Llegamos al bicentenario, a conmemorar nada, con un quiebre institucional y de nación que se muestra todos los días. Una crisis sanitaria que nos restregó en la cara que nos acostumbramos sólo a acumular dinero entre los 90 y el año 2022 -y a ello le llamamos crecimiento económico- pero no desarrollo sostenible y un país mejor integrado.
Somos reflejo de una crisis generalizada a nivel global, pero tenemos nuestros propios elementos particulares. Compartimos con el globo una cultura internalizada que elaboró una narrativa de progreso y desarrollo basado en el éxito individual, el emprendimiento, la mano invisible del mercado y aparatos públicos subsidiarios a favor de los privados.
A decir del Papa Francisco, estas estructuras, andamiajes institucionales y conceptos que se caen y no responden a los retos de superar las desigualdades de la humanidad, nos paraliza y convierte en observadores. También afirma que es un: “…momento en que se sacuden tanto nuestras categorías como nuestras formas de pensar y entran en cuestionamiento nuestras prioridades…nuestros funcionalismos se tambalean y tenemos que revisar y modificar nuestros roles y hábitos para…salir de la crisis como mejores personas…nunca se sale igual de una crisis. Si salís, salís mejor o peor; pero nunca igual” (Soñemos juntos. Conversaciones con el Papa Francisco -2020)
Cultura, política y económica centrada en el éxito personal y el rol individual. La ley del esfuerzo personal por la riqueza, el poder y una cultura basada y organizada en una manera de hacer las cosas, diría el Papa.
Los peruanos sabemos de crecimiento económico, pero no de desarrollo sostenible. Sabemos de cómo se promueve la libertad individual, pero también conocemos la capacidad y debilidad del Estado. Citando a Alfredo Zitarrosa: “…qué es lo que quieren decir, con eso de la libertad, usted se puede morir, eso es cuestión de salud, pero no quiera saber, lo que le cuesta un ataúd…”
El COVID develó pandemias estructurales de un mundo más desigual, añadido al grave daño social ambiental y de futuro, que centran la búsqueda de poder económico y en generar riqueza para acumular. Un informe de hace 48 horas de la ONU señala que en materia de cambio climático se agota el tiempo de la humanidad para tomar acciones.
La economía pasa a ser lo principal de estas estructuras y la política es comparsa de este andamiaje caduco, que descarta vidas y privilegia el interés personal. “Míralos como reptiles al acecho de la presa, negociando en cada mesa maquillajes de ocasión…Locos, porque los deslumbre, su parásita ambición” (Luis Eduardo Aute)
Devaluada la política, se extingue la palabra. Se erige el pragmatismo y la búsqueda de exhibir resultados. La palabra, es una unidad lingüística hablada o escrita con significado, de donde surge el acuerdo, el argumento y la proposición de salidas y alternativas a los problemas públicos que buscan asegurar el bien común.
Quizá la extinción de las ideas y el pensamiento político en el mundo y en el Perú, tenga una relación con esta extinción de la palabra y la afirmación de la economía y el pragmatismo, en contraposición del discurso.
La política no puede funcionar sin palabras mi argumentación ni deliberación pública. ¿Cómo se alcanzar acuerdos sin palabras? La política es sobre todo eso concordar y concertar salidas, principalmente en un mundo, donde sabemos por Ulrich Bech, que el riesgo es la norma. Por tanto, una sociedad y un mundo expuesto al peligro inminente donde el control de daños o el control del riesgo no alcanza a comprender los códigos de la amenaza permanente.
El puro pragmatismo al tratar de presentar resultados abandona la determinación del bien común, de manera concordada o participativa, priorizando, donde lo técnico define que política es lo que conviene. La solución de los problemas públicos puede estar sujeto a algoritmos informáticos que se alimentan de data pública, a veces inexistente, y no de la negociación, debate o deliberación.
Países como el nuestro suelen extremar la afirmación y presencia de la mano invisible del mercado, en un supuesto de economías perfectas donde subsisten ofertantes y demandantes, en igualdad de condiciones. Se alienta que el Estado se retire, si es posible, de todo lo que signifique actividad económica.
Las ideas liberales desde los 90 afirmaron el papel del mercado en la economía. No se trata de tener posturas pendulares, pero extremamos y debilitamos el rol estatal y lo destinamos a que sea árbitro de posiciones no simétricas de oferta y demanda. Rol que tampoco cumple a plenitud, al igual que con lo básico que se le asigna: seguridad, educación y salud.
Con el fujimorismo fuimos demasiado aplicados en incorporar la receta del Consenso de Washington. Incluso más que Estados Unidos, qué a pesar de su liderazgo por el modelo liberal, es capaz de establecer desde el sector público un seguro para la actividad agrícola, a la que considera de actividad arriesgada, y que proteja la cosecha de los agricultores de cualquier tipo de pérdida. Medida impensable en el Perú de hoy.
