La última semana las “élites” políticas nos han hecho pensar que o tal vez la pandemia ya no existe o que de hecho perdieron el radar, debido a sus burdas jugadas, más dignas de bucaneros que de padres de la patria, pues parecen estar más pendientes de sus intereses, que de los perjuicios sufridos por una población que los eligió y por la cual deberían estar velando.
Dentro de nuestras muchas necesidades no resueltas -o más bien ignoradas- se encuentra el regreso de nuestros hijos a las aulas, ahora mismo con urgencia dado los estragos que la pandemia y el encierro están causando en esta generación de niños y adolescentes, quienes se verán afectados probablemente por mucho tiempo no solo en el aprendizaje sino también en su salud mental.
¿Qué tan preparados estamos para este reto?
El plan de regreso seguro a clases, que fue presentado recientemente por el Ministro de Educación Ricardo Cuenca, solo tiene algunos acápites en una tabla que considera condiciones epidemiológicas y territoriales de los distritos escolares; sin embargo, existen preguntas que no se contestan allí: ¿Bajo qué contexto se determinan dichas condiciones epidemiológicas? ESO no queda claro. ¿Como se harán las evaluaciones de ventilación y espacios cerrados en las aulas? Considerando que, según un informe de la PUCP del año 2019, no tenemos idea de cuantos colegios o escuelas tenemos realmente en el país, este será uno de los principales cuellos de botella a superar si queremos un retorno al menos progresivo y mínimamente seguro.
Cabe decir que, si consideramos la evidencia, una publicación reciente del CDC de la Unión Europea, en donde se evalúa el efecto sobre la dinámica de trasmisión de COVID-19 después de tener las escuelas abiertas, ha permitido entender que debido al bajo riesgo que sufren los niños de 1 a 18 años a tener síntomas graves de la enfermedad y de su poca capacidad de trasmisión, el beneficio al abrir escuelas es mucho mayor a dejarlas cerradas. Claro, debemos considerar que el contexto demográfico y cultural europeo es completamente diferente al latinoamericano, lo que hace casi imposible predecir cómo reabrir completa o parcialmente las escuelas afectará la dinámica de trasmisión en Latinoamérica y principalmente en Perú. Hemos podido observar, sin embargo, que en otros escenarios ha sido posible el modelamiento matemático de condiciones donde podría usarse algunos supuestos basados en evidencia para estimar el efecto de la reapertura de las escuelas sobre la dinámica de trasmisión del virus; lamentablemente en el Perú, debido principalmente a la fragmentación, dispersión y atomización del sistema educativo, este tipo de simulaciones se hace bastante complicado, por no decir imposible.
Todo esto debería hacernos pensar: ¿qué sucederá cuando se reabran escuelas urbanas bajo la premisa de ser adecuadas epidemiológicamente, y que las primeras en reabrir sean -probablemente- grandes colegios particulares con la capacidad económica para poder habilitar toda la lista de requisitos de seguridad y ventilación para evitar contagios y reducir riesgos de trasmisión? Algo así volvería únicamente a demostrar nuestro fracaso como sistema.
¿Se ha pensado en como se mantendrá a raya los contagios? ¿Se harán testeos constantes en cada escuela?; y si se hacen ¿quiénes son los que tendrán que pagar por las pruebas? ¿Se ha pensado en implementar algún sistema de vigilancia interconectado directamente con las gerencias de salud, para la detección temprana de casos, y su posterior aislamiento y seguimiento? Y si todo esto se ha pensado ¿en qué documentos se ha establecido?
Desde el 6 de julio se está inmunizando a miles de profesores rurales, que serán los primeros en volver a las aulas pues las restricciones en conectividad de todo tipo en estas zonas han puesto aún más hacia la cola a los alumnos de esas regiones durante el aprendizaje remoto; allá ciertas condiciones menos complejas que en espacios mas urbanos y periurbanos, y por eso cabe preguntarnos: ¿se ha tenido en cuenta las múltiples estructuras que son usadas como escuelas y en las que, por más que se quiera, será imposible tratar de establecer una ventilación mínimamente decente? ¿Quién comprará los medidores de CO2 y test para la vigilancia de casos? ¿Será el estado o el gasto caerá sobre los padres de familia?
Las preguntas ya están planteadas en la mente de muchos de quienes pensamos cuál es la mejor estrategia de vigilancia epidemiológica; dentro del plan de regreso a clases las ambigüedades nos pueden hacer fallar y perder más de lo que ya hemos perdido. Así, queda clara la necesidad de comenzar a ver la salud y la educación desde un punto de vista integral y de planificación previa, dejar de sostener un sistema reactivo y comenzar a trabajar interdisciplinariamente para poder abarcar las necesidades no solo de algunas comunidades, sino de todas. Esperamos sinceramente que los vaivenes políticos puedan dejar espacio para lo que realmente importa: la salud de los peruanos y sobre todo la de nuestros hijos, que tanto han perdido ya en esta pandemia.