Por Yomar Meléndez
Casi tres semanas después de la primera vuelta y conocidas por lo menos cuatro encuestas nacionales, me animo a ensayar algunas líneas de análisis sobre parte del desempeño de ambos candidatos, los antecedentes y las perspectivas. Puedo adelantar que -a pesar de las diferencias notorias que desaniman a algunos y entusiasman a otros-, las tendencias podrían ser todavía reversibles si los actores hacen o dejan de hacer, aciertan o yerran y se mueven considerando los tiempos políticos y electorales.
I
Si bien las distancias entre Keiko Fujimori y Pedro Castillo se promedian en poco más de quince puntos (tomando en cuenta las cifras de Ipsos, Datum, CPI e IEP), ya en evaluaciones del pasado posteriores a las primeras vueltas hubo resultados que ponían a uno de los postulantes muy por encima del otro. Es el caso de la elección de 2006 que enfrentó a Alan García y Ollanta Humala. En aquella oportunidad la distancia entre el primero y el segundo fue de diez puntos (Ipsos), ganando el aprista por cinco puntos de ventaja (votos emitidos), haciendo que se reduzcan los indecisos de 22 % a 6 %, sobre todo en las últimas dos semanas. Esto quiere decir que hay un importante margen para obtener votos por parte de uno u otro candidato, principalmente de quienes aún no se deciden que, en la mayoría de las encuestas, superan el 30 %, una cifra superior a las registradas en las segundas vueltas precedentes.
Claro que en 2006 los contendientes, digamos, tenían mayor oficio y sus respectivos planteamientos de campaña resultaron siendo efectivos. Por ejemplo, García no permitió que Humala se apropie de la propuesta de cambio y enarboló el “cambio responsable”, además de endilgarle el mote de “chavista” con el cual, prácticamente rebautizo al líder nacionalista. ¿Es posible que una dinámica parecida se repita tomando en cuenta que los tiempos, sujetos y circunstancias son distintas? Dependerá de lo que cada equipo defina.
II
Precisamente en el caso de Fujimori su candidatura pretendió rayar la cancha usando el fantasma del “comunismo”. De acuerdo con lo registrado por Datum (abril I), uno de cada tres peruanos se considera “anticomunista” y, entre quienes votarían en blanco o viciado, el 23 % no votaría por Castillo, precisamente por ser comunista; sin embargo, también uno de cada tres peruanos se considera antifujimorista y el 50 % del blanco o viciado no votaría por Keiko Fujimori considerando las investigaciones por corrupción, su encarcelamiento y el 10% por su pasado. Es decir, el anticomunismo podría ser fácilmente neutralizado por el antifujimorismo, máxime si la candidata tiene su propia contribución, considerando su pésimo comportamiento político de los años recientes.
Se enfrentarían entonces dos relatos: uno más ideológico y circunscrito a experiencias internacionales y otro más político, vinculado a experiencias anteriores y oriundas. Quizá por eso el costoso despliegue con luces de neón de hace algunos días, un ejercicio macartista propio de los tiempos de la guerra fría que en Lima tendría impacto.
III
Por su lado, Pedro Castillo inició la segunda etapa de su desempeño fortaleciendo la empatía con sus posibles electores y consolidando una de sus bases sociales cercanas: los ronderos. Se mantuvo fuera de Lima robusteciendo la idea de una postulación que insurge frente a la capital, concentrando en Chota a decenas de periodistas y medios de comunicación que trasmitían en directo la imagen de un docente de escuela rural, agricultor y padre de familia. Quizá por eso en la encuesta del IEP al preguntar sobre la principal razón que explica el voto a Castillo, el 19% señale porque “es como yo”. Esa identificación puede convertirse en una especie de coraza que evite daños frente a cualquier tipo de cuestionamiento, un efecto teflón que ya hemos tenido con Alberto Fujimori en 1990. ¿La historia ocurre dos veces?
IV
Pero ¿ya todo está jugado y solo corresponde esperar hasta el 6 de junio?; ¿las tendencias son invariables? Considero que no, siempre y cuando, como lo anoté líneas arriba, se produzcan movimientos de distinta naturaleza.
Una de esas acciones sería golpear reiteradamente en la parte vulnerable del otro. En el caso de Fuerza Popular podría ser la corrupción, aunque en Perú Libre no estén libres de ella. La diferencia entre una y otra vulnerabilidad es que la primera es más conocida y se ha difundido los últimos años a nivel nacional, permaneciendo todavía en la retina de la gente como lo registran algunos sondeos de opinión. En cuanto a Perú Libre, una de sus más pronunciadas carencias es la casi orfandad de salidas programáticas a los graves problemas del país; tal vez por eso el afán opositor de promover debates urgentes que permitan evidenciar esa debilidad. Es obvio que no todas las soluciones están en la convocatoria a una Asamblea Constituyente que se ve lejana mientras día a día se contagian y mueren cientos de compatriotas por el Covid-19.
Otro asunto sumamente importante es el cuidado en cada uno de los pasos que se tomen. En situaciones de tanta disputa en las cuales las definiciones pueden darse por no muchos votos, se debe reflexionar seriamente al momento de hacer o dejar de hacer algo. El adversario está al acecho y una frase mal dicha, un mensaje mal empaquetado, una imagen inadecuada pueden ser fatales; ejemplos tenemos tantos que no vale la pena enlistarlos.
Por último, es clave fijarse en los tiempos. Estamos a cinco semanas de la elección y, si bien las dos últimas son fundamentales, es mejor tomar velocidad oportunamente porque podría ocurrir que los plazos se conviertan en cortos o muy largos.
En otras palabras, toda una ingeniería que seguro será enriquecida con las cualidades estratégicas de los grupos en contienda.