Por José F. Pinto-Bazurco
Estuve hablando con mi esposa sobre el resultado de las elecciones, quien, hábilmente, cambió el tema y me preguntó sobre el futuro del proceso intergubernamental de cambio climático, tomando en cuenta el retorno de los Estados Unidos al Acuerdo de París. Ella sabe que la política del cambio climático me apasiona, tal vez, un poco más que la política nacional, pero aún así tuve que pensar un momento en mi respuesta. Para empezar a entender lo que está ocurriendo en el proceso climático internacional -pensé- es importante tener tres cosas claras sobre el efecto de los EEUU:
1.- EEUU, técnicamente, estuvieron fuera del Acuerdo de París sólo tres meses, durante los cuales hubo poco movimiento en el proceso de negociación.
2.- El Acuerdo de París se hizo a la medida de EEUU. La arquitectura especial del acuerdo, que permite -pero no obliga- a los estados a hacer compromisos de reducción de emisiones (llamados NDC, por sus siglas en inglés), fue una demanda que se hizo por dos motivos: uno de naturaleza procedimental que requería que el acuerdo no contenga ninguna obligación vinculante para que pueda ser ratificado por el presidente Barack Obama sin necesidad de obtener aprobación del parlamento; y otro, de naturaleza política, que exigía que otros países que al inicio del proceso climático internacional en 1992 no tenían obligación de reducir sus emisiones, empiecen a tenerla. China, en particular.
3.-El Acuerdo de París, a pesar de que prácticamente todos los países del mundo han hecho compromisos voluntarios, está muy lejos de alcanzar el objetivo de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) para evitar un aumento de temperatura que signifique una amenaza a la tierra, la naturaleza y a los que la habitamos.
Entonces, ¿cómo va a seguir el proceso?
Cuando en 2017, Donald Trump anunció el retiro de EEUU del Acuerdo de París, yo trabajaba en el Secretariado de la Convención Climática en Bonn. Recuerdo que la preocupación más inmediata estaba relacionada al hecho de que EEUU es el mayor aportante financiero del secretariado y del proceso climático internacional. Se temía que, ante la ausencia de esos aportes, se pierda la capacidad de continuar eficazmente con el proceso, especialmente con el que está relacionado a la realización de las evaluaciones científicas en manos del panel intergubernamental de expertos (IPCC, por sus siglas en ingles). Sin embargo, el financiamiento continuó y varios de los informes más relevantes del IPCC se publicaron en el periodo entre 2017 y 2020, y pronto se publicará el sexto informe de evaluación. Estos informes han tenido un impacto mediático significativo, particularmente el que se refiriere al calentamiento global de 1.5ºC, que sirvió de sustento durante la gira que hiciera Greta Thunberg en el año 2019.
Por otro lado, China, el país que actualmente es el mayor emisor de GEI, anunció a finales del año pasado que sus emisiones iban a alcanzar su pico en 2030, y lograr ser carbono-neutrales en 2060. Mientras tanto, EEUU, que ya no es el mayor emisor, pero sí el que más emisiones ha generado históricamente, fue recientemente el anfitrión de una cumbre de líderes climáticos en la que participaron 40 de los actores más relevantes del escenario climático mundial (entre ellos los latinoamericanos Argentina, Brasil, Chile, Colombia y México). Durante la cumbre, EEUU anunció su compromiso de reducir sus emisiones en cerca del 50% para el 2030 y alcanzar la neutralidad de emisiones en 2050. Varios países aprovecharon el momento para hacer anuncios similares: el Reino Unido (78%), la Unión Europea (55%), y Brasil -atenuando su discurso confrontacional- señaló que va a detener la deforestación ilegal de la Amazonia para el año 2030. Estos comunicados son una muestra de la transición hacia lo que se conoce como economía verde, básicamente la tendencia de incorporar nuevas tecnologías en los sistemas productivos.
Lo que creo que va a ocurrir -y en cierta medida ya está ocurriendo, al menos en el nivel del discurso- es que esta transición va a trasladarse a países menos desarrollados que van a empezar a depender de la tecnología creada en los países más desarrollados.
El Acuerdo de París, más que un instrumento para alcanzar las metas necesarias para combatir efectivamente el cambio climático, es una herramienta para poder estar al tanto de lo que hacen todos los países y controlar a aquellos que no están haciendo lo suficiente o se salen de las pautas establecidas. Las Naciones Unidas, organismo dentro del cual funciona tanto el Acuerdo de París como el proceso intergubernamental, no va a solucionar el problema del cambio climático. Creo que las soluciones tienen que venir de abajo, respondiendo a los problemas que se dan en las localidades más afectadas, a través de políticas eficientes, y en ello la ciencia juega un papel fundamental. Para lo que sí puede servir el Acuerdo de París es para generar un mecanismo justo en el que los países que producen la tecnología necesaria para luchar contra el cambio climático puedan transferirla a aquellos países que la necesitan, asunto que, irónicamente, aún falta resolver en el proceso intergubernamental.
Si se han dado cuenta de que no he mencionado al Perú, a pesar de haberlo incluido en el título, es porque considero que no tiene un papel relevante en la política internacional del cambio climático. Pero es justamente en ese último asunto pendiente del proceso intergubernamental, en el que se discuten las reglas que pueden afectar la dependencia tecnológica, en donde el Perú podría -y tal vez debería- jugar un papel fundamental.