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domingo, febrero 16, 2025

A DOS AÑOS DE LA CUARENTENA

Hace dos años la OMS declaró la pandemia de COVID 19 y se implementó la primera cuarentena en nuestro país. Mucha agua ha pasado bajo el puente, pero el costo de vivir bajo una constante incertidumbre ha comenzado a desgastar a la población mundial; los mensajes comunicacionales son tan confusos que la inestabilidad y el encierro han comenzado a afectar a más personas de lo que creíamos, muchas de ellas vulnerables.

Ahora mismo sabemos mucho del virus y su dinámica, y aunque seguimos descubriendo cosas estamos seguros de algunas de ellas: este virus ha conseguido obtener una fuerte capacidad de transmisión, no solo en humanos, sino también en animales. Eso significa que tendremos que adaptarnos a vivir con él para siempre.

Y aquí viene el gran problema que desencadena otros más: el uso de intervenciones no farmacéuticas, como las cuarentenas o el uso de mascarillas para el control de la transmisión en poblaciones heterogéneas, puede tener múltiples resultados, algunos a veces no tan favorables, lo cual hace difícil la implementación de medidas públicas si no se cuenta con el apoyo de un fuerte y bien estructurado sistema de comunicación.

En el caso de nuestro país, las consecuencias de un cierre absoluto se vieron rápidamente; sin un Estado capaz de desplegar ayuda y alimento, mucha gente originaria del interior del país o que habitaba zonas urbanas en la ciudad de Lima, se vio obligada a regresar a su lugar de origen, incrementando su precariedad y vulnerabilidad ante la pandemia; por otro lado, las características del virus, el cual se trasmite por aerosoles, hicieron lógico esperar que en lugares urbanos altamente tugurizados las infecciones se elevaran rápidamente.

Las cuarentenas son medidas que pueden considerarse desesperadas para manejar escenarios de alto riesgo de contagios, y pueden convertirse en bombas de tiempo que condenen a una gran parte de la población (sobre todo a la más vulnerable) al hambre, la soledad y la desesperanza; pero esta es la primera pandemia del siglo XXI, y todos los gobiernos cerraron sus fronteras debido a que era lo mejor de lo peor: una cuarentena no sonaba tan mal ante la presencia de un virus completamente nuevo y devastador.

Cientos de miles de peruanos tuvieron que decidir entre morir de COVID 19 o morir de hambre, debido a la precariedad de un sistema incapaz de sostener ayuda para los más necesitados, se dio a la gente un mensaje abrumador: tú eres responsable de ti mismo; un pésimo mensaje para una población que de por si vive en anarquía constante. Según muchos expertos, nuestra sociedad se ha convertido en el mejor ejemplo de lo que no se debe hacer ante una emergencia de estas dimensiones.

Por eso las consecuencias de la pandemia en nuestro país han sido abrumadoras: hasta julio del 2021, registramos 200 mil muertos, una cifra corregida en su momento debido al gran desfase en nuestro sistema de recolección de información, un sistema obsoleto de hecho, y que hoy, dos años después del inicio de este período tan complejo, sigue siendo igualmente obsoleto. Doscientos mil muertos que nos duelen a todos, a muchos por no tener el poder de cambiar las cosas, y a muchos más por no tener dinero o medios para llevarlos a un lugar de atención.

Esta cantidad de fallecidos es probablemente la razón por la cual muchos aún no pueden pasar al siguiente nivel dos años después. Las consecuencias de esas fuertes medidas comienzan a expresarse con más fuerza, muchas personas experimentaron y aún experimentan episodios de depresión y ansiedad; muchos otros aún no son capaces de dejar de usar mascarillas, aunque estén vacunados; los adultos mayores y los niños han sufrido más que nadie la soledad y el abandono; y el riesgo de que las mujeres y niñas sean abusadas, golpeadas o asesinadas ha aumentado en un gran porcentaje.

Luego de estos dos años, algunos creemos que es momento de avanzar hacia una nueva etapa, en la que seamos capaces de ver el beneficio de la estrategia primordial: la vacunación, que debe ser incentivada. Además, debemos estar aptos para ver nuestros errores y fallas sin miedo, pues solo reconociéndolos, podremos enfrentar nuevas situaciones de peligro.

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