Por Estefanía del Busto
Cumplimos un año desde el inicio de la pandemia del Covid-19. Lo que parecía ser una fuente de alivio y esperanza para todos se ha transformado para muchos en el más grande miedo y enemigo declarado: la vacuna.
En un mundo cada vez más globalizado e inmediato, los medios de comunicación tradicionales dirigen la mirada al mundo digital liderado por las redes sociales en busca de nuevos públicos y seguidores, y a los que muchas veces presentan información ambigua, poco ética y sensacionalista. Los medios de comunicación encuentran en estas plataformas a un público dispuesto a compartir emociones, opiniones y noticias en tiempo real, información que dichos medios consideran conveniente masificar con fines no siempre claros.
Es curioso que a pesar de tener mucha información científica certificada internacionalmente, en el Perú se produce un fenómeno particular: la mayoría de peruanos no cree en la ciencia y apuestan por la especulación. Ese fenómeno tiene explicaciones. Existe un porqué.
Los principales diarios y programas periodísticos nos invitan en base a preguntas ambiguas o a todas luces desinformadoras, a plantearnos si la información que el aparato estatal brinda sobre la vacuna covid es del todo “confiable”, suministrándonos versiones o críticas de la información pública de acuerdo a un grupo de poder cercano. No importa si dicha información se apoya en hechos científicos o normativas aprobadas, considerando que la mayoría de peruanos no dispone de tiempo o acceso a revistas científicas o leyes.
Por otro lado, lo cotidiano e inmediato es enterarnos a través de nuestra red social de predilección cómo ciudadanos comunes y corrientes usan números y estadísticas incompletas o antojadizas a partir de los cuales nos invitan abiertamente a desconfiar del antídoto que hace poco más de un mes recibíamos al ritmo de “Y se llama Perú”. Un ciudadano cualquiera señala “pruebas fehacientes” refiriéndose a su sola palabra que el virus es una mentira y nos invita a compartir un pensamiento conspiranacionista más allá de nuestro entendimiento. Asi, la capacidad crítica real se ve mermada en medio de tanto opinión digital antojadiza.
Es cierto que el Estado se ha esforzado en brindarnos información actualizada respecto a los avances y acontecimientos relevantes sobre la campaña de vacunación, pero no transmite emociones. Al inicio inicio de la campaña de vacunación a adultos mayores, el Estado nos presentó a través de sus cuentas digitales oficiales sus símbolos y emblemas que no tienen ningún apego emocional porque no representan a la población vulnerable ni asegura la atención a nivel nacional de ese sector poblacional. En cambio, los medios de comunicación digitales presentaron una realidad mixta: instantáneas de la primera vacunada que nos evocan ternura y esperanza para nuestros seres queridos que se identifican con aquella mujer fotografiada, e imágenes de adultos mayores llenos de miedo en los ojos con encabezados alarmistas indicando que no se está vacunando con antídotos reales.
Lamentablemente, el propósito de la mayoría de los medios de información digitales, fuera de generar tráfico en sus cuentas de redes sociales, y con ello mayor interacción, es mantener la zozobra, temor y frustración, y direccionar las emociones hacia poderes no siempre visibles.
No deberíamos caer en ese juego de imágenes y símbolos que procuran desconfianza y miedo en la población. Somos más fuertes que hace un año, hemos aprendido a valorar lo que tenemos y a quienes tenemos a nuestro lado. Mantengamos alerta y confiemos en la ciencia.