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sábado, septiembre 7, 2024

La derecha en cuidados intensivos

Por Martín Navarro

De entre las muchas conclusiones que nos dejaron los últimos tres debates, hay una que me parece destacable por su claridad y contundencia: las derechas requieren urgentemente de cuidados intensivos.

Tal vez será un lugar común recalcar que el nivel intelectual y político que mostraron las derechas no se asemeja ni por error siquiera a los antiguos hombres y mujeres, liberales y conservadores, que pensaron y contribuyeron, sin éxito, a que sus ideales se plasmaran en la vida política de nuestro país. Y aunque esto no es algo privativo de estas, ya que es compartida por la mayoría de nuestra clase política, debo enfatizar que cuando me refiero a sus personajes destacables, no lo hago pensando en los supuestos patriarcas de los partidos de las derechas ochenteras y noventeras que, a falta de un pasado de auténtico heroísmo, los medios vienen mitificando. No, me refiero a aquellos que se formaron bajo el rigor del estudio y la actividad política no para ganar a como dé lugar una elección, sino para hacer política trascedente y orientar al Perú por el camino que creían correcto.

Cuál sería la reacción de Faustino Sánchez Carrión, Francisco Javier Mariátegui, Javier Luna Pizarro, Francisco de Paula González Vigil, los hermanos Gálvez, Augusto Durand, Francisco Calderón y Manuel Pardo ante el contradictorio anuncio de Keiko Fujimori cuando conjuga la promesa de relajación de la cuarentena con una política de mano dura; o el pragmatismo y la ingenuidad política de George Forsyth, quien anuncia que en un eventual gobierno suyo pactaría con todos sin excepción, sin contemplar lo ocurrido en estos últimos cinco años, lo que demuestra con toda evidencia el poco entendimiento de lo que defiende.

Y ni qué decir de la afrenta que les resultaría denominarse liberales tan igual como se siente uno de sus -supuestos- emblemáticos representantes, el adánico Hernando de Soto, quien se ensalza a sí mismo en mérito a la gloriosa labor de persuasión que ejerció con el terrorista Abimael Guzmán y con el condenado por homicidio Antauro Humala; o porque se considera responsable de todas las maravillosas obras del régimen autoritario de Alberto Fujimori, así como de orgullosamente insuflarse porque cuenta con la ilustre asesoría a un personaje cuestionable, por decir lo menos, vinculado con la trata de personas y la comicidad de mal gusto, el que afirma lo educa para acerca a los pobres de los sectores C, D y E que “entienden la política mediante la farándula y el deporte” (La República, 4 de abril de 2020).

Qué indignación sentirían Bartolomé Herrera, José de la Riva Agüero y Víctor Andrés Belaunde al oír balbucear con una actitud ajena a este mundo al inefable Rafael López Aliaga, buscando sus apuntes sin rubor alguno, faltándole el respeto a todas, las existentes y por existir, reglas de la buena retórica. Qué oscura y vertiginosa vorágine intelectual sentirían escuchando a Alberto Beingolea, confeso socialcristiano, citar al Adam Smith, nada más que exactamente al revés y traficando la economía social de mercado por la del ultramercado. En conclusión, algunas de nuestras derechas necesitan de cuidados intensivos, pero otras demandan prontamente una casa funeraria.

De seguro se me cuestionará que, a pesar de lo que sostengo, todas las últimas encuestas advierten que las derechas se encuentran bien posicionadas dentro de aquellas. Sin embargo, pudiendo hacerlo, no me referiré en este momento a la credibilidad de dichos negocios estadísticos -otro asunto que recurrentemente se debe revisar- sino más bien a que su buen desempeño electoral resulta inversamente proporcional a su talento y capacidad de gobierno, por lo que, si yo fuera empresario, y por lo tanto naturalmente de derechas, realmente me encontraría preocupado hasta la desesperación por la calidad de los candidatos y organizaciones que se disputaran mi representación política y dudaría por lo menos de la posibilidad de negociar con un sicario político que vaya a los debates a desbaratar todo con una conducta y lenguaje procaz, sin trasmitir ni media idea de cómo gobernar el país para de esta manera confundir más al electorado y dejar las cosas como están desde hace casi treinta años. No confiaría mis negocios y mi fortuna a semejantes políticos. En el fondo se les comprende, de verdad que se les comprende: pero no se les justifica.

Una derecha civilizada no solamente le haría bien a ella misma y a las diversas formas que adopta y en que se expresa, sino sobre todo a la política peruana en su conjunto. Una derecha no cavernaria e inteligente posibilitaría un pacto de gobernabilidad honesto, transparente y viable para salir de la terrible dificultad que afrontamos con la pandemia. Una derecha civilizada sería decente y honrada, intolerable contra la corrupción y el autoritarismo; sin embargo, parece una fantasía que eso se logre en corto e inclusive en un largo plazo. De ahí que, alejándome por un momento de todo ideal que inspire mi praxis política porque así lo demanda el contexto, estar de acuerdo con quienes desde la academia y la acción política hacen llamando por un gran pacto entre fuerzas democráticas y contrarias a la corrupción pues aunque parezca maniqueo estamos en una peligrosa encrucijada que enfrenta a corruptos, retrógrados y autoritarios de un lado, y a honestos y demócratas por otro. Ningún partido, sea el que sea que triunfe en las elecciones, podrá gobernar adecuadamente con un ejecutivo en peligro constante ante un parlamento fragmentado y en oposición radical constante, igual o peor que en los cinco años que hemos pasado.

Con esta peligrosidad latente, hoy refuerzo y reafirmo la idea que me enfrentaba a otros respetables estudiosos de la política y políticos en actividad que reclamaban la constitución de un presidencialismo fuerte. ¿Se imagina el Perú bajo la mano dominadora de estos que se reclaman liberales y/o conservadores? El egregio Hernando de Soto ya lo adelantó, “no necesito del Congreso para gobernar, el 90% de las leyes en el Perú salen del ejecutivo” (Canal N, Agenda Política, 4 de abril de 2020). Advertidos estamos.

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