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jueves, abril 25, 2024

Abimael Guzmán y el fanatismo terrorista

Abimael Guzmán, fundador y cabecilla de Sendero Luminoso, impuso en el Perú el terrorismo, la crueldad, el miedo y el fanatismo como armas para ejercer la política y alcanzar el poder. Su muerte en la prisión donde cumplía una justa condena a cadena perpetua motiva múltiples reacciones.

 

No puedo evitar en mi mente las imágenes de miles de hombres, mujeres, niños y ancianos -principalmente campesinos pobres y quechuablantes- asesinados con una crueldad que nunca antes habíamos visto y que ansío no volver a ver jamás.

 

El terrorismo que implantó Guzmán no hubiera sido posible sin el fanatismo con el que logró arrastrar a cientos y quizás miles de jóvenes hacia una “guerra popular” que creyeron destinados a ganar porque así estaba marcado. El “pensamiento Gonzalo” no aceptaba debate ni cuestionamientos, mucho menos diálogo. En mis recuerdos de los sanmarquinos años 80, párrafos enteros eran recitados de memoria y coreados al unísono en pasillos y patios por quienes juraban llevar “la vida en la punta de los dedos”.

 

El fanatismo de Abimael Guzmán y sus seguidores es comparable al de Al Qaeda estrellando dos aviones en las torres gemelas de Nueva York un día como hoy -11 de septiembre- hace veinte años y al Talibán cercenando los más elementales derechos en Afganistán, justamente en el momento en que usted lee esta columna. Es el mismo fanatismo de Hitler y el nazismo capaz de provocar el holocausto bajo la supuesta existencia de una raza superior. Es el del supremacismo blanco y la prédica de Trump en el país más poderoso del mundo.

 

La historia de la humanidad está lamentablemente plagada de episodios en los que la razón es puesta de lado para cumplir con los designios de quienes se creyeron y se creen superiores porque –dicen ellos- así lo determina la historia o así lo dicta algún dios que no es en absoluto el de “los dos palitos y sus diez teologales mandamientos” que recordaba Juan Gonzalo Rose en su poema “La Pregunta”. El quinto: ¡NO MATAR!  fue una de las consignas detrás de la que marchamos cientos de miles de peruanos y peruanas a lo largo de los 80 y entrados los 90, alentados por el movimiento de derechos humanos y la teología de la liberación.

 

Cualquier rezago de terrorismo tiene que ser combatido en el terreno y sancionado en el poder judicial, así como debe ser desterrada cualquier tibieza o condescendencia frente a la violencia senderista y emerretista en el escenario político actual y futuro.

 

Que la muerte del cabecilla terrorista Abimael Guzmán sea oportunidad, también, para volver a poner al centro del debate las ideas, la razón, la tolerancia y la búsqueda del bien común y para alejarnos de todo tipo de fanatismo desde los hogares hasta la práctica política y el ejercicio del poder.

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