Los medios y los fines
Por Martín Navarro
Desde hace dos siglos en que preferimos a Bolívar antes que a San Martín, los peruanos dimos el primer signo de que nuestra preferencia política no es por la moderación sino por los extremos. La elección de Castillo y Fujimori ratifican eso.
Teóricamente se sostiene siempre que en democracia las salidas ante la radicalidad se realiza por el centro. Cuestiono esta afirmación por lindar más bien con el viejo paradigma moderno y decimonónico que considera la existencia de leyes sociales (en este caso políticas) como determinantes del comportamiento humano (positivismo, marxismo ortodoxo, liberalismo, darwinismo social, entre otros) y, además, porque en nuestro país esta no ha sido lo constante, sino más bien la excepción.
En el Perú existe una tentación permanente por la radicalidad y el extremismo -dos posiciones políticas distintas- que por lo menos los últimos cuarenta años se evidencian con claridad.
Es asunto común sostener que provenimos de una tradición autoritaria, militar y civil que atraviesa tanto a las élites como al campo popular, y que cada cinco años la mayoría de veces, paradójicamente, ratificamos esta tradición por la vía democrática. En 1980, en medio de una dictadura miliar, escogimos como mandatarios a la versión quizás más derechista de Acción Popular. En 1985, los peruanos sí decidimos una salida por el centro, por la social democracia aprista;, y sin embargo, el ejercicio de la fuerza y la limitación de los derechos no fue lo extraño sino lo común, igual o peor que el lustro anterior, aunque la memoria política oficial nos enseña que en esa década vivíamos en democracia, que eso era la democracia.
En 1990, ante un escenario crítico similar al que vivimos ahora surge Alberto Fujimori, mostrándose como la solución a los radicalismos de la derecha neoliberal concentrada en el FREDEMO (Libertad, AP, PPC y SODE) y la izquierda afincada en Izquierda Unida (aunque en realidad era la moderada, la extremista estaba afuera con SL y el MRTA). La realidad como sabemos fue otra. Los peruanos vivimos una década onírica dentro de un régimen que, en pocos años, pasó de dictadura a autoritarismo, y de la promesa de honradez, tecnología y trabajo a una de las épocas más oscura y corruptas de nuestra también corrupta historia. Tanta felicidad produjo este gobierno que hasta ahora los peruanos recordamos con anhelo y fruición el orden, la seguridad y la falta de voces disidentes de aquel tiempo.
Evidentemente, quisiera que esta fuera una ironía solo mía; sin embargo, la realidad es otra. En 2011, la hija de Fujimori, Keiko, obtuvo el segundo lugar con 23.57% en primera vuelta, y en segunda, más del 48% (JNE-Infogob, 2013). En 2016, su performance y la de Fuerza Popular fue la mejor que ha tenido comparativamente, inclusive con los resultados de la presente elección, consiguiendo en primera ronda 39.86% y en la segunda 49.88% (JNE-Infogob, 2021). Con estos positivos resultados se empoderó tanto que, en vez de cogobernar, se dedicó a desestabilizar al gobierno de PPK y Martín Vizcarra, siendo una de las directas causantes de la crisis e inestabilidad que ahora vivimos.
La elección popular en nuestro país determinó que por un breve tiempo tuviésesmos gobiernos de centro. El de emergencia de Paniagua y el de Toledo representan en algo este breve periodo. Esta demás, me parece, repetir al detalle de cómo Humala consiguió el gobierno; aun así, aquí unos datos: primero, como radical en 2006 queda por poco electo, con 30.62% en primera vuelta y 47.37% en segunda (JNE-Infogob, 2013), y en 2016 gana como mal menor, con 31% en la primera vuelta, y en segunda 51.45% (JNE-Infogob, 2013), sin mermar en absoluto su radical electorado (30% aproximadamente en las dos elecciones), el mismo que luego lo acusaría de traidor por no cumplir con sus promesas de La gran transformación.
El propósito que persigo al recordar esto no es algo novedoso. Solo pretendo refrescar la memoria sobre el perfil que tenemos como electorado, de modo que no consideremos como sorprendente los resultados de la elección de la primera vuelta. Como se aprecia, el voto por Pedro Castillo y Keiko Fujimori no es una anomalía en nuestra historia. Desde hace mucho existe un electorado radicalizado que coquetea con el extremismo de derecha o de izquierda. Primero fue AP, IU y FREDEMO; luego el fujimorismo en sus distintas versiones, pepecista y alanista, para ahora ramificarse hasta los peligrosos límites con sus variantes aliaguistas y desotistas.
