El regreso de las tropas a los pueblos del Cusco y Puno, fue motivo de gran orgullo y patriotismo, pronto varios de ellos empezaron a participar en las actividades económicas, sociales y políticas directamente; algunos prosiguieron su marcha a Lima, acompañando al Tayta Cáceres e incorporarse al nuevo frente de guerra en la propia Capital de la República; defensa que fue nuevamente llevada a la derrota por Nicolás de Piérola, con una campaña paralizante y negociadora irreal, que fue violentada por los chilenos y los países supuestamente mediadores como EE.UU. e Inglaterra.
Más tarde otros milicianos, se alistaron en Cusco y también partieron a combatir en la Campaña de Breña en el centro del país, tanto por su compromiso con el país, como por la lealtad ganada por el reciente nombrado General Andrés A. Cáceres, en la guerra de resistencia.
Si bien la guerra unió a los oficiales y soldados del Ejército del Sur en las primeras batallas del país, al retorno y licenciados ellos, las diferencias económicas y sociales brotaron prontamente; cada uno de ellos tenían una posición que sustentar y vivir; el nuevo escenario en la ciudad y el campo era muy diferente a la fecha que partieron al sur; en unos casos la guerra permitió el mayor empoderamiento económico de las familias terratenientes y comerciantes, que ahora poseían más tierras y ganados con miles de hectáreas, en cambio una gran mayoría de los comuneros y ayllus perdieron sus tierras y estaban más pobres y marginales que antes, al borde de la miseria y la indigencia. La sociedad rural estaba polarizada y preñada de grandes contradicciones irresueltas.
Las ciudades y distritos tampoco escaparon a los nuevos cambios, las autoridades crecían con cada gobierno y nuevos golpes de Estado, la guerra fratricida entre civilistas y pierolistas, era otro pretexto para dividir honores y nuevos puestos de gobierno continuamente; por otro lado los nuevos ricos provenientes del comercio y la manufactura, enfrentaban también a la demanda de sus trabajadores y artesanos empobrecidos con las deudas de la guerra.
En las altipampas del Apu Laramani, los nuevos licenciados en armas prontamente comprendieron su rol, la generación de: Francisco de Paula Álvarez, Melchor Castelo, Cipriano Armendáriz, Froilán P. Salas, Alejo Atajo, Basilio Saico, entre otros; sabían por la guerra que debían conocer y explorar el escenario social, económico, militar, político y cultural; definir posiciones estratégicas y anticipar tendencias y acciones, ante sus eventuales y potenciales enemigos.
La dinámica y modernidad económica de la guerra, originó cambios drásticos y rápidos en Coporaque, Ocoruro, T’oqroyoq, Pichigua y Yawri, Canas, Chumbivuilcas, estaban consolidadas y ampliadas las viejas y nuevas haciendas y estancias; un emergente grupo de comerciantes de lana de oveja e hilo de alpacas, crecía gracias a la consolidación de las rutas del mercado entre Sicuani, Arequipa y Puno a través del ferrocarril, que requerían y apremiaban con una nueva redistribución del poder territorial y económico.
El surgimiento de una nueva clase económica y política de la post guerra en la parte alto andina, puso en cuestión la hegemonía territorial de la Provincia de Canas, a quien desde sus distritos veían lejana y atrasada respecto a sus ejes económicos y sociales, más ligados a las comercializadoras afincadas en Arequipa y Puno. Fue esta generación de la guerra, que empezó a configurar en reuniones familiares y aniversarios cívicos en sus distritos, la constitución de una nueva provincia diferenciada de Canas y su capital Yanaoca. La constitución y agenda de la “República Independiente”, ante el fracaso crónico nacional y regional, ingreso rápidamente en las conciencias de pobladores y élites distritales de la zona.
Las nuevas clases dirigentes y económicas, tenían aspiraciones de recambio y desarrollo desde sus perspectivas, teniendo al mercado como la espoleta potenciadora; la disputa entre Ocoruro, Pichigua y T’oqroyoq por la hegemonía comercial y política, era otro elemento que necesitaba una salida y solución que pasaba por la mirada de esta generación de la guerra, constituyendo una nueva provincia. Hacía tiempo que Coparaque había perdido el brillo y capitalidad de la época colonial, mientras que Yawri empezaba a crecer vertiginosamente, como el nuevo eje articulador del contexto del altiplano, en tanto que Condoroma seguía activa con sus minas y pastoreo.
A veces la modernidad, surge sin resolver las contradicciones acumuladas; la disputa comercial y la reivindicación por la tierra perdida era una dinamita, era un destellante relámpago en campo abierto y el trueno sonaba en forma de una guerra social en ebullición. El huracán comunero era un secreto a voces, tendencia y propensión percibida y prevenida por la generación de la guerra, el asunto era saber cómo, cuándo y dónde enfrentarla y derrotarla.
