Por José Alejandro Godoy
Durante la tarde del último sábado, Mario Vargas Llosa hizo público que, en esta segunda vuelta electoral, su mal menor será Keiko Fujimori. La noticia causó estupefacción y recelo en muchos, pues consideraban que, dada su postura durante los últimos treinta años, no llegaría a esta salida. Otros apostaron a que, dado su cierto viraje conservador en los últimos tiempos, la postura del escritor era congruente con la misma. Aquí, más que cancelar al Premio Nobel de Literatura, vale la pena más analizar sus argumentos y polemizar con ellos.
Para comenzar, creo que el conocido escritor y ensayista fue demasiado rápido en tomar una posición. De un lado, porque ni siquiera se tomó el trabajo de hablar con Pedro Castillo – hasta donde se sabe – o de tratar de moderar sus posturas. Inmediatamente asumió que el candidato de Perú Libre era el más peligroso, sin diálogo de por medio. De otro lado, porque una toma de posición frente a Keiko Fujimori, a una semana de la campaña, cuando no había dado muestra alguna de moderación, puede sonar a posición adelantada, más aún cuando, dadas las cifras que Ipsos Perú reveló 24 horas después, la postulante de Fuerza Popular parece estar confinada en sus preferencias a Lima y a los sectores más acomodados. La posición de Vargas Llosa, antes que estimular nuevos adeptos, refuerza dicha configuración de voto.
También creo que pueden esgrimirse críticas a los condicionamientos puestos a la señora Fujimori por el Nobel para su adhesión. Para ser claros, los mismos parecen ser insuficientes, dada la magnitud del peligro para la democracia que representa su candidatura. De hecho, ya antes la candidata del fujimorismo había firmado compromisos para no reelegirse, junto a otras ofertas que no cumplió en los años en los que tuvo mayoría parlamentaria. Parece fuera de lugar el requerimiento de no indultar a Vladimiro Montesinos, no solo porque la postulante de Fuerza Popular tuvo un público enfrentamiento con él al final del gobierno de su padre sino porque, para el antifujimorismo, precisamente es el indulto de Alberto Fujimori, convertido hoy en consiglieri de su hija, el que preocupa a quienes, como Vargas Llosa, no quisieran a priori votar por ella. Y respeto a no cambiar a los jueces y fiscales que las procesan, debió ser acompañado de un compromiso público de no salir del proceso judicial por lavado de activos y obstrucción a la justicia que afronta la postulante presidencial.
Y dichas condicionantes suenan aún más a poco cuando, horas después de hecha pública esta adhesión, en una entrevista dada al diario El Comercio, la candidata Fujimori no tiene reparos en hablar de ideología de género y cambiar los contenidos escolares sobre el periodo de violencia, reforzando los puntos conservadores en ambas materias. Precisamente aquello que Vargas Llosa había criticado, con justicia, a Castillo en su artículo del fin de semana.
Ambas candidaturas conllevan serios riesgos en materia de democracia y derechos fundamentales. Tanto a Castillo como a Fujimori se les deben exigir compromisos en serio sobre estas materias. Y lo mismo en el plano de la salud, donde ambas postulaciones tienen serias falencias para afrontar una pandemia que está en sus peores momentos. Tomar posición tan pronto no solo es contraproducente para quien lo hace, sino que no estimula a que quien gane respete también los avances democráticos ganados en estas últimas dos décadas. Precisamente, aquello que Mario Vargas Llosa quiere evitar.