En la votación de Castillo, Fujimori y López Aliaga (los tres primeros lugares de la elección) existe más similitudes que diferencias. El perfil conservador en lo social y su autoritarismo en lo político los hace más cercanos entre sí que con Hernando De Soto o Verónika Mendoza. La mayoría de políticos y académicos repiten que el apoyo a Pedro Castillo es un voto de la marginación, inconformidad y del Perú profundo o real que se confronta con Lima y sus privilegios. Estoy de acuerdo con eso, empero considero que simboliza mucho más. Lo sucedido con Castillo representa también la renuncia al interés político de las mayorías -como fue con el FREPAP- pero a su vez, es un voto de rabia, hartazgo y sobre todo de desesperación e incertidumbre. Por eso, Castillo se equivocaría en todas las formas si llegara a pensar que lo otorgado por el pueblo es un voto de confianza.
Aquellos que se acongojan desde Lima porque las regiones se han pronunciado a favor de un extremista, ignoran su propio ser. Rafael López Aliaga, el candidato que empobrecía la cultura política del país identificándose con la famosa caricatura de un cerdo y que, como diría Chabuca Granda a su paso derramaba lisura, ha sido el más votado en Lima (ONPE, 2021). Es decir, los civilizados se indignan con la decisión de los bárbaros, cuando ellos han optado por una barbaridad, por uno igual de conservador y violento, o quizá más que el mismo Castillo. Al primero se le disculpa su desbordante machismo y misoginia, y al segundo no.
Como vemos, el extremo no viene solo de la izquierda, sino también de la derecha. Y hay otra verdad que no se está diciendo con la contundencia que merece. El 19% con el que el profesor Castillo concluye en la primera vuela, en realidad resulta relativamente significativo si desagregamos y comparamos dos factores.
Primero, entre el ausentismo y el voto blanco y nulo suman alrededor del 40% (ONPE, 2021); por lo tanto, el 19% de Castillo sería el porcentaje sobre 60% y no sobre el 100%. No es una mayoría. Es una minoría que aparece primera por las circunstancias. Segundo, si bien los votos no son sumatorios, menos en un electorado tan vacilante como es el peruano, si adicionamos los porcentajes de los tres fujimorismos (Keiko 13%, RLA 11% y De Soto 11% más decimales (ONPE, 2021) tendremos que aproximadamente el 36% eligió porque la cosas permanezcan iguales. Es más, estas tres derechas no solamente representaban la continuidad sino el ahondamiento del sistema de libre mercado con monopolios y democrático con mano dura. Es decir, optaron por el autoritarismo de derecha.
En resumen, el país se encuentra dividido y enfrentado entre quienes se expresaron de distinta manera, política y electoralmente. Dos minorías, una que desea el cambio a como dé lugar, la del profesor Castillo; y la otra, la de Fujimori, RLA y HDS que aspiran a la conservación, también sobre cualquier medio, ilegitimo o no, para ellos es igual. Y una mayoría que no asistió a la votación y los que eligieron por el voto blanco y nulo. Esa es la mayoría, la incrédula y desesperanzada. A ellos, nadie los representa.
Finalmente, ante tanta desorientación, lo único que nos resuena como un eco que viene desde el pasado y que se replica hoy es que, gane la derecha o la izquierda, una vez más, la salida será por los extremos. Así se fundó la república, así continuaremos por sabe Dios cuánto tiempo más.
Una observación, me parece cuando Chabuca dice «derramaba lisura» ( no se refiere a la malcriadez sino a suavidad, tersura o a lo liso). Pero sí existe en el Perú el término lisura o lisuriento que aluden a seres como Porky, que con sus palabras que salen de su bocasucia empobrecen más la política nacional.
[…] Para seguir leyendo el artículo completo de nuestro miembro del grupo de investigación, los invitamos a visitar el siguiente enlace: castillo-o-fujimori-la-salida-por-los-extremos […]
Cierto sus argumentos, «El ultimo Bastión», dejando de lado la ficción, no porque no hubo amores en la época, sino porque nos permite la reflexión, encontrar las raíces de profundas permanencias que no logramos abandonar en el camino traumático de construir nación, seguimos optando por el autoritarismo y los extremos. Aparece muy lejano, pero muy lejano, un proyecto nacional, democrático, justo, inclusivo, y menos desigual