Una historia sobre la política en América Latina, cruzada por lo siniestro y tragicómico y, como suelen ocurrir las cosas en nuestros países en ese ámbito, con bastante violencia y represión. Se trata de un cóctel literario que, en la prosa de Sergio Ramírez, Premio Cervantes 2017 (una especie de Nobel del idioma solo español), es capaz de producir una novela envolvente como “Tongolele no sabía bailar”.
Hay varios personajes, pero dos son los centrales: el inspector Dolores Morales y el asesor del gobierno, Anastasio Prado, alías “Tongolele” (que le da nombre al libro, ya que, al igual que la famosa bailarina desinhibida de la primera mitad del siglo XX, tiene un mechón blanco en el pelo). La historia podría resumirse a la simpleza de que el primero de ellos (el policía) es el bueno, y el otro (el asesor) el malo, pero sería insuficiente. Hay algo más, que Sergio Ramírez no lo dice, pero lo sugiere, para que sea el propio lector quien lo encuentre a su libre discreción. Ahí está la importancia, significativa, por cierto, de una literatura atractiva: que cada uno busque el mensaje entrelineado.
El inspector Morales recibe el encargo de un encumbrado personaje allegado al poder en Nicaragua. Lo cumple, pero descubre algo más, y su instinto policial llega al extremo de causar incomodidad en quien le impartió la orden. Haber traspasado ese límite origina que “Tongolele”, el verdadero poder detrás del trono (como es usual en las dictaduras tropicales), disponga la deportación de Morales a Honduras. El policía, sin embargo, se las arregla para regresar subrepticiamente.
La conjunción de la pluma y la creatividad de Sergio Ramírez, nos perfila la personalidad de “Tongolele”: es –para decirlo en palabras peruanas- el Vladimiro Montesinos de la actual dictadura nicaragüense, aquella que sustituyó a la dinastía tiránica de los Somoza para permitir la de Daniel Ortega y su excéntrica esposa, Rosario Murillo. “Tongolele” es egocéntrico, desconfiado, prepotente y despiadado. Cada característica tiene un acto que la expresa en el desarrollo de la historia. Y hay más hechos que configuran equivalentes despreciables conducías.
El telón de fondo del relato es la revuelta de los estudiantes universitarios en Nicaragua y la brutal represión que el gobierno ejecutó para contenerla. Aquí, los detalles de Sergio Ramírez destacan por su descarnado realismo y su versátil verosimilitud. Nada de lo que describe con tanta pulcritud literaria, a pesar de no tratarse de temas amigables, convoca rechazo: la violación sucesiva de la que es víctima una joven universitaria que se había plegado a la protesta; las heridas de algunos muchachos que proclamaban arengas en defensa de sus derechos, así como las muertes violentas de otros manifestantes, son tan vívidas que su realidad está fuera de duda.
Pero hay, también, como en todas las historias que transitan nuestra deficiente política latinoamericana, mucho de traición, algo de bajeza y no menos de malas formas: “Tongolele” resulta siendo el personaje que se desorienta. Mientras que el inspector Morales, siguiendo su instinto policial, ordena las piezas del rompecabezas, el círculo que trabaja con el asesor todopoderoso monta un escenario sorprendente: ¿cómo pueden organizarse tan bien los estudiantes para su protesta? ¿de dónde provienen las fuerzas para resistir el embate represivo? ¿cómo pueden sostenerse las manifestaciones? Y, finalmente, ¿quién está detrás de la insurgencia universitaria?
Las respuestas van sugiriéndose en el transcurrir del relato, de la mano de un escritor como Sergio Ramírez, con mucha discreción y algo de sorpresa.
“Tongolele no sabía bailar” es, entonces, una obra que combina la política con lo policial (frecuente en nuestras subdesarrolladas realidades latinoamericanas); la protesta social con la represión violenta (casi una política de Estado de nuestros países), y la traición con la ingenuidad (características que no son extrañas a los seres humanos).
Sergio Ramirez, autor de «Tongolele no sabía bailar»