Por José Alejandro Godoy
Cuando los franceses idearon el sistema de la segunda vuelta electoral, pensaron en la necesidad de facilitar el triunfo de los candidatos más moderados. De Gaulle pensaba en la posibilidad que los comunistas o que los fascistas pudieran tener opciones serias de ganar el poder en las urnas y pensaba que una gran coalición de los partidos más al centro podría derrotarlos, llegado el caso. Hasta hoy, esa regla se ha cumplido en dicho país europeo.
Trasladada a América Latina, en muchos casos – no en todos –, la segunda vuelta ha cumplido con la función pensada por De Gaulle, pero también ha permitido que candidatos radicales puedan moderarse, con miras a dejar de lado programas radicales para optar por opciones más centristas. Nos pasó en el 2011 con Ollanta Humala y Keiko Fujimori y hoy, una década después, el destino nos vuelve a poner en el mismo destino, con Pedro Castillo y la lideresa de Fuerza Popular.
Ambas son candidaturas que tienen serios problemas. Castillo ha sido capaz de transitar por varios partidos y alianzas de compromiso – de todo tipo y varias de ellas cuestionables – para obtener objetivos políticos y sindicales. Es el representante no solo de la rabia de siempre de la sierra centro y sur, con varios anacronismos y conservadurismos que no son bien vistos desde el progresismo más limeño, sino que también es el vehículo personal de un gobernador regional como Vladimir Cerrón, con serias acusaciones. Y, por ahora, el candidato de Perú Libre considera que aún no es necesario moderarse.
Keiko Fujimori ha insistido en la reivindicación de un condenado por asesinato, secuestro y corrupción en esta campaña electoral. No ha expresado arrepentimiento alguno por la desestabilización generada por ella durante el quinquenio que viene terminando, en la que apoyó la salida de dos presidentes constitucionales. Ha prometido indulto a quien antes se lo negó. Y busca la defensa de una Constitución que hace rato pide cambios institucionales a gritos. Además de una impronta conservadora que comparte con su competidor. Por ahora, su estrategia es la garantía de mantener todo como está, apostando al voto de derecha y que eso le baste para ganar.
Pero queda en el medio el votante que teme los riesgos que tienen ambas postulaciones en materia institucional. En principio, ese elector no quiere votar por Keiko Fujimori, pero quisiera que Castillo diera algunas señales o guiños que, sin ser una hoja de ruta que el postulante ha rechazado, le de ciertas garantías en esa materia. ¿Cuáles son las opciones de ambos para acercarse?
Castillo, en principio, podría tener más incentivos para ello. No solo porque Keiko parece tener más asegurado a un elector que prioriza lo económico por sobre lo institucional, sino porque ese votante es requerido por él para ganar. Eso sí, es probable que empiece una negociación de ese corte en forma directa con ese sector del electorado y con los modos propios del viejo sindicalismo peruano.
¿Y Keiko? Tiene más complicada la situación en esa línea. Una garantía que le va a exigir el votante institucional es no indultar al señor Fujimori, cuestión que no solo le resulta difícil por cuestiones familiares, sino también porque atenta contra su base política. Y tampoco ha mostrado autocrítica alguna sobre su comportamiento. Salvo que decida matar simbólicamente a su padre, tiene cuesta arriba esta decisión.