Al compás de esta institucionalidad económica, en la política del Perú se han erigido franquicias políticas con dueños que también son propietarios de actividades económicas y que buscan cuidar desde la política. Han constituido un círculo perverso que llaman democracia y que se resume en ganar la mayor cantidad de cargos en todo tipo de elecciones políticas. No son partidos sino aparatos electorales que luego de obtenida la lotería no les interesa construir organización política en interacción con los ciudadanos, sino que restringen toda la vida política alrededor de estos cargos. Ese es su plan máximo.
La paradoja es que estos aparatos electorales casi privados, cuentan con financiamiento público importante cuando tienen representación parlamentaria. No les interesa hacer vida política, entendida como todo lo relacionado al bien común no les debería ser ajeno; y desde su representación parlamentaria propugnan y modifican reglas, según convenga. En el período 2021-2026 recibirán por este financiamiento casi 78 millones que deberían destinarse a actividades de formación, capacitación e investigación y funcionamiento ordinario. Ya, sabemos que nada de eso ocurre.
El Papa Francisco habla que la crisis estructural que vivimos se sustenta en el abandono de la búsqueda del bien común, y sólo aspirar al poder de todo tipo, la riqueza e intereses particulares.
Las posiciones o propuestas que exhiben estas marcas políticas son elementos supletorios. Porque al igual que clubes de futbol dependiendo de como se encuentra la regla electoral, y de la posición y cargo que se tentará y la inversión para la postulación, se cambian las camisetas antes y después de las elecciones políticas. Por esa razón, en un mundo sin ideas y nuevas formas de enfrentar la crisis las altisonancias o extremos de derecha y de izquierda se asemejan en varios puntos, e incluso pueden votar juntos cuando la nueva ley les convenga. Es una realidad que vivimos en el Perú.
El orden instituido en el Perú, en las últimas tres décadas, donde los poderes fácticos manejan la economía y subsidian la política a alguien conocido; o si un lejano aparece ganando en la otra orilla, consiguen edulcorar sus posturas salvaguardando la estructura que muestra crecimiento y calificaciones internacionales, pero que escondía una economía sin una real competencia, con intereses mercantilistas y extensión de la informalidad en dos tercios de los peruanos.
Esta informalidad también se instaló en los predios políticos. Existe un benefactor que corre con los costos para cumplir con los requisitos de inscribir una organización política, pero su interés no es pensar en el país, sus problemas y posibilidades, sino ser maquinas electorales.
Hasta la izquierda política extrema, aprendió que lo importante era tener el logo y la marca registrada, y seguir con los argumentos de la guerra fría: alineaciones internacionales y discursos con contenidos de un socialismos anquilosado y no moderno. Pero, es sólo discurso, con intereses subalternos. El escritor nicaragüense Sergio Ramírez, las llama utopías regresivas (Adiós Muchachos) que altisonadamente plantean radicalismos que no cambian nada, sino seguir manteniendo o alcanzando el poder.
Tenemos otra izquierda más democrática que centra sus esfuerzos, principalmente en lo electoral y ya apostó dos veces si éxito a la presidencia, siempre en logos prestados porque sus claras debilidades de organización para formalizar una inscripción como partido político, y que tiene como estrategia de relación con la ciudadanía 280 caracteres que dura un tweet.
Esta forma de relación política no es exclusiva de la izquierda, sino es una práctica generalizada en todas las tendencias políticas. Han abandonado la relación presencial y directa y priorizan la intermediación de las redes, cuando, por ejemplo, conseguir firmas para inscribir un partido implica conversar y convencer ciudadanos, y eso no se hace por lo virtual. Como tampoco el crear una narrativa de cambio constitucional.
Hoy que va apareciendo con más frecuencia, el que se vayan todos, porque si bien está claro la ineficiencia del gobierno en términos de gestión donde, otra vez, sólo, se priorizan los intereses pequeños de partido o de grupo; también es cierto que el racismo y desprecio por los resultados electorales estuvo en la agenda de lo “demócratas” que están de acuerdo con los resultados cuando les conviene.
Sabemos que nuevas elecciones generales, con el mismo elenco estable de los llamados políticos, sólo ordenara por breve tiempo el país, para luego regresar a otra crisis, pero quizá sea el mal menor que necesitamos, para salir del impase que nos encontramos del enfrentamiento perpetuo entre Ejecutivo y Legislativo.
Salidas más estructuradas que construyan una narración distinta a la elaborada en los últimos 30 años es mucho más complejo. Es un tiempo para espíritus inquietos dice el Papa Francisco, para la movilización, dejar el individualismo y pensar en grande, hasta en movimientos populares donde se encuentre presente la solidaridad.
Un punto a pensar esa línea es lo que plantea el filósofo Miguel Giusti, cuando afirma que antes que buscar reconciliación lo que se requiere es plantear un movimiento por el reconocimiento. Falta reconocimiento como elemento transversal entre peruanos, personas iguales con pensamientos y agendas distintas, pero que quizá posibilite a construir eso tan manido en los últimos días: el pueblo.