La historia de una pareja, en algún momento de varias familias, y hasta de una ciudad. De eso trata esta novela del Premio Nobel de Literatura 2006, Orhan Pamuk.
Un joven (Mevlut se llama) queda impresionado de la belleza de una chica. Ella es Samiha. Están en una fiesta y ambos se han acercado a la mesa servida. No se hablan, solo se miran. Es su mirada seductora la que le llama la atención o acaso sus ojos cautivadores lo que lo impresiona, se preguntará Mevlut a lo largo de su vida. Para él es lo más bello que haya contemplado. Ese mudo cruce de miradas, ese diálogo humano sin palabras, ese primer encuentro inesperado marcará la vida amorosa de ambos jóvenes.
Así, conmovido por ese inesperado destello, Mevlut, enamorado de una imagen empieza a escribir cartas de amor. De la misma manera como no conversaron en su encuentro inicial, tampoco cruzan palabra durante este intercambio epistolar. Pero –y he allí donde la vida demuestra su sorpresa- las cartas no las recibe Samiha, su amada secreta, sino su hermana, Rayiha, con la que finalmente termina casándose después de fugarse con ella. Entonces, ese par de desconocidos, Mevlut y Rahiya, contraen matrimonio. La confusión acerca de la destinataria de las cartas de amor será el telón de fondo de esta historia de Pamuk.
La tradición en esa parte del mundo –la Turquía de nuestro tiempo- es que los matrimonios se arreglan, los acuerdan los padres, en la mayoría de los casos sin considerar la voluntad de los hijos. Este es el caso. Ambas familias, a pesar de la fuga de la pareja, aceptan el matrimonio clandestino entre Mevlut y Rahiya, la amada equivocada.
La vida continúa, nace el amor entre ellos, el matrimonio se asienta, los años van pasando y nacen dos hijas. Mevlut trabaja como vendedor ambulante, pregonando en las noches. Mientras tanto, Estambul inicia su auge de crecimiento y modernización perfilándose como una ciudad que combina interés y misterio. La belleza del Bósforo sirve para acompañar ese inusitado despegue, aunque sin cambiar su esencia de ciudad con tradición.
La escritura de Pamuk es cautivante en ese sentido; describe con pulcritud los ambientes, no se enreda, es concreto, transmite al lector su admiración por Estambul, ciudad donde nació.
Y como en toda historia, ocurre lo inexorable: Rahiya, la esposa, fallece y Mevlut queda viudo. Tiene que enfrentar su nueva y cruda realidad y lo hace sin sobresaltos, naturalmente, aunque con mucho dolor. Las hijas siguen creciendo, estudian, se gradúan y se casan. Ambas tienen hijos y Mevlut se convierte en abuelo: le da tristeza que su mujer se haya perdido la dicha de amar a sus nietos. Y Estambul sigue creciendo con grandes edificios, amplios complejos habitacionales, acentuando su característica de extraña metrópoli.
Entonces, sucede lo que el destino tenía previsto; Mevlut se encuentra con su cuñada, Samiha, la hermana de su esposa Rahiya, quien también había enviudado, y esta vez se vuelven a mirar, igual que en aquella fiesta cuando jóvenes pero ahora para confesarse que se querían, aunque ninguno reniega del amor que tuvieron con sus parejas a lo largo de sus vidas.
A diferencia de aquel momento mudo, sin palabras, que de pura casualidad tuvieron en aquel encuentro juvenil, ahora Mevlut y Samiha se dicen todo aquello que habían evitado durante el tiempo transcurrido.
Pamuk es un autor de largo aliento, meticuloso, un artesano de las palabras que va contándonos la historia con la naturalidad propia de un creador literario. No es sino hacia el final de la obra que va aclarándose el desenlace. Es la magia de la literatura: envolverte, sin que lo adviertas, en que el solo devenir de la vida es una sorpresa.