Por Fernando de la Flor Arbulú
Quienes tenemos el gusto por la buena literatura, aquella creada por la inteligencia artística y la sensibilidad, acabamos de perder a uno de nuestros más importantes proveedores: ha muerto en Madrid, su tierra natal, el gran escritor Javier Marías, a los 70 años. Ha ocurrido durante este fin de semana pasado, víctima de neumonía, según ha trascendido. Puede decirse entonces que la literatura está de duelo.
Javier Marías tuvo una característica que lo hizo peculiar: su prosa caudalosa. Cada una de sus novelas parecía escrita a viva voz, como que lo estuviera para ser escuchada. Pero estaba escrita, siempre con su rítmica cadencia, plagada de pausas, puntos, comas, diálogos introspectivos, preguntas y respuestas. Si a esas notas tan típicas de su estilo, se le agregan las reflexiones libres y el inteligente cuestionamiento acerca de los grandes temas humanos, el perfil de Javier Marías fluye nítido, claramente expuesto.
Javier Marías empieza su oficio de escritor con “Los dominios del lobo”, que escribe a los 19 años, libro que marca el hito de partida de su éxito de crítica y ventas. Autor de las notables novelas “Corazón tan blanco”, “Todas las almas”, “Los enamoramientos” y otras tantas, Javier Marías lo que hace a lo largo de los años es seguir consolidándose con su particular estilo narrativo, su afilada pluma artística, su inagotable creatividad literaria. Porque eso era Javier Marías: una suma de virtudes que lo convirtieron en lo fue en vida: un gran escritor.
Pero además de magnifico narrador, Javier Marías fue también un agudo observador de la realidad. Cada semana publicaba en el diario “El País,” de España, su columna de comentarios sobre los acontecimientos de su país y del mundo. Siempre actuales, nunca diletantes ni innecesarios, los apuntes semanales de Javier Marías constituían una perspicaz mirada sobre los sucesos de actualidad. Aproximaciones acerca de la política en el mundo: la invasión rusa a Ucrania, la figura de Putin, la disparatada presencia de Donald Trump, la pandemia del coronavirus y sus implicancias, todos eran temas que suscitaban reflexiones inteligentes, cuestionamientos adicionales, preguntas, más preguntas, y algunas burlas con sentido.
En esta columna tuve la oportunidad de reseñar, hace algún tiempo, la última novela que publicó Javier Marías. Su título: “Tomás Nevinson”. Decía entonces que además de la propia historia que narraba, Javier Marías destacaba por su inconfundible característica: su exuberancia, su locuacidad, en una palabra, su buena literatura.
Sus fieles lectores, entre quienes me incluyo sin restricciones, hemos perdido una fuente de nuestro placer humano: leerlo y, al tiempo de hacerlo, quedarnos mudos, sin palabras, pensando, preguntándonos acerca del amor, la traición, la ternura, la crueldad, aquellos temas que Javier Marías pretendió plantearnos sin respondérnoslos.
Javier Marías descansa en paz.