Por Patricia Donayre
Cuando los años la indiferencia del Estado cala hondo, cuando el discurso de cambio se lo lleva el viento, cuando las elecciones no cambian tu vida sino la de los que salen elegidos, cuando ves que te roban y se enriquecen a costa del miseria y el hambre, la respuesta desde el dolor es dar la espalda a quienes no te representan, con un voto blanco o un viciado.
Estas elecciones nos muestran un Perú que dice basta ya a esa democracia que pretende manifestarse cada 5 años, y no permanentemente, una democracia en la que la voluntad del pueblo no se expresa en su real dimensión pues el porcentaje de quienes votan por un determinado candidato es bastante limitado. Mientras que la gran mayoría prefiere callar o expresar su indignación con un voto de no respaldo a ninguno (el no voto).
¿Qué está sucediendo? El dejar hacer dejar pasar en su máxima expresión, llegando al terreno social y político, más allá de lo económico, un “mejor me defiendo solo y veo por mi y mi familia” porque quienes dicen representarme no lo hacen. Ese es el nivel al que llegamos y que debería preocuparnos. Recobrar la confianza con acciones no con mensajes.
Y preocupa porque se reflejará en los representantes en el Congreso, donde por quienes no votamos resultarán beneficiados con una mayoría relativa gracias a la indiferencia del no voto. Una vez más tendremos un Congreso fraccionado en varias minorías que finalmente tendrán la sartén por el mango para imponer decisiones, la agenda partidaria o del o la líder por encima de los intereses del país.
El Ejecutivo pasará permanentemente por las horcas caudinas. Con dos opciones: la primera ponerse fuerte y avanzar con la implementación de su “plan de gobierno”, en cuyo caso la respuesta constante pueden ser las interpelaciones, censuras, comisiones de investigación o vacancias; o la segunda hacer concesiones recíprocas aún sacrificando su agenda país. Nuevamente la dictadura de las mayorías relativas.
Hubiese sido importante para evitar este escenario, que el Tribunal Constitucional se pronunciara sobre los límites de la vacancia presidencial. Pero no lo hizo. Hubiese sido importante en este ínterin congresal legislar sobre los vacíos constitucionales existentes, pero tampoco se quiso hacer. Es decir, estamos a la deriva sin reformas urgentes y necesarias.
Por su parte, quien gobierne enfrenta aparte de un Congreso fragmentado, la pandemia que trae crisis económica y social. Que dados los planes de gobierno me queda la duda si tengan claridad para encontrar las soluciones en su momento. Una cosa es lo que dice el papel y otra la realidad. Recordemos que los planes de gobierno no pasan de ser una formalidad que se exige con la inscripción y que no resulta vinculante en los hechos. ¿Cuántos gobiernos pasaron que no ejecutaron lo prometido en su plan de gobierno? Del dicho al hecho hay mucho trecho decían los abuelos. Entonces ¿en quién creer?
Quizás los electores deberíamos dejarnos guiar por un conjunto de factores, entre los que la trayectoria de vida, la formación, consistencia en los ideales y principios y la frontal lucha contra la corrupción sean los pilares de nuestra decisión. Más allá de discursos (que por cierto el libreto se lo aprenden muy bien y se actúa a la perfección) y de poses, es un mirar a los ojos fijamente, expresarse sin titubear, tener esa tincada que ese no te falla. Intuición la llaman.
Un o una gobernante honrado(a), con sensibilidad y con firmeza y que anteponga los intereses de las grandes mayorías que esperan finalmente el cambio prometido. Lo tendremos?