Grandeza y desprendimiento no son palabras que por ahora puedan asociarse a la política. Suenan raras, extrañas, ajenas, a uno de los oficios más antiguos de la humanidad. Sin embargo, existieron en no muy lejanas etapas de nuestra vida republicana. Y hoy las necesitamos con urgencia.
Surgen de vez en cuando en la historia. Aparecen como claraboyas en las casi siempre aguas infectas de la política peruana. A veces pueden ser actos pensados, reflexionados, resultado de contraponer el interés general al siempre pequeño interés personal. Otras, quizás fueron impulsos, corazonadas, impromptus. Pero fueron.
Hubo acto de grandeza y desprendimiento en Carlos Ferrero Costa cuando aceptó dejar la presidencia del Congreso de la República —que le correspondía— y ceder el puesto al correcto congresista Valentín Paniagua. Fueron tiempos en los que se necesitaba recuperar la sensatez y el equilibrio de poderes que se perdieron en los noventa e inicios del 2000.
Ferrero tenía los votos y su decisión no debe haber sido fácil. Había que estar a la altura de las circunstancias y tener amor al país para asumir una medida de esa magnitud. La historia refrendará que actuó correctamente y se le reconocerá el gesto de abdicar a una natural aspiración personal por un bien mayor.
Hubo también nobleza en el gesto de Luis Bedoya Reyes al proponer y apoyar la candidatura de Víctor Raúl Haya de la Torre a la presidencia de la Asamblea Constituyente en 1978. Las componendas y los cubileteos estaban a la orden del día y Haya de la Torre no tenía asegurada la votación al negarse entablar negociaciones con el PPC. El propio Bedoya entendió que ese puesto no sería jamás para él mismo, entre otras cosas, porque Víctor Raúl no lo apoyaría.
Bedoya reflexionó junto a Roberto Ramírez del Villar y reconoció la dedicación de Haya a la política. Ingresó a ella a los 23 años, fundó un partido y sufrió destierro a raíz de sus ideas. Había sido el constituyente más votado. Era un acto de justicia entregarle la presidencia del poder soberano.
En diferentes circunstancias es posible encontrar actos de desprendimiento similares. Se necesita grandeza, pero también espíritu cívico y una cuota de realismo para entender lo más conveniente para el país.
La política está llena de actos egoístas, de traiciones, de triquiñuelas y de cotidianos actos de bajeza. Tal parece que solo las sombras la alimentaran. Pero por más oscura que parezca, son estos fugaces chispazos de luz que irradian los auténticos políticos los que hacen posible que esta actividad tenga un brillo de nobleza.
Estamos en uno de esos momentos. Requerimos que aparezcan los sentimientos políticos más nobles: desprendimiento, altruismo, serenidad, reflexión y decisión. Se requiere escuchar la voz interior que nos permite renunciar al poder en aras de un ideal mayor. Grandeza no es un hecho grandilocuente. Ni estrambótico. Ni heroico, siquiera. En política, grandeza es un pequeño gesto que adquiere esa dimensión cuando pasa a la historia.