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jueves, noviembre 7, 2024

EL FUJIMORISMO ¿SOMOS TODOS?

COLUMNA: LOS MEDIOS Y LOS FINES

Lo que hoy conocemos como fujimorismo, en estricto sentido, no nació con Alberto Fujimori como persona[1]. Tampoco tuvo origen con su ascenso a la presidencia de la república en julio de 1990. El auténtico momento de la génesis del fujimorismo fue el golpe de Estado —equivocadamente llamado cierre del Congreso— del 5 de abril de 1992. Es decir, el fujimorismo, al igual que el grupo terrorista Sendero Luminoso y muchas otras organizaciones políticas a lo largo de nuestra historia, es producto de la violencia, la ilegalidad, la antipolítica, el desprecio por los valores democráticos, los derechos humanos, la dignidad de los hombres y la defensa de la vida humana (Martín Navarro Gonzales, Pata Amarilla, 4/03/2022).

A partir de este infausto parteaguas histórico, la sociedad peruana adquirió ciertos elementos constitutivos o rasgos que la caracterizan en todos los ámbitos, estructuras y componentes del mundo de la vida, de similar forma en las élites como en el campo popular, así en las derechas como en las izquierdas, y desde el empresariado hasta los sindicatos. El Perú, desde el 5 de abril de 1992, se encuentra fujimorizado.

El fujimorismo, en lo político, ha dejado una impronta difícil de diluir y fácil de diseminar. Esta, nuestra política, se encuentra fujimorizada. Así, por ejemplo, la lucha electoral en estos últimos treinta años ha sido la de impedir por cualquier medio, legítimo e ilegítimo, que uno de sus partidos (Fuerza 2011 o Fuerza Popular) triunfe en las elecciones presidenciales. Esto ha permitido el reforzamiento y la aceptación pasiva de la equivocada práctica del mal menor (Meléndez, 2019) y, por lo tanto, el aumento de la desconfianza popular, así como la distancia entre los intereses de la representación política y las demandas de la sociedad. Ha ahondado la fractura entre sociedad y política.

Pero, también ha contribuido señeramente a la histórica polarización y confrontación política del país, pues en este último quinquenio han aparecido —aunque muchos no lo acepten con plena conciencia—, sus vástagos legítimos y directos que probablemente lo reemplacen como partido, pero no como cultura política. Estos son, la ultra derecha actual, sus organizaciones políticas como Renovación popular, la bancada de Avanza País —pues el partido político está separado de ella—, una facción de Acción Popular, y antes Solidaridad Nacional; y sus medios de comunicación como Willax, Expreso, Canal N, El Comercio, etc. que amenazan con llevar la confrontación a niveles no solo radicales, sino peligrosamente extremos: La Resistencia, Los Combatientes, La Insurgencia, Sociedad Patriótica, etc. (Daniel Yovera, IDEHPUCP, 15/12/2021). En síntesis, el horizonte político del país todavía permanece y permanecerá, no sabemos por cuánto tiempo más, fujimorizado.

En los otros órdenes de la vida social, el fujimorismo mantiene similar o peor comportamiento y reputación. En lo económico, no significa, como muchos con supina ingenuidad pueden creer, libertad de mercado ni competencia; sino más bien, concentración económica entre privados (monopolios, oligopolios y posiciones dominantes). También, simbolizan la cifra macroeconómica en positivo por encima de la pobreza y la marginación de la mayoría del país; o sea, el número por la realidad. Además, del conocido sambenito sobreideologizado de que solo la inversión privada traerá trabajo y crecimiento. En lo ético y cultural representa la corrupción más vil, son Odebrecht, el terruqueo, la mentira, la calumnia, la ofensa baja, el pleito callejero (el mototaxi), el fake news, la posverdad, el reggaetón, los programas faranduleros, Chibolín, y un largo etc. En derechos humanos nos recuerdan a Con mis hijos no te metas, la negación de derechos para las minorías sexuales, la tortura, el secuestro, la persecución, Barrios Altos y la Cantuta, el grupo Colina, y la búsqueda pena de muerte. Todo eso es fujimorismo, lo peor que le ha pasado a nuestro país, junto con Sendero Luminoso.

Pero entonces, si todas o parte de estas últimas afirmaciones son verdaderas, lógicamente deberían llevarnos a pensar que el fujimorismo estaría en cuidados intensivos, por lo menos haberse debilitado, o sino ya extinguido; sin embargo, cuando recuerdo los resultados de las tres últimas elecciones generales y viene a mí las imágenes de los políticos Keiko Fujimori y de Rafael López Aliaga, de Adriana Tudela y Alejandro Cavero, de Maricarmen Alva y del inefable Manuel Merino, de Pedro Pablo Kuczynski y Juan Sheput, de Daniel Urresti y Roberto Chiabra, de Jorge Montoya y José Cueto, de Martha Moyano y Rosangela Barbarán, de Mauricio Mulder y Héctor Becerril, de José Luna y César Acuña, Guillermo Bermejo y Humberto Morales, del presidente  Pedro Castillo y Vladimir Cerrón; y del papel que jugaron Phillips Butter, Mónica Delta, Roxana Cueva y Mávila Huertas; los medios como El Comercio y La República, Expreso y Diario Uno; y los gremios como la CONFIEP y la CGTP; me pregunto: ¿Los que creemos que somos distintos al fujimorismo, lo somos verdaderamente?, ¿en qué nos diferenciamos de este? Probablemente, sin darnos cuenta compartimos los mismos valores y prácticas, pues ¿quién ha llevado, una y otra vez, tanto al ejecutivo como al legislativo a estos personajes fujimorizados y consume y sigue a esta prensa? ¿No es acaso el mismo pueblo? ¿es decir, todos nosotros? Para impedir que el fujimorismo llegue al poder ¿no se han utilizado estrategias y tácticas similares o parecidas a las que practica el fujimorismo?

Tal vez, si como país nos aplicáramos una terapia psicoanalítica podríamos revelarnos a nosotros mismos, sin falsas moralidades ni correcciones políticas, si después de treinta años sumergidos en el ciénago fujimorista, como sostiene mi gran amigo Juan de la Puente —director de este medio— todos tenemos un Fujimori dentro, cuando somos autoritarios o deseamos medidas de fuerza para solucionar los problemas del país; o cuando vemos y ejercemos la política como confrontación, como enemigos, como muerte. Por eso, luego de este catártico artículo, me pregunto con temor a la respuesta: el fujimorismo ¿somos todos?

[1] Según la muy conveniente leyenda, el 28 de julio de 1938.

1 Comentario

  1. No. No soy fujimorista en ninguna de mis decisiones y votos, a lo largo de estos 30 últimos años. He luchado con ideas, voto, acciones pacíficas, con ideas y argumentos, para tratar de evitar que esa cosa llamada fujimorismo, desaparezca de la vida política de mi amado país. 🇵🇪 Aún no lo logramos, es verdad, pero siempre tengo fe en lo que mi gente buena y consciente puede hacer, para echar de una vez por todas, a esta lacra, salida del submundo de la podredumbre, para ver a mi país renacer de sus cenizas.
    El fujimorismo y sus cepas, no buscan mejorar las condiciones de todos los peruanos, sobre todo de los más pobres, sólo beneficiar sus intereses$$$$ y su poder.
    Pobre mi Perú 🇵🇪

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