“Estoy dispuesto, en virtud de mi deber constitucional, en recomendar las medidas que pueda requerir una nación golpeada en medio de un mundo agitado” Franklin D. Roosevelt, 32° presidente de los Estados Unidos. En 1933, el país norteamericano convulsiona en un momento donde el mercado de valores quiebra en su famoso jueves negro, arrastrando a miles de bancos; con uno de los mayores índices de desempleo y, por consiguiente, un incremento de la pobreza.
Es así como Roosevelt comienza a establecer uno de los mayores retos que todo gobernante encara al inicio de sus gestiones, los famosos primeros 100 días de gobierno, período donde los gobernantes muestran aquellas reformas estructurales necesarias para un mayor bienestar social en los próximos años de su gobierno. Roosevelt propone un conjunto de reformas administrativas y legislativas, denominándose el “New Deal” ya que debe consensuar con el Congreso de la época, con demócratas y republicanos conectados en sacar adelante a su nación.
En el Perú, el balance de los primeros 100 días de gobierno del presidente Castillo tienen, lamentablemente, más acciones negativas que positivas. Una primera acción es nombrar a un primer gabinete donde lidera un político ideologizado por doctrinas retrógradas con una percepción de la forma de vida distinta a la actual; siendo sumamente antagonista contra todo que no esté dentro de su espectro de cómo debe ser un gobierno.
Su primera secuela: la trepada del dólar americano respecto al sol. Si bien esta depreciación en América Latina surge a consecuencia de su calidad de activo de refugio, en el Perú se agrava tras la inestabilidad casi permanente desde el inicio de la contienda política. La percepción de parte del mercado ante la elección del Sr. Castillo como presidente entra en un estado de tensa calma, pero que el presidente no logra apaciguarla, desperdiciando la oportunidad de encaminar su gestión a una ruta más certera.
El efecto de la depreciación es trasladado de inmediato a diversos productos importados por los sectores peruanos que, si se le suma la creciente escalada de los principales precios de materias primas alimenticias, observan la subida del precio interno en la mayoría de los productos de primera necesidad. Así, las quejas de la población por la subida del precio del pollo no se hacen esperar.
Su segunda acción es pensar que el precio del petróleo se puede manipular en el mercado peruano. Grave error que conlleva a crear un subsidio para amortiguar el ascenso progresivo del GLP. Más aun pensar que dicho producto es consumido por familias de bajos recursos cuando las estadísticas de la Encuesta Nacional de Hogares del INEI muestran que su mayor consumo se encuentra en los sectores socioeconómicos A, B y C. La mayoría de las familias de los estratos más bajos consumen o bosta, leña o carbón.
Una tercera acción es la renegociación de contratos con las empresas explotadoras de hidrocarburos y minería. Uno de los grandes problemas que tiene este gobierno es que motiva a que los empresarios no apuesten por el Perú justamente por este tipo de vicisitudes, retrasando sus inversiones o retirando sus activos del mercado peruano para llevarlos a otros con mayor estabilidad.
Por último, una cuarta acción y reciente es la reforma tributaria. Dentro del contexto en que vive la población peruana, con casi 30% de peruanos por debajo de la línea de pobreza y con un alto índice de desempleo, esta medida repercute aun más en las alicaídas expectativas empresariales, quienes apuestan por un incremento de sus inversiones de 0%.
La propuesta del MEF se basa en que el Perú tiene una de las menores presiones tributarias en AL, pero también debe observar que el Perú es uno de los principales países que tiene menos pobreza y pobreza extrema respecto a sus pares de la región, dejando sin efecto la correlación negativa entre mayores impuestos con una menor pobreza. El incremento de impuestos en este contexto es echar más leña al fuego.
Más allá de presentar los aspectos económicos negativos que viene realizando la gestión presidencial, es casi seguro que también existen acciones positivas, pero su hermetismo no deja verlas. La percepción de buena parte de la sociedad puede cambiar si el presidente se mostrara más comunicativo, más confiable y con mayor liderazgo.