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sábado, noviembre 2, 2024

Coalición histórica

La Organización Mundial de la Salud ha anunciado esta semana la conformación de una coalición para la preparación, prevención y respuesta contra las pandemias, una decisión histórica. Según documentos oficiales, esta es la segunda vez que se llama a esta coalición después de la creación de la OMS en 1948, una decisión necesaria debido a las debilidades demostradas por todos los gobiernos al enfrentarse al COVID19.

 

Desde el inicio de la pandemia, científicos de todo el mundo fueron convocados por los gobiernos para ayudar a enfrentarla; sin embargo, debido a que jamás se habían desplegado este tipo de intervenciones en este siglo, las reacciones fueron discordantes y hasta preocupantes: las intervenciones no farmacéuticas a gran escala no habían sido desplegadas desde el brote de AH1N1 y, como esperábamos, ningún gobierno estaba preparado para el rigor científico y la ingente cantidad de datos diferentes, y necesarios, en tan corto tiempo.

 

Las estrategias no farmacéuticas fueron usadas en escenarios más pequeños, como los brotes de SARS y MERS. Estas medidas no fueron evaluadas en contextos sociales más amplios y diversos -como los de países latinoamericanos con una gran cantidad de autoempleo, y extendida precariedad empresarial y estatal, sobre todo si hablamos de coberturas universales, o sistemas de salud-. Con tal precariedad, estas medidas desataron efectos dispares en las distintas capas y estratos sociales; en Perú, por ejemplo, a pesar de una cuarentena temprana las muertes sobrepasaron lo esperado, algo que todos los que trabajamos en la salud pública de manera directa o indirecta sabíamos que iba a suceder: un sistema de salud como el nuestro estaba casi totalmente imposibilitado de resistir el avance del virus.

 

Aunque Perú es un ejemplo de lo mal que fue enfrentada la crisis de salud pública, no es el único: Colombia, Argentina o Chile no se han quedado atrás; Estados Unidos, a pesar de una infraestructura enorme para el control de sus enfermedades, ha demostrado que sin un gobierno que se enfrente a los intereses económicos -demócratas o republicanos-, deja por los suelos sus antecedentes como país líder en enfrentar catástrofes.

Europa no la ha llevado mejor tampoco: Italia y España tuvieron la mayor cantidad de muertes y contagios al inicio de la pandemia, que prácticamente arrasó a su población de adultos mayores, sin protección posible.

 

Estos ejemplos de hace casi ya dos años debieron enseñarnos como deberíamos haber enfrentado de una manera global la pandemia, sobre todo a nivel gubernamental; sabíamos que el enfrentarla desde el nacionalismo no iba a dar resultados, y lo dijimos siempre: no estaremos a salvo hasta qué todos estemos a salvo. Esa ha sido la más grande falla de todos los gobiernos: no usar una mirada global, poniendo como excusa su compromiso con la gente en su país.

Esto ha demostrado ser un error garrafal: la inequidad en la repartición de insumos, medicamentos y vacunas ha sido una vergüenza global, y el consejo de los científicos poco ha servido para lograr cambiar esta voluntad.

 

Entonces, la decisión de formar una coalición mundial para prepararnos a enfrentar nuevas pandemias no solo debe servir para esto, sino también para asegurar que tomaremos acciones coordinadas a nivel global, que nuestros sistemas de información y vigilancia epidemiológica estarán en contacto día y noche y tendrán una respuesta temprana sin castigos a las naciones informantes, evitando tener reacciones cómo las sufridas por Sudáfrica al informar de Ómicron, y además permitirnos tener un sistema de salud global donde el wellbeing de todas las naciones sea la pieza fundamental del rompecabezas, que guie nuestras acciones, que contemple un sistema de salud universal coordinado de acuerdo a las necesidades regionales, pero que permita una sola acción global no solo en contra de pandemias, sino también para otros problemas más grandes. como el cambio climático y la inequidad social mundial.

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