Tengo la sensación que ha sido un año perdido para mejorar la vida de las mujeres y hombres de este país. Cuando escribí hace un año pensaba que la pandemia había evidenciado las enormes y crueles desigualdades que había en nuestro país y que el dolor, la pena, la incertidumbre que habíamos vivido nos ayudaría a dar un vuelco para mirarnos y reconstruir un país más humano y con un horizonte claro para disminuir las desigualdades, pero nada de esto ha sucedido.
Las elecciones tan confrontacionales pusieron en cuestión nuestro sistema electoral que logró resistir a todos los embates, pero ni el nuevo gobierno, ni el nuevo congreso han estado a la altura de sentar las bases para realizar los grandes cambios que gran parte de la ciudadanía esperaba. Si sumamos los pequeños aciertos es como estar en piloto automático manteniéndonos con los mínimos indispensables para seguir sobreviviendo.
La vacunación avanza, la economía se sostiene, los bonos se reparten, pero la vida de la gente que menos tiene no ha mejorado. Las mujeres siguen llevándose la peor parte y los niños y las niñas también. No se logra ni desde el Estado, ni desde la sociedad civil propuestas articuladoras, son sectoriales. Entonces unos y unas batallan por que no retroceda la reforma educativa, porque se retornen a las clases de inmediato. Otros porque haya cambios en la economía y que pueda conseguirse mayores impuestos para un presupuesto público con mayor recaudación. Otros que siguen sus luchas contra la corrupción, la vigencia de los derechos humanos y la atención a los defensores y defensores. Y así, quienes siguen pendientes de los conflictos mineros, medio ambientales, territoriales, sindicales, migratorios. No estamos mejor que otros sectores, feministas y mujeres levantando prioridades de las mujeres sumidas en las diversas violencias de género, desapariciones. Con algunos aciertos, tener una legislación sobre acoso político que ha reconocido la resistencia del machismo a compartir el poder, entre otros. Una nueva iniciativa de Ley para despenalizar el aborto, la demanda diaria y constante de familiares de víctimas de feminicidio que tienen que hacer una lucha permanente ante las comisarias, fiscalías, poder judicial para que quienes asesinaron a sus hijas, nietas, sobrinas no queden libres e impunes. Y así podemos seguir haciendo una lista de diversos esfuerzos valiosos que no terminan de articularse. Mientras sigamos viendo que lo que nos pasa a las mujeres en nuestras diversidades, sea un asunto a resolver por nosotras solas que somos la mitad del país, no lograremos los cambios que necesitamos para reconstruir el Perú en una democracia paritaria.
Desde la política, es claro que nuestro sistema político, no da más y que ya no es suficiente continuar reformas, se necesita un cambio total. Como el que se esperaba para el sistema sanitario, educativo, agrario. En donde los enfoques de genero e interculturalidad son mirados con desprecio, sospecha, estigmatización. El patriarcado se resiste a los cambios.
Lo que me queda claro, es que, en un país desencontrado, no serán posibles cambios porque quienes tienen los privilegios no están dispuestos a dejarlos y sus energías, recursos, voceros, están ahí para seguir haciendo del Perú, uno de los países más desiguales. No tienen la mínima sensibilidad ni la disposición de contribuir a ningún cambio que afecte a sus intereses. Este sector no es el centro del que dan cuenta algunas analistas. Es quienes viven, vivieron y seguirán viviendo desde el privilegio, pensando que son los dueños y las dueñas del Perú y su poder y dinero se lo permiten. Y ahora tenemos además un discurso del siglo pasado que quiere llevarnos a un debate de los 70s en relación a las mujeres y las violencias. Estas violencias expresan la peor cara del patriarcado y del machismo
Eso es lo que tenemos atravesados/as por el machismo, racismo, las discriminaciones. Sin reconocer verdaderamente a nuestros pueblos indígenas, amazónicos, afroperuanos.
No es el fracaso de la izquierda, ni de la derecha, ni del centro, es el fracaso como país que estamos viviendo. Nuestros conflictos irresueltos en 200 años de Republica están ahí y no aparecen luces al final del túnel en donde estamos. Porque la improvisación tampoco es un buen camino para resolver nuestros conflictos. Para los feminismos nuestras victorias en el campo discursivo han sido notables como lo señala Segato, pero siguen siendo insuficientes. Que el nuevo año nos contagie del optimismo que aparece en las encuestas de un sector importante de la población.