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jueves, abril 25, 2024

¿QUÉ DESAFÍOS NOS DEJA LA GUERRA EN UCRANIA?

Tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia el pasado 24 de febrero, más de 3 millones de personas -de una población total de 44 millones- se han visto forzadas a abandonar el país. En los días siguientes, hemos sido testigos de una tragedia tras otra: muerte, separación de familias, cierre de empresas, caída del valor del rublo, alza de los precios del petróleo y de los alimentos. La lista parece interminable. El final parece lejano. Y, debido a nuestra interdependencia cada vez más compleja, las consecuencias nos golpean a nivel global. En medio de este sombrío panorama, he sido consultada a menudo acerca de qué preguntas nos plantea esta guerra y qué desafíos nos deja para el futuro, principalmente desde la perspectiva de los Estados de la Unión Europea y de América Latina. Este artículo pretende esbozar una respuesta.

La primera pregunta sería cómo lograr un nivel aceptable de independencia energética en un mundo altamente interdependiente. En cuanto al suministro de gas, la dependencia de la Unión Europea respecto a Rusia ronda el 40%. La cuestión de cómo reducirla estuvo presente durante las tensiones de 2006 y 2009, revivió tras la anexión de Crimea en 2014 y ha vuelto al centro del debate durante la guerra actual. La energía nuclear podría ser una opción para Alemania y Francia, aunque con ciertos matices. En Alemania, la dependencia del gas ruso alcanza el 55% e inclinarse en favor de la energía nuclear requeriría una revisión pragmática de un calendario ya establecido para la eliminación de dicha fuente de energía. En Francia, el cierre de la última mina de uranio en 2001 causó que el país importe entre 8.000 y 10.000 toneladas anuales de dicho insumo de países como Kazajstán y Uzbekistán. Por lo tanto, la real efectividad de lo nuclear para potenciar la independencia energética del país ha sido puesta en duda. En cuanto al suministro de petróleo, el acercamiento de Estados Unidos a Venezuela en busca de una fuente alternativa de este recurso ha generado fuertes críticas debido a la posibilidad de que el gobierno autoritario de Nicolás Maduro resulte reforzado tras el acuerdo.

Remitiéndonos al viejo debate entre los valores y los intereses en la política exterior, la segunda pregunta nos interpela acerca de los efectos adversos de vincularnos tan estrechamente con la Rusia de Putin. En Europa, la influencia rusa está asociada con posturas nacionalistas. El Parlamento Europeo aprobó el pasado 9 de marzo la conformación de una comisión que investigará las injerencias externas en los procesos democráticos de los países miembros de la UE. Allí se encuentran incluidos los vínculos entre Rusia Unida -el partido del presidente Putin- y partidos nacionalistas de derecha como el Reagrupamiento Nacional de Francia, la Liga Norte de Italia y Alternativa para Alemania. Algunos líderes de partidos españoles de izquierda como Podemos, EH Bildu y CUP y el candidato presidencial francés Jean-Luc Mélenchon también han expresado posiciones prorrusas, particularmente debido a su antiamericanismo y su crítica a la participación de sus países en la OTAN. Asimismo, las evidencias de involucramiento ruso en el Brexit y en el proceso independentista catalán han encendido las alarmas acerca de la magnitud y el alcance de este poder desestabilizador.

En América Latina, la influencia rusa se manifiesta de otra manera. Generalmente llega a través de capitales para financiar proyectos de infraestructura en contextos donde los Estados desempeñan un rol activo en ellos. Dichos capitales buscan influir políticamente antes que generar ganancias y, por ende, son usados como herramientas de política exterior. Dos de los Estados más expuestos a capitales rusos -Cuba y Nicaragua- se abstuvieron en la votación de la resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas que deploraba la agresión de Rusia contra Ucrania. Venezuela, que cuenta con el apoyo de Rusia no solo como proveedor de armamento sino también como aliado económico que le permite sobrevivir al aislamiento internacional, no estuvo presente en la sesión. Argentina, otro Estado con fuerte presencia de capitales rusos, votó a favor. Sin embargo, el presidente Alberto Fernández se enfrenta a una oposición parlamentaria que le reclama mayor firmeza contra el gobierno de Vladimir Putin, cuando él hace apenas un mes expresó su intención de que Argentina sea la “puerta de entrada” de Rusia hacia América Latina.

En síntesis, ambas preguntas son enormemente desafiantes. Vivimos en un mundo interdependiente y considero deseable que así sea. En este sentido, mi reflexión sobre la independencia energética no nace de un vano deseo de autosuficiencia, sino de una seria preocupación por la seguridad y estabilidad de nuestros Estados. Por otro lado, mi advertencia sobre los riesgos de estrechar vínculos con el gobierno autoritario de Vladimir Putin no implica que no debamos relacionarnos con él, sino que lo hagamos con más cautela. En Europa, reconocer e investigar la influencia rusa en los procesos democráticos internos no significa desconocer el origen doméstico de los problemas ni evadir la responsabilidad propia en su solución. Y en América Latina, el desafío consiste en fortalecer las instituciones supervisoras, de modo que los capitales de cualquier origen -no solo de Rusia- operen en un contexto de mayor transparencia y competitividad. En esta línea, sería también recomendable estudiar con mayor profundidad el fenómeno identificado como “capitales corrosivos” y sus implicancias para nuestras políticas internas y exteriores.

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