Comparto la opinión expresada por la mayoría de la población en diversas encuestas respecto de la frustración que tanto el gobierno presidido por Pedro Castillo como el Congreso dirigido por Maricarmen Alva han generado a menos de ocho meses de gestión.
Son diversos los y las analistas que han explicado con prolijidad las razones de dicho descontento. De forma acuciosa advierten, además, que la salida de la crisis no es fácil y que el “que se vayan todos” va ganando terreno, pero nada garantiza que luego de ello no tengamos más de lo mismo; a lo mejor otros nombres, pero con similares deficiencias.
Los análisis culminan –casi siempre- señalando el determinante papel que puede cumplir la sociedad civil para hacer frente a la crisis política y dar un nuevo rumbo para recuperar cauces plenamente democráticos. Es esto lo que más ruido me genera.
Más que en organizaciones políticas, mi trayectoria profesional y de activista ha transcurrido precisamente por el camino de las organizaciones, movimientos, colectivos y redes de sociedad civil. En los 80 y 90, el activismo social fue fundamental en la defensa de los derechos humanos y la lucha contra la violencia política; lo fue también –sin duda alguna- para hacer frente al régimen autoritario de Alberto Fujimori. La acción de la sociedad civil ha logrado que se reconozcan derechos fundamentales para la equidad de género, la protección del medio ambiente, la consulta previa a los pueblos originarios, los derechos laborales y mucho más. Mi primera experiencia fue en defensa del pasaje universitario y contra la “ley Alayza – Sánchez” que talvez muy pocos recuerdan, pero los sanmarquinos de los 80 no olvidaremos.
Recientemente, importantes sectores sociales –fundamentalmente jóvenes- lograron la caída del efímero “gobierno” de Manuel Merino con el alto costo de la vida de Inti Sotelo y Bryan Pintado.
La pregunta que no alcanzo a responder es por qué hoy la sociedad civil no se mueve pese al amplio disgusto ante el gobierno de Castillo y el congreso de Alva.
¿Qué es lo que hace falta para que los colectivos, movimientos, oenegés y redes de jóvenes, mujeres y ciudadanos en general salgan a cumplir con el rol que analistas les asignan frente a la actual crisis política? ¡No lo sé!
El obstáculo no es la pandemia, pues en el pico más alto la población se volcó a las calles y sacó a Manuel Merino de palacio de Gobierno. Tampoco creo que sea el temor a la represión porque de eso sabemos bastante.
¿Será quizás que no hay quien convoque? Probablemente el “que se vayan todos” incluye a las directivas de las organizaciones de sociedad civil, algunas de ellas sumadas todavía al cuestionadísimo gobierno de Castillo. ¡Tampoco lo sé!
Lamento –aunque quizás no tendría por qué- tener más preguntas que respuestas. Creo sí que necesitamos una renovada capacidad de convocatoria, otros rostros, otras formas. Casi podría ponerles nombre y foto, pero nada me autoriza a hacerlo.
Termino esta breve columna haciendo notar –por si hiciera falta- que estamos en un círculo que nos daña cada día más y más y reiterando mi anhelo de que este círculo perverso se rompa para el bien de nuestra frágil democracia. Para volver a empezar.