Insisto en algo que he señalado anteriormente: en lo que va del actual periodo de gobierno, oficialismo y oposición se difuminan y pierden de vista su razón de ser. Incluso, se mezclan.
La democracia requiere siempre de un sector político –un partido o una alianza de partidos- que sostenga y otorgue viabilidad a las políticas del gobierno. En el caso de Pedro Castillo, se trataría de un sector que impulse, respalde y defienda las propuestas de cambio que anunció durante su campaña electoral y que lo llevaron a ganar los comicios en segunda vuelta.
Pero Castillo parece haber renunciado al cambio. Durante los últimos meses no se habla más de la reforma tributaria, de la segunda reforma agraria ni de los cambios constitucionales.
En democracia, la oposición hace un seguimiento permanente a las políticas del gobierno, cuestiona aquello que le parece nocivo para el país –no para sus intereses particulares- y propone fórmulas que reorienten las decisiones políticas.
Lo que hemos visto en estos meses es una oposición que insiste en el discurso del fraude y que dice promover la vacancia e interpela ministros. Dice.
Más allá del discurso –con frecuencia agitado y altisonante- los partidos que se autodefinen como oposición dejan que el oficialismo se mantenga en los errores gruesos de conducción y se muestra incapaz de censurar incluso a los ministros más cuestionados. Durante semanas, la mayoría de congresistas “de oposición” se negaron a firmar la moción de censura contra el exministro de transporte Juan Silva y –cuando ya no podían sostener más esa postura- el presidente Castillo los sorprendió anunciando la renuncia del mencionado Silva; sí, justo cuando se aprestaban a votar la censura, la presidenta del Congreso tuvo que suspender la sesión y llamar a los portavoces para ver qué hacer.
Lo que siguió va en la misma línea. Por amplia mayoría, el gabinete que preside Aníbal Torres recibió el voto de confianza de un Congreso al que –muy a su estilo- había “pechado” en más de una oportunidad. Casi de inmediato, los líderes de esa oposición altisonante e incluso agresiva cedieron en la interpelación al sumamente cuestionado ministro de salud, Hernán Condori, y le dieron el “beneficio de la duda” negándose a firmar la moción de censura a quien más méritos ha hecho para obtenerla. Condori no sólo ha promovido la pseudociencia sino que –peor aún- ha tomado medidas que retrasan el proceso de vacunación.
Así, la oposición se niega a censurar a un ministro cuya permanencia en el cargo significa un riesgo para la salud de la población en plena pandemia.
Oficialismo y oposición se funden en una misma postura al votar juntos por el proyecto del Día del Niño por Nacer, con lo cual dan la espalda a la cruda y dura realidad de mujeres que quedan embarazadas como producto de una –o más de una- violación. El conservadurismo une a quienes supuestamente enarbolaban el cambio progresista con quienes siempre han negado la legitimad de los derechos de las mujeres a decidir e incluso se oponen en todos los extremos al enfoque de género. ¡Y hay quienes callan!
Ya los habíamos visto votar juntos contra la reforma universitaria y contra la reforma electoral. Pero han pasado de los intereses económicos que están detrás de las universidades de baja calidad y de la defensa de partidos sin sustento real, hacia la afirmación de concepciones dogmáticamente retrógradas de lo que ha de ser –según ellos- nuestra sociedad.
Finalmente, oficialismo y oposición se unen también tras el injusto fallo del Tribunal Constitucional que pretende dar validez al irregular indulto de Alberto Fujimori.
No tiene, pues, la democracia peruana sectores políticos que generen el equilibrio indispensable para orientar políticas de mediano y largo plazo en favor de las mayorías. Ya no es posible distinguir quién es gobierno y quién es oposición. Lo del centro lo dejamos para después.55