La novela “Sed” de Amélie Nothomb, está escrita por Jesucristo, el hijo de Dios padre, en primera persona del singular. Se trata de una argucia literaria ingeniosa, original, desenfadada.
Jesús comienza por contarnos su retiro al Jardín de los Olivos, antes de que se le haga la acusación de falsario, se le inicie el juicio y se le condene a muerte. Su relato es humano: se siente uno de nosotros, con todos sus afectos, desconciertos y flaquezas. La historia del juicio linda con lo hilarante por lo transgresora: se presentan como testigos de cargo todos a quienes Jesús había ayudado, o sobre los cuales había realizado algún milagro o concedido una gracia. Así, el ciego al que le devolvió la vista lo acusa por permitirle volver a contemplar la desagradable realidad del mundo; lo mismo hace el leproso, quien lo acusa de que ya nadie le da limosna; y Lázaro, el resucitado, lo acusa de ser el culpable de seguir viviendo con el repelente olor de un cadáver. Hasta quienes estuvieron en las bodas de Canaán, lo culpan de haber convertido el agua en mejor vino que aquel que se había bebido al iniciarse los festejos: por qué no lo hizo al comienzo, es una buena síntesis de la imputación por ese milagro que Jesucristo hizo a pedido de su madre, María.
La sentencia de morir crucificado se le impuso por haberse presentado como el Mesías, el hijo de Dios, injuriando la fe de los creyentes. Jesús, como cualquier hombre en vísperas de morir, nos hace partícipes de su desgarro: piensa en su madre y en el dolor que le causará su partida; recuerda a su padre y en la pena que lo embargará porque no lo volverá a ver; se imagina a María Magdalena y en el amor y la pasión que le sigue suscitando.
Pero, antes de subir al Gólgota para ser crucificado, Amélie Nothomb, acompañada de una prosa fina y nada dramática, hace que Cristo transite su Pasión y nos describa toda la injuria y el dolor que le causó. El lenguaje es actual, moderno, directo. No hay vericuetos teológicos ni giros eclesiásticos: cargar el inmenso peso de la cruz, sangrar en la cara por las espinas de la corona que le colocaron sobre la cabeza, y mientras esos dolores van en aumento, recibir el insulto de la gente, los abucheos de quienes lo desprecian, la burla de sus semejantes, origina que el hijo de Dios hecho hombre sienta todo aquello que significa ser humano. Hay una frase desgarradora en el texto: “Si fuéramos conscientes, elegiríamos no vivir.”
Amélie Nothomb logra que el lector reviva aquello que conoce como cristiano acerca del sufrimiento de Jesús, así como lo que representó la encarnación de Dios para redimir a los hombres del pecado. No es que para ello recurra a una escritura mística o a referencias religiosas; al contrario, usa un lenguaje de buena factura literaria y de indudable valor artístico. Y, lo más importante, convierte al propio Cristo en el verosímil narrador de su conmovedora historia.
La crucifixión, el dolor que le produce a Jesucristo cada clavo en las manos y los pies, la noche que va asomándose y la lluvia que se desencadena en el Gólgota, la sed que le es saciada, la presencia de su madre y de María Magdalena, su mujer, su amante, el amor de su vida terrenal, son los últimos pensamientos que él tiene hasta que expira. La sensación que se le transmite al lector es que está asistiendo a la muerte de un ser humano. Luego vendrán la resurrección, la salvación, la vida.