Por Beatriz Llanos
Durante años en el Perú se ha normalizado que el sistema de partidos funcione bajo mínimos, con organizaciones escasamente representativas y estables en un contexto de anti política forjado en la década de los noventa que ha perdurado en el imaginario nacional varias décadas después. En dicha década nacieron también las estructuras personalistas, intercambiables y fungibles orientadas a resucitar en épocas electorales usadas para albergar las aventuradas candidaturas de políticos sin partidos o de partidos sin políticos. A ellos se ha sumado una gran desafección agravada por la pandemia.
Para intentar explicar el funcionamiento de la democracia en los últimos años ante la extrema debilidad partidista se ha sostenido que, aunque no ha existido un sistema de partidos, como manda la teoría, hubo algunos funcionamientos propios de un sistema[1]. Más recientemente se ha hablado de “coaliciones de independientes” que -en particular en niveles subnacionales – bajo reglas informales de asociación permiten la participación electoral supliendo la falta de capital programático y organizativo de los partidos[2].
Si bien existieron en estos años algunos esfuerzos de institucionalización de opciones partidarias, las elecciones del 11 de abril han mostrado nuevamente que la representación política en el país no solo está fragmentada, también está fracturada.; 18 organizaciones presentaron candidaturas presidenciales y según datos preliminares de ONPE, 10 de ellas tendrán representación parlamentaria. Las candidaturas presidenciales ahora en segunda vuelta lograron 19% de los votos válidos (Perú Libre) y 13,3% (Fuerza Popular) mientras el resto de las organizaciones obtuvieron menos de 11.7%. Ello, tras una campaña probablemente aún más limeñizada por las limitaciones impuestas por la pandemia que discurrió por parte de los candidatos/as más visibles en las encuestas en torno a ejes ideológicos de izquierda-derecha poco admitidos (a la base de la discusión de rol del Estado e inversión privada) y valóricos (conservador-liberal).
Sin embargo, la elección demostró que existe un eje adicional que resurge cada cinco años, el territorial, que ha alternado candidaturas más a la izquierda en diferentes elecciones. Lima y parte de la Costa más beneficiada por el modelo económico y la conectividad con un mundo global, por un lado, y el resto del país, quizás el verdadero país, con las mayores cifras de pobreza. Alineaciones (clivajes) posibles para que las ofertas políticas se estructuren de manera más permanente. Pero, ante la ausencia de institucionalidad surgen vías alternativas para competir electoralmente. Si en su momento las novedades fueron el partido asentado en una universidad o en una iglesia como sucedáneos frente a los déficits partidarios, esta vez Perú Libre expresa una radicalización preocupante.
Autodefinido como marxista y estatista en sus postulados económicos reposa sobre una escisión de un sindicato magisterial. Suma un mensaje antropomórfico que tiene más llegada cuanto más débiles son las organizaciones: el uso de la propia identidad del candidato para intentar persuadir al electorado de que él es como ellos. Apela a una articulación directa con movimientos sociales y el pueblo que como se ha visto en otros países de la región puede ser el germen de derivas autoritarias. Y todavía hay mucho por conocer.
Desde el punto de vista de nuestro sistema de partidos estas elecciones dejan algunas lecciones. Primero, lo imprevisible y eventuales radicalizaciones pueden ser la regla si no hay organizaciones medianamente estables y permanentes en ideología, programas y actividad partidaria que brinden atajos reconocibles a los votantes sobre sus futuras políticas. Segundo, los límites del personalismo: ser fundador no te garantiza encarnar el liderazgo más competitivo. Tercero, en un contexto fragmentado si la marca partidaria tiene un mínimo de arraigo el solo capital personal del candidato, si existe, no basta. Cuarto, la apuesta para la consolidación de los partidos han sido las reformas institucionales. Quizás sea hora de volver al origen de la intermediación democrática: reconectar con las demandas de una ciudadanía diversa y profundamente desigual y articularlas bajo formas de organización flexibles probablemente por diseñar.
[1] Meléndez, Carlos (2012): La institucionalización del sistema de partidos en un escenario post-colapso partidario. Perú 2001-2011, Serie Análisis y Debate, Fundación Friedrich Ebert, Lima.
[2] Zavaleta, Mauricio (2014): Coaliciones de independientes. Las reglas no escritas de la política electoral, Instituto de Estudios Peruanos, Lima, pág. 44.