo la mitad del país que desea un cambio general, todavía gaseoso, sino la otra mitad que no lo desea. El problema de esta estrategia es que lo que se gana en pequeño, en las redes gremiales, se pierde en grande, en la opinión pública nacional, donde el Ejecutivo no aparece como una fuerza de renovación y de anti-corrupción, que fue por lo que se votó. El Ejecutivo no tiene así las grandes ideas fuerza con las cuales construir una nueva mayoría nacional.

Hemos llegado a este punto en que más de lo mismo es inviable, pero tampoco tiene viabilidad un cambio general porque, estando ya ante el evidente fracaso de un modelo que se ha convertido en una piedra en el zapato para todo el país, los dueños del “mecanismo” no son capaces de imaginar su propio modelo empresarial post-neoliberal, y las fuerzas del cambio han mostrado una de sus versiones, la maximalista, pero no el cambio deseable y posible aquí y ahora. Más bien el ala liberal ha sido desplazada por el ala ultraconservadora, ahora sucursales de Vox, pero en cualquiera de sus matices los dueños del capital no han sido capaces hasta ahora de preguntarse por qué tras treinta años de ideología de mercado libre lo que ha surgido no es un capitalismo competitivo sino un país altamente informal e ingobernable, cuya economía reposa cada vez más en la manipulación política y en la corrupción. En este contexto, una salida autoritaria podría darle el triunfo a su opuesto. Nadie asegura que un país que tercamente ha votado por lo imperfecto, no gire ahora sí por una salida progresista viable, como en toda la región.