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viernes, diciembre 13, 2024

Francis Fukuyama: «Si apoyas un régimen que protege los derechos fundamentales, entonces eres liberal»

En una entrevista por Ethic, Francis Fukuyama, el mítico autor de «El fin de la historia y el último hombre», compartió sus pensamientos sobre el liberalismo y sus reflexiones sobre fenómenos políticos y sociales actuales.

En tu último libro escribes sobre varias amenazas hacia la democracia liberal, como el neoliberalismo y la izquierda identitaria. ¿Dirías que son las versiones extremas de la clásica idea liberal?

Ambas derivan de ideas liberales clásicas, pero están disociadas. En una sociedad liberal se tienen derechos de propiedad privada y libertad de comercio, pero bajo el neoliberalismo el pensamiento económico era mucho más radical, hasta el punto de que el Estado era visto como el verdadero enemigo del crecimiento y por ello tenía que ser reducido. La liberalización era necesaria de manera generalizada, incluyendo el sector financiero –donde llevó a una gran desestabilización de los mercados financieros globales y dio lugar a mucha desigualdad–. Aquello fue una distorsión de las ideas liberales y, asimismo, muchas políticas identitarias respaldan la idea liberal básica de que cada persona debe poseer su esfera de autonomía, pero se expandió a la autonomía de grupos, a la idea de que todo el mundo tenía el derecho a inventarse las reglas morales que rigen a los ciudadanos. Por lo tanto, ambas parten de ideas liberales, pero las llevan a extremos que no funcionan.

¿Cómo defines el liberalismo? ¿Es una manera de conciliar varios estilos de vida, o también tiene en cuenta el bienestar social?

En primer lugar, mi definición de liberalismo es diferente a como se entiende en América o Europa. En América, ser liberal significa pertenecer a la centroizquierda, estar a favor de más igualdad y más redistribución, de un Estado mayor. En Europa significa lo contrario. Estos puntos de vista no entran en mi definición. Mi pensamiento está ligado a un régimen que cree en la igualdad universal de la dignidad –de todos los seres humanos– y que necesita ser protegida por el Estado de derecho. La parte económica no juega un papel relevante en mi manera de entender el liberalismo. Considero que, si apoyas a un régimen que protege los derechos fundamentales de las personas, entonces eres liberal. Además, el liberalismo excluye ciertas formas de nacionalismo.

¿Consideras que el neoliberalismo supone una amenaza para la democracia liberal actual?

Las desigualdades y la inestabilidad que los políticos neoliberales produjeron en la década de 1990 y principios del 2000 fueron las responsables del auge del populismo, tanto en la derecha como en la izquierda. Se ha producido una respuesta negativa política en contra. Muchas de estas políticas se han revertido. Puede que estemos saliendo de una fase neoliberal, pero lo que estoy intentando hacer es dar una explicación de por qué ha surgido esa respuesta negativa y por qué ese populismo existe en ambas partes. El debate sobre el neoliberalismo que realizo en mi libro es una explicación histórica de cómo hemos llegado a la situación actual. No digo que sea la mayor amenaza al liberalismo político ahora mismo. Es la reacción hacia el neoliberalismo. Esa es la amenaza.

Según tu definición, ¿un conservador puede ser un liberal clásico?

La definición de un conservador también depende del país en el que te encuentres. En América, ser un conservador implica ser un liberal clásico, gente interesada en el orden constitucional, la propiedad privada y la protección de los derechos individuales. En Europa no tantos liberales clásicos eran en realidad conservadores. Originalmente estaban a favor de la alianza entre el trono y el altar. Eran conservadores religiosos o respaldaban la autoridad tradicional, muchos de ellos eran monárquicos o autoritarios. Lo que ha pasado es que ese tipo de conservadurismo ha sido reemplazado en ambos sitios por uno populista que ya no es liberal clásico. Los conservadores nacionales buscan asociar la identidad nacional con un determinado tipo de vida de una etnia particular. Eso es un ataque directo al principio liberal básico.

¿Cómo valoras la durabilidad del nacionalismo actual? ¿No es esta visión mi­litar la amenaza más importante de la democracia liberal?

Debemos mirar la historia a lo lejos. Hemos sufrido muchos contratiempos, la historia no es lineal. Las cosas no mejoran año tras año. En la década de 1930 tuvimos serios reveses en cuanto al progreso de la democracia liberal. La década de 1970 tam­bién trajo grandes dificultades con la inflación, la inestabilidad y los golpes de estado militares. Por eso no creo que simplemente podamos entender los eventos de la última década como un cambio permanente en la manera en que las sociedades se organizan. Como sostengo en mi libro, el liberalismo tiene algunas virtudes duraderas, entre ellas la habilidad de crear la paz en sociedades diferentes. Ahora mismo nos encontramos con Rusia y China, que han estado argumentando que son el futuro ya que las democracias liberales no pueden tomar decisiones, porque no son eficaces. Y pienso que ambos están demostrando que los países autoritarios también pueden acabar en muy mal lugar. Putin ha terminado cometiendo la mayor metedura de pata histórica de los últimos años porque Rusia es un país autoritario. Y podemos ver algo parecido en China con la política Cero COVID, una estrategia real­mente disparatada que solo se podría establecer en un país en el que un único hombre es el líder principal y puede tomar todas las decisiones.

¿Es factible la idea de un súper Estado europeo?

La esencia de un Estado recae en su habilidad para ejercer una fuerza legítima que aplique las leyes. Y en este momento la Unión Europea no la tiene. No tiene su pro­pio ejército. No tiene su propia fuerza policial. Depende de otros Estados miembros para aplicar leyes, incluyendo los derechos básicos de los ciudadanos de los países de la Unión Europea.

Podría tener un ejército.

En el momento en que vea al ejército aparecer y ejercer su poder, me creeré que esto es un proceso real. Todavía no ha pasado. Y en ninguna ocasión habrá un ejército con un único comandante, aunque exista esa fuerza de defensa. Básicamente seguirá siendo una alianza entre Alemania y Francia. Si piensas en por qué no hay un ejército europeo o ninguna fuerza policial, puedes entender la dificultad que todavía existe de­bido a la gran diversidad de opiniones y actitudes entre los miembros de la UE, y que impide que esto ocurra. Es importante que la UE evolucione en una dirección enfoca­da en una mayor acción colectiva.

Ahora mismo, en cuanto a política exterior, la UE tiene la necesidad de llegar a un consenso. Cada Estado miembro puede vetar cualquier política exterior. Por ello, uno no puede criticar a China porque Hungría y Grecia tienen proyectos de infraes­tructuras y no quieren molestarla. No puedes obtener ciertas políticas de sanciones porque Hungría las va a vetar. Así que, hasta que Europa evolucione hacia la votación por mayoría cualificada en cuanto a política exterior, jugará un papel muy débil en el panorama internacional.

¿Dónde estableces los límites entre un nacionalismo negativo y uno positivo? ¿Existe algo como el nacionalismo liberal?

Por supuesto que existe el nacionalismo liberal. Está presente en Canadá, Austra­lia o Estados Unidos. Incluso Francia tiene este concepto salido de la revolución. Se basa en una lengua y una tradición política comunes. La principal distinción entre un buen nacionalismo y uno malo es que el bueno debe basarse en principios liberales. Deben ser igualmente accesibles a todas las personas que vivan en la sociedad sobre la que el Estado gobierne. Si se basa en una característica fija, como la etnia, la raza o la religión, excluiría a ciertas partes de la población y, por lo tanto, sería una forma de nacionalismo antiliberal.

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