En siete meses, el Presidente de la República ha sido acusado de promotor de fraude electoral, títere de Vladimir Cerrón, terrorista, comunista, traidor a la patria, líder de una banda criminal. Y más etiquetas endosadas por una oposición maniquea. El fraude electoral fue una aspiración, un invento de Fuerza Popular y satélites. No pocas veces la bancada de Cerrón dio la espalda al gobierno, con negación de confianza incluida (y un ventrílocuo no tiene que dar muestras de poder al títere). En el plano económico, ha primado la moderación, incluido el continuismo en el Banco Central y el deseo de adscribirse a la OECD, algo muy extraño para un comunista. Y ministros de varios sectores, desde terruqueadores hasta representantes de redes patrimonialistas, tienen poco que ver con un supuesto ultra-izquierdismo. La última etiqueta proyecta a Castillo como un gobernante inepto y, a la vez, orquestador de redes de corrupción. Congresistas de dudosa ética apuestan todo a esta carta para vacar al presidente por incapacidad moral.
Pero si algo caracteriza al actual gobierno es la contradicción y la precariedad. Las múltiples identidades que aliados y enemigos ven en Castillo demuestran que cualquier lectura esencialista es superficial, por no decir burda. Hoy no hay en el gobierno una perspectiva ideológica, un programa de gobierno, ni un plan delictivo. Las acciones de gobierno responden al afán de sobrevivencia en un contexto de profunda polarización y extrema precariedad política. Castillo parece capaz de pactar con quien sea, lo que sea, con tal de no ser derrocado. Y en ese contexto, yerra al confiar en un círculo de arribistas ávidos por cuotas de poder político y económico. Es una disyuntiva parecida a la de Alberto Fujimori a comienzos de los noventa. Sin capacidad de hacer política, sin programa, con una oposición hostil, optó por la opacidad, las prebendas, el giro autoritario. En los hechos, Castillo emula mucho de ese estilo de antipolítica y gestos conservadores. El destino no tiene que ser el mismo, pero quién sabe.
El estado soy yo (y mis amigos)
Bien se ha dicho que el problema de fondo es la precariedad institucional, no solo de los partidos, sino de las organizaciones sociales. Organizaciones como el gremio magisterial se caracterizan por la fragmentación, liderazgos en conflicto y el trabajo político a los márgenes del estado. La estigmatización y el terruqueo han contribuido a esta precariedad, pero también dirigencias muy cuestionadas. Sin embargo, muchas veces estos movimientos representan mejor que los partidos las necesidades y aspiraciones de determinados segmentos sociales. La coalición de izquierdas estuvo llamada a balancear estas agendas, que van desde el ecologismo, los derechos de los campesinos, indígenas, reivindicaciones gremiales, feministas. Pero Castillo rompió la coalición y favoreció más bien a su círculo cerrado, el cual responde no a segmentos sociales, sino mayormente a intereses de grupo.
Se sincera así el modus operandi de nuestra política: su informalidad. No es una operación ajena a gobiernos pasados donde las designaciones de altos funcionarios se basaban en el compadrazgo y la complacencia, no en agendas orgánicas. Se critica a Castillo “por gobernar como si gobernara el SUTEP” pero a PPK se le criticaba poco por gobernar como si gobernara el Golf. El problema con Castillo es el exceso, la obscenidad de nombrar a quien sea, más allá de denuncias o competencias básicas, que responda a su círculo o la cuota que asegure votos en el Congreso. No es “resentimiento social”, es pragmatismo brutal. Es el informalismo político de los de abajo, inconcebible para los que han estado muy cómodos con el informalismo político de los de arriba.
Por ello, la narrativa de que el gobierno está desmantelando el servicio público debe leerse con cuidado. Siempre hemos estado lejos de tener un sistema público medianamente aceptable. A más de una década de la creación de SERVIR, el Servicio Civil es una quimera. Agencias reguladoras en materia de educación, salud, transportes son experiencias focalizadas, de lenta construcción, mientras en sectores como Ambiente y Cultura hubo fuertes retrocesos desde antes de Castillo, y pocas alarmas. Con el actual gobierno se menoscaba aún más la gestión pública en perjuicio de la ciudadanía. Pero esta crítica no puede sustentarse sobre falsos héroes, imaginados por falsos profetas. Castillo es producto de un sistema político excluyente y los ataques a la gestión pública responden también a la desidia en décadas de crear candados institucionales en sectores sociales, como existen en las “islas de eficiencia” económica.
La tentación de patear el tablero
Hay un riesgo de giro autoritario en el gobierno. Las señalas están allí, en las políticas xenófobas, el uso de las fuerzas armadas para la seguridad ciudadana, la persistencia en la opacidad. Pero también hay una tentación autoritaria en sectores llamados moderados, hartos de la falta de rumbo en las políticas y servicios públicos (meses sin citas para renovar pasaporte, tardíos protocolos para reiniciar clases, petardeo de los avances en salud, etc.). Surge en ellos la idea de que quizá lo menos traumático sea forzar algunas categorías jurídicas o modificar la constitución para adelantar elecciones. Pero esas elucubraciones no se justifican y estos sectores tampoco las justificaron con los muertos del Baguazo, los petroaudios o el indulto a Alberto Fujimori como medio de trueque. Es verdad que negociaciones políticas fallidas y prebendas podrían generar situaciones intolerables de ilegalidad e inmoralidad. Pero mientras ello no suceda, se deben utilizar los canales institucionales previstos (voto de confianza, censuras, antejuicio cuando dé lugar) y no tratar de saltar la garrocha a la medida de determinados miedos y afanes.
Mientras tanto, el problema de fondo sigue siendo la incapacidad de marcar una agenda de gobierno orgánica más allá de la negociación por sobrevivir. En ese camino, Castillo es totalmente maleable a los diferentes imaginarios que se intentan imponer sobre él. Si no reacciona, uno de las tantas etiquetas terminará definiendo su identidad política. O incluso el final anticipado de su gobierno.
Pese a tener la gran oportunidad para de hacer reformas por la vía constitucional,el presidente Castillo,no lo hace, por tener en su equipo de gobierno a gente no proba.Consecuenremente en la población, existe una sensación de frustración.
[…] en medio de una profunda polarización y una precariedad política de todos los actores. Castillo parece capaz de pactar con quien sea, casi cualquier cosa, con tal de no ser derrocado; su comportamiento, sin embargo, no es muy distinto al de la mayoría de integrantes del Congreso. […]