Por Soledad Castillo
El pasado 28 de abril nos dejó Michael Collins, uno de los tres astronautas que lograron el primer alunizaje de la historia en 1969. Siguiendo la idea de que una manera de honrar a las personas fallecidas consiste en mantener viva la reflexión sobre sus acciones e ideas, quisiera dedicar mi primera columna en la sección internacional de este medio a comentar algunos elementos de su legado que pueden resultar ilustrativos e inspiradores en nuestro actual contexto global.
¿Cómo relacionar el legado de Collins con nuestro presente? En primer lugar, la hazaña lograda por él y sus colegas representó un triunfo de la ciencia. Pese a que en su momento hubo críticas a la enorme cantidad de dinero destinada a la NASA en un contexto de preocupantes desigualdades sociales en Estados Unidos, la llegada a la Luna ha pasado a la historia como un logro supremo de la humanidad luego de siglos de evolución. A nivel individual, ello nos lleva a valorar nuestra curiosidad e iniciativa. A nivel social, nos muestra la importancia de requerir a nuestros gobiernos un financiamiento adecuado para la investigación científica y la innovación tecnológica. Asimismo, frente a la amenaza que representa actualmente la propagación de noticias falsas, reivindicar la centralidad de la ciencia también implica contribuir individual y socialmente a una cultura de predominio de la evidencia. Ser productores y consumidores responsables de información es vital para la calidad del debate público y, en última instancia, para la sobrevivencia de las democracias en el mundo de hoy.
En segundo lugar, el legado de Collins nos recuerda la importancia de abordar los problemas internacionales de manera sensata y cooperativa. Un reciente artículo publicado en el diario El País citaba una frase suya dirigida a los líderes mundiales. Planteaba que si ellos pudiesen ver nuestro planeta desde una distancia de cien mil millas, se harían conscientes de que los factores que nos dividen y enfrentan aquí en la Tierra pierden relevancia desde una perspectiva universal. Esta frase resulta enormemente ilustrativa en los tiempos actuales. Después de la pandemia de Covid-19, no solo los líderes políticos, sino todos los ciudadanos, necesitaremos un cambio de perspectiva. Si bien no es posible que todos observemos nuestro planeta desde una distancia de cien mil millas como lo hicieron Collins y sus colegas, sí podemos -y deberíamos- hacer el ejercicio mental de dar un paso atrás, detenernos a pensar y enfocar nuestros problemas de una manera razonable. Frente al ascenso de los populismos y la creciente movilización de las emociones para fines políticos, la capacidad de mantener la sensatez en tiempos de crisis e incertidumbre debería ser una cualidad mucho más valorada y practicada a nivel internacional.
Collins también nos propone enfatizar aquello que nos une como seres humanos en lugar de aquello que nos separa según nuestras nacionalidades, ideas políticas o pertenencia a determinados grupos sociales. Es un planteamiento que contrasta con el clima hostil propio de la época en la cual se llevó a cabo la misión del Apolo 11. La Guerra Fría significó no solamente una competencia entre dos Estados, sino un enfrentamiento entre sistemas políticos y formas de entender el desarrollo social y económico marcadamente opuestos. Y en la actualidad, si bien ya no nos encontramos en un mundo bipolar, el resurgimiento de los nacionalismos y los profundos cuestionamientos al multilateralismo nos están llevando a replegarnos de nuevo en nuestras fronteras.
Entonces, ¿qué podemos aprender de esta propuesta? Pues, por un lado, reconocemos que nuestro espíritu competitivo persiste y ello es positivo, pues competir nos permite innovar. Pero, por otro, entendemos que la defensa del interés propio -o el interés nacional- llevada al extremo genera enfrentamientos contraproducentes. La pandemia nos ha mostrado lo interdependientes que somos y lo importante que es cooperar para salvar nuestras vidas. Desde los asuntos inmediatos como la distribución de las vacunas contra el Covid-19 hasta los de más largo alcance como la mitigación del cambio climático, está claro que necesitamos compromisos verdaderamente globales.
Tal vez, de manera similar a los protagonistas del histórico alunizaje, aquellos que estamos sobreviviendo a la actual pandemia también somos afortunados. En base a lo aprendido, podemos contribuir a darle un nuevo rumbo a nuestro mundo.