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jueves, octubre 10, 2024

Jane Goodall: «En la lucha por el desarrollo económico, el medio ambiente siempre ha salido perdiendo» [Entrevita ethic]

En una entrevista para Ethic, Jane Goodall, activista famosa por investigaciones y por crear organización para la conservación de la vida silvestre, cuenta su experiencia y anhelo por motivar a las siguientes generaciones.

Una pandemia mundial, incendios forestales, huracanes, inundaciones… Parece que ya estamos sufriendo los efectos del cambio climático. ¿Qué le viene a la mente cuando ve que, en todo el mundo, se están viviendo estas alarmantes situaciones?

Lo realmente trágico es que esto lo hayamos provocado nosotros mismos al no haber respetado en absoluto a los animales o al planeta. Solo hace falta ver la conexión que tiene la pandemia del coronavirus con la destrucción de los hábitats naturales. Llevamos años cazando animales, los matamos, nos los comemos, traficamos con ellos, permitimos que se conviertan en medicinas o los vendemos como mascotas en los mercados de animales en Asia o en los mercados de carne en África. También encarcelamos a millones de animales para nuestro propio consumo en granjas agrícolas intensivas, mejor conocidas como campos de concentración de animales. Y en todos estos casos creamos las condiciones perfectas para que un nuevo agente patógeno salte de un animal a una persona y derive en una nueva enfermedad. Está claro que la crisis sanitaria ha traído sufrimiento, muerte, desempleo y caos económico en todo el mundo. Sin embargo, hace tiempo que existe una crisis más grave: la del cambio climático. Los científicos llevan años prediciendo el cambio del clima mundial y el cambio en los ciclos meteorológicos. En la lucha por el desarrollo económico mundial, el medio ambiente siempre ha salido perdiendo.

Sostienes que hemos abusado de los animales y hay quien incluso habla de «especismo», de que, de alguna manera, los humanos nos hemos creído superiores y más importantes que los animales.

A principios de los sesenta, cuando me enviaron a Cambridge para hacer el doctorado, yo nunca había estado en la universidad, pero había pasado dos años conviviendo con chimpancés. Me quedé realmente impactada cuando los profesores me dijeron que no debería haberles puesto nombres a los chimpancés, que los números eran más científicos. Me decían que no podía hablar de la personalidad, la mente o las emociones de los animales porque eran rasgos exclusivos de los humanos. Por suerte, de pequeña tuve un profesor magnífico: mi perro Rusty, que me enseñó que estaban equivocados. Los chimpancés –que son nuestro pariente vivo más cercano– son tan parecidos a nosotros biológicamente que con mis descripciones y la película que hizo mi marido, Hugo van Lawick, la ciencia tuvo que admitir que no somos los únicos seres del planeta con personalidad, mente y emociones. Nuestro trabajo abrió la puerta a una nueva manera de entender y considerar a los animales. Gracias a ello, cada día aprendemos más y más. No dejamos de sorprendernos. Estoy segura de que los animales pueden sentir miedo, angustia y dolor. Y eso hay que tenerlo en cuenta cuando nos referimos a todos estos animales de los que te hablaba –con los que se trafica o a los que se mata o se lleva a granjas industriales o a mercados–: son individuos con personalidades y sentimientos, no simplemente animales. Hay una creencia de que por el simple hecho de que sean alimentos son diferentes de nosotros, pero no es así: los cerdos se comen, y pueden ser más inteligentes que los perros.

En más de una ocasión ha comentado que estamos tan desconectados del medio ambiente que no nos consideramos parte de él, de ese ecosistema integral y delicado que se desmorona en la medida en que no lo apreciamos. ¿Cómo hemos perdido esa relación?

Si actualmente estamos tan desconectados del mundo natural es porque muchísima gente vive en un mundo virtual. Cuando yo era pequeña, no teníamos televisión –mucho menos ordenadores o teléfonos móviles–, y me pasaba horas contemplando los pájaros, las ardillas, los insectos… No obstante, ahora los niños están todo el rato mirando las pantallas. Es algo muy negativo porque la evidencia científica nos dice que la naturaleza –los espacios verdes, el cantar de los pájaros, las hojas, las flores…– es esencial para el buen desarrollo psicológico de los más pequeños. Además, también se ha demostrado que el fomento de los espacios verdes en zonas desfavorecidas donde hay una alta tasa de delincuencia se traduce en una disminución de la incidencia delictiva. Es muy triste ver cómo nos hemos aislado en nuestra propia burbuja de hacer dinero y hemos dejado de tener en cuenta nuestra relación con el entorno natural. No podemos seguir así: somos parte de ese entorno; dependemos de él.

¿Cómo podemos recuperar esa conexión y aspirar a un mundo más positivo y armonioso? ¿Qué cambios en el pensamiento y el comportamiento de las personas son necesarios?

En primer lugar, tenemos que cambiar nuestra manera de plantear el desarrollo. A medida que destruimos el medio ambiente, la madre naturaleza nos grita pidiendo ayuda, y mientras destrozamos la naturaleza, también destruimos el futuro de nuestros hijos y, por supuesto, la salud del planeta. Antes de la pandemia estuve viajando por el mundo durante trescientos días y pude ver con mis propios ojos los efectos de la destrucción. Cuando estuve en Groenlandia, los inuits me dijeron que, antes, el hielo acostumbraba a resistir incluso en pleno verano. Sin embargo, era primavera cuando vi el agua del deshielo y los icebergs rompiéndose… También conocí a gente de la isla que tenía que abandonar sus casas cuando subía la marea. He visto las secuelas de huracanes temibles, tifones, inundaciones, espantosas sequías y devastadores incendios forestales. Y que sepamos, por primera vez en la historia ha habido incendios en el círculo ártico. Afortunadamente, creo que hay cosas que se están comenzando a comprender, como la necesidad de avanzar hacia una dieta basada en plantas.

¿Cree que se puede extraer algún aprendizaje positivo o algún mensaje de esperanza de las crisis que estamos viviendo?

El mayor signo de esperanza es que tenemos cierto margen de tiempo para poder mitigar el cambio climático. Ahora bien, mi gran esperanza reside en la juventud. Yo empecé el programa Roots and Shoots en 1991 con doce estudiantes de instituto en Tanzania a los que les daba el mensaje de que todo el mundo genera un impacto sobre el planeta, así que elige con sensatez y con ética. En el programa –hoy activo en 65 países de todo el mundo– cada grupo escoge tres proyectos: uno para ayudar a personas, uno para ayudar a animales y otro para ayudar al planeta. Estos miles de jóvenes son conscientes del problema, se sienten fortalecidos para actuar y son los que luego influyen a padres y abuelos. Mientras nosotras charlamos, ellos, sus ideas y sus voces están cambiando el mundo.

¿Qué es lo que más le llama la atención de los activistas jóvenes de hoy en día?

Durante muchos años, ha habido un desconocimiento generalizado sobre lo que le estábamos haciendo al planeta. Cuando empecé a estudiar los chimpancés en 1960, el bosque todavía se extendía a través de Gombe (Tanzania). Entonces no causábamos tanto daño como el que provocan actualmente nuestras actividades. Sin embargo, progresivamente, muchas escuelas han comenzado a hablar del cambio climático, lo que les da la oportunidad a los niños de escoger hacer algo o de exigir que otros lo hagan. Los niños están más concienciados y, en consecuencia, muchos padres piensan: «Tengo que reciclar por mis hijos» o «tengo que quitar basura del campo por mis hijos». Sus hijos son los que están a la altura del reto porque son conscientes de los problemas que los niños de antes desconocían.

Puedes revisar la entrevista completa pulsando aquí.

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