Cuando se publique esta columna habrán pasado apenas dos semanas de la asunción de Pedro Castillo como Presidente de la República. Acostumbrados a una reagrupación del voto “en contra de” en las segundas vueltas de los últimos quinquenios, pese a todo, anteriores gobiernos habían gozado al inicio de cierto margen de expectativa positiva por parte de la ciudadanía. Sin embargo, la percepción hoy es que importantes sectores del país, que habían apostado por una defensa cerrada de Castillo, han cambiado de opinión vistas las primeras decisiones de gobierno. Sabíamos que las adhesiones eran volátiles, pero nunca se había observado una vuelta de tuerca con esta velocidad y magnitud.
La primera encuesta sobre valoración del desempeño del gobierno, dada a conocer por CPI esta semana, muestra que Castillo inicia con bajo caudal de aprobación: 40% frente a 47,7% que lo desaprueba. En un país tan fragmentado, mejor mirar más allá de los promedios. En Lima y Callao lo desaprueba el 66,7%, lo que podría esperarse dado que la capital fue el principal bastión de sus opositores y, por tanto, hay un sesgo en contra pre-existente. En el interior del país, si bien lo aprueba el 50,4%, más de un tercio lo desaprueba (36,4%). La sierra centro y sur (63,6%) y el oriente (47,3%) se presentan como sus bastiones de aprobación mientras que (además de Lima) la costa (con una desaprobación por encima del 40% casi similar a su aprobación) y el sector de las mujeres (50,7%) son segmentos donde la desaprobación es más alta. Lo último parece dar cuenta del importante rechazo que han generado nombramientos probables o consumados de personas con antecedentes de violencia de género o misoginia en cargos públicos, mostrando que el respeto a los derechos de las mujeres requiere no solo de retórica sino de acciones y políticas concretas.
Hubo voces no escuchadas que en el medio del fragor de la campaña apuntamos a las debilidades de un probable gobierno de Castillo. Es cierto que no era una elección fácil. Después, la fallida estrategia de alegación de un fraude en mesa (que no se llegó a probar) y la dilación de la aceptación de los resultados no solo debilitaron la confianza y polarizaron aún más al país, también permitieron que el Presidente camuflara flancos riesgosos que tarde o temprano se harían visibles. A ello se suma una idealización acrítica del candidato como germen de los actuales desencantos.
Ya se advertía una alta ideologización en su discurso de izquierda conservadora y radical. Sin embargo, muchos deseaban ver un candidato que deslindaría de su propio proyecto fundacional expresado en un poco probable alejamiento de Vladimir Cerrón y una moderación por efecto de compromisos suscritos en campaña y un influjo benefactor de una izquierda más limeña, y en comparación, más moderada. Ni uno ni lo otro. Ya se advertía una fragilidad política en el Congreso con una bancada no solo minoritaria sino fragmentada entre alas cerronistas y magisteriales. Algunos medios especulan a día de hoy con una inminente ruptura que precarizará aún más las posibilidades de acción legislativa de la bancada oficialista, lo que en el Perú de los últimos tiempos implica el riesgo de apelar al choque de poderes por parte de gobiernos sin mayorías originarias o construidas y coaliciones parlamentarias opuestas al gobierno.
Pero en estas dos semanas, el nuevo Ejecutivo ha mostrado: su escasa capacidad para -con pocas excepciones- contar y convocar a cuadros técnico-políticos con méritos y capacidades para gestionar un Estado en la peor crisis de los últimos tiempos; una ausencia de transparencia y vocación de rendición de cuentas para gobernar y lo que es peor tentaciones autoritarias implícitas y explícitas que hacen que no se pueda descartar como un escenario deseado por el Ejecutivo la denegación de la confianza a dos gabinetes para activar la herramienta de disolución del Congreso. Hasta ahora ha primado en el país una aproximación a la política bajo dicotomías excluyentes que la reducen a personajes buenos y malos. Una mirada que impide analizar a los actores (de un lado y del otro) que dicen representar al bloque entre comillas correcto en la real magnitud de sus identidades, contradicciones, estrategias e incentivos para su accionar político. Y así, nos va.