La antigua y legendaria Provincia de Canas en Cusco, varios pueblos de Azángaro en Puno, otros en Chumbivilcas y Canchis, gestaban insurrecciones y levantamiento para inclinar las contradicciones irresueltas; cada cierto tiempo surgían rebeliones, desplantes, desacatos, insubordinación frente a las autoridades y las llamadas “familias de principales”, que eran las clases privilegiadas; los militares comprendieron que el estallido estaba a la vuelta de la esquina y por tanto como soldados que eran, tomaron la decisión de separar el Hanan y el Urin de Canas, dominar y defender el altiplano de la ola rebelde en la parte baja de la Provincia de Caneña y la influencia de la rebelión en Puno; con esa perspectiva redoblaron los memoriales al Prefecto, la convocatoria a los congresistas y las embajadas ante los nuevos gobiernos nacionales y regionales.
Consideraban que si la parte alta de Canas, no era capaz de separarse política y territorialmente, la guerra en gestación llegaría a sus propias casas; Langui y Layo, Checa y Yanaoca eran grandes hervideros en denuncias y demandas comuneras reclamando tierras usurpadas por los terratenientes; la fase legal estaba culminando, como en los tiempos de Thupa Amaro, que viajó y demandó ante toda Audiencia y Corte sus derechos; al tener cerradas las puertas de la justicia, las puertas de la revolución se abrieron asolando el país y el continente. Las Provincias Altas fueron muy receptivas y comprometidas con la Revolución de los Amaro, con milicianos, armas, recursos y alimentos; la guerra insurreccional de entonces había fragmentado pueblos y dividido familias, como lo era la actual disputa en marcha.
La tormenta social reventó en Hanp’atura el año 1,914; fue uno de los primeros levantamientos de los tiempos y adelantó la insurrección que se coordinaba con Puno para el año 1,915, encabezado por el Coronel Teodomiro Gutiérrez llamado Rumi Maki; la demanda era única en ambos casos a través de una declaratoria de guerra a los gamonales; recuperación de las tierras comunales y ayllus; rechazo a la mita minera y los trabajos gratuitos en la construcción de carreteras; dejar la jornada obligatoria de las mujeres y niños en las casas de los ricos; desaparición de los obrajes; rechazo a la violación de sus mujeres e hijas.
Estos primeros actos insurreccionales, fueron aplastados por el ejército nacional y la milicia gamonal por tener una mayor capacidad bélica, la falta de coordinación con otros frentes y el origen espontaneo de muchos de ellos; pero fue la primera clarinada y aprendizaje, todos entendieron que los comuneros podían rebelarse ante la injusticia y recuperar sus tierras usurpadas; el gamonalismo podía ser derrotado; que la unidad y amplitud a otras provincias entre Cusco y Puno era indispensable; en tanto que las autoridades siempre serían parte del poder conservador, así como la iglesia justificante del abuzo y la violencia.
Esta insurrección alto andina en curso, dividió y enfrentó a los militares y soldados que sirvieron en la Guerra con Chile y los recientes licenciados de los cuarteles del Cusco, Puno y Arequipa, que regresaban a encabezar sus frentes de guerra en constitución. Los hermanos de ayer, ahora eran enemigos irreconciliables. La organización sigilosa y los preparativos del levantamiento, el entrenamiento y apertrechamiento de armas y tropas, la conformación de los Estados Mayores para el conflicto, fue obra de los herederos y lecciones de guerra que aprendieron del Tayta Cáceres.
Chile no llegó a las puertas de Cusco y Puno, porque conocía la historia de resistencia e identidad en los andes; sin embargo la leyenda y las enseñanzas del Tayta Cáceres, luchando con un ejército de guerrilleros, provisto únicamente de warak’as y chakitaqllas en sus milicias populares, cambió la fisonomía militar, económica y productiva de los andes centrales. Los comuneros fueron exceptuados en pagar impuestos de guerra, erogaciones y recuperaron sus tierras comunales de la voracidad gamonal. Noticias que llegaban a nuestros pueblos a través de licenciados y comerciantes.
En tanto en el Sur del Perú, sin un teatro de operaciones directo, las autoridades y familias principales siguieron saqueando a los pobres comuneros con los gravámenes y bonos de guerra impagables, por cuya razón los ayllus y comuneros perdían sus tierras, enervación y odio en crecimiento que agudizaba las contradicciones de los latifundistas y terratenientes frente a los despojados y marginados.