En los últimos días he visto sinsentidos por todas partes: muchachos que juegan vóley en espacios abiertos con la mascarilla puesta, pero que después comen sus alimentos, unos junto a otros, muy juntos, casi respirándose en la cara; personas temerosas de salir al parque por temor a contagiarse, usando mascarillas al aire libre y obligando a sus hijos pequeños a usarlas en todo momento y sin embargo, cuando entran a un restaurante con muchísima gente alrededor y aforos altísimos, se quitan la mascarilla como si nada pasara.
Entonces ¿Qué es lo que pasa? Es un efecto psicológico contradictorio sobre el que nadie dice nada; la última campaña de comunicación de MINSA es, en mi opinión, un desastre sin sentido, un despropósito; el mensaje es NO TE REUNAS CON TUS AMIGOS O FAMILIARES ASÍ ESTEN VACUNADOS.
¿Para quién es este mensaje? ¿Para los qué tienen el privilegio de no tener que ir a ningún lado? ¿Para quienes no viajan en transporte publico todos los días? ¿Qué pasa con todas las personas que tienen que exponerse todos los días a situaciones de riesgo? ¿A ellos no se aplican esas condiciones?
Sinceramente debemos parar YA.
Es hora de cambiar el mensaje, para ayudar a detener la paranoia de muchos; aunque suene repetitivo, estoy en una campaña personal a favor de disminuir las restricciones para las personas vacunadas, y comenzar a tener un poco más de choque con la realidad, que creo hace falta en nuestro país.
Voy a continuar exponiendo evidencia acerca de cuan efectivas son las vacunas para evitar hospitalización y muerte, además de la infección; y también cuan contraproducentes pueden ser algunas estrategias de larga duración en la salud mental de las personas.
Sólo para comenzar: el 10 de octubre, día mundial de la salud mental, The Lancet publicó un reporte sobre prevalencia del desorden depresivo y de ansiedad relacionado con el COVID19; en él se expone claramente cómo la pandemia y las políticas derivadas de esta -cuarentenas, encierros, desinformación- están relacionados a un aumento en los desordenes depresivos y de ansiedad, siendo las mujeres y los jóvenes los más afectados. Se estima un incremento de 25 % en la prevalencia de enfermedad mental en el mundo en este momento.
Entonces, ¿qué es lo que estamos haciendo? ¿Somos conscientes de los que nos va a costar revertir los efectos de estas medidas, muchas veces faltas de evidencia y completamente injustas si hablamos de diferencias sociales y económicas? Desde que comenzó el despliegue de las vacunaciones en el mundo, a finales del 2020, debimos comenzar una campaña comunicacional de integración hacia la normalidad, intentando que las personas pudieran ver más allá, con un poco de esperanza en el futuro. Pero como con la pandemia, nuestra reacción actual es desastrosa, demorada y falta de previsión para el futuro.
Ahora tenemos una pregunta, tal vez LA pregunta: ¿qué tan buenas son las vacunas? Pues los últimos estudios con datos de la vida real demuestran que son altamente efectivas: se ha mostrado que las personas no vacunadas tienen aproximadamente 6 veces más probabilidades de tener un test positivo a COVID19, y 11 veces más probabilidades de morir, comparadas con las personas vacunadas; los datos son del CDC de los Estados Unidos, aun con la variante Delta circulando.
Esta es una gran noticia; también podemos mencionar que en Dinamarca, un país que esta a punto de salir de las restricciones, las vacunas de Pfizer y Moderna han tenido una efectividad de casi el 85% en contra de la infección. Para prevenir la hospitalización, la efectividad es de hasta un 100%.
Todos los días podemos ver ejemplos concretos de mejoría a nivel mundial; es cierto que aún muchos lugares la están pasando muy mal, y que nuestros miedos nos hacen pensar y reforzar la idea de que esto nunca acabara, pero no es mi posición, ni la de muchos otros científicos que creemos que debemos comenzar a pensar en planes hacia el futuro, no solo en lo que respecta a tecnologías médicas y desarrollo de vacunas, si no también en lo que respecta a salud mental, y a la manera en que nos enfrentamos a situaciones extremas, a nivel de sociedad, no como individuos: debemos pensar en cuánto podemos hacer de forma colectiva para prever y mitigar los efectos secundarios de problemas que no serán poco frecuentes en los años por